Alaska y los Pegamoides: un gran cambio
Era algo as¨ª como el concierto de despedida de Alaska y los Pegamoides, pero no era un adi¨®s definitivo, sino m¨¢s bien un hasta luego, un descanso tras unos cuantos meses en los que el grupo ha pateado la capital de punta a cabo. Tal vez por ello la sala Rockola no presentaba un lleno.Total, que Alaska y los Pegamoides lo ten¨ªan todo a favor, exceptuando tal vez un sonido algo chirriante, pero que tampoco era nefando. Por otro lado, una parte significativa del respetable deb¨ªa haber visto al grupo en m¨²ltiples ocasiones y tuvo la oportunidad de comprobar c¨®mo y cu¨¢nto pueden haber cambiado.
Hasta hace poco, el que esto escribe pensaba que Alaska y los Pegamoides nunca ser¨ªan capaces de llevar a una pr¨¢ctica decente sus maravillosas y chocantes ideas. Durante much¨ªsimo tiempo, sus actuaciones fueron ca¨®ticas, sonaban mal, desafinaban, no se acoplaban y otras menudencias t¨¦cnicas por el estilo. Cierto es que no aburr¨ªan, porque esta gente siempre tiene algo que ofrecer, aunque s¨®lo sea presencia esc¨¦nica; pero en lo musical andaban bajo m¨ªnimos. Bueno, pues ahora, no. Desde un tiempo a esta parte, y por las razones que sean (posiblemente trabajo coherente), Alaska y los Pegamoides se han convertido en un grupo capaz de combinar canciones tan asombrosas como Tokio, El indio Cochone u Otra dimensi¨®n con una forma de hacer m¨¢s que aceptable.
Su m¨²sica sigue siendo el pop m¨¢s provocativo que pueda encontrarse por Madrid y parte del extranjero. Sigue siendo una locura divertida, un sinsentido cargado de sentido. Sigue siendo eso y un espect¨¢culo. Alaska iba vestida con un traje de esqueleto y lanzaba miradas aviesas al tiempo que cantaba aquello de ?Quiero ser un bote de Col¨®n y salir anunciado por la televisi¨®n?.
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