Los j¨®venes
Los j¨®venes, ?qu¨¦ quieren hoy los j¨®venes, la juventud que lee, que pregunta, si es que se pregunta algo? (la juventud es insufriblemente asertiva). ?Qu¨¦ aportan, qu¨¦ nos traen del futuro que es suyo?J¨®venes en el Retiro, rezando el rosario en grupo, al costado montuoso (no monstruoso, robot, cuerpo) de las maternidades y los metales maternizados de Henry Moore. Otros j¨®venes, en la noche, fumando la flor l¨ªrica del magnolio y passando, ri?endo con el guarda, lo de siempre. Un llamado Su?en o Su?¨¦n, que va de Scardanelli de los frailes, amagado Hiperi¨®n, nada. Abro sus versos (79/80): ?Los azules y el gris / revelan una esencia / que s¨®lo en la noche es?. Obviedad por esencialidad. El modernismo trajo a Baudelaire, a Verlaine, a Rub¨¦n, m¨¢s la prosa de Valle y los primeros versos de Juan Ram¨®n. Una Espa?a que eslabonaba Am¨¦rica con Europa. Una pol¨ªtica po¨¦tica, como le hubiera gustado decir al propio Juan Ram¨®n. El 98 trajo a Machado. Una poes¨ªa c¨ªvica. El 27 trajo al mismo tiempo G¨®ngora y las vanguardias. Guill¨¦n me manda hoy, desde M¨¢laga, con dedicatoria de una p¨¢gina, muy en nuestra vieja amistad vallisoletana, la edici¨®n de sus prosas/poes¨ªas hacia C¨¢ntico (a?os 20). Un vallisoletano en Par¨ªs pulsando Europa para Espa?a. Leo, releo a este citado/hiperionizado de treinta a?os (el poeta que no se ha purgado genialmente a los treinta, morir¨¢ funcionario): ?El fin de lo visible / no es pasi¨®n, s¨ª gusto / de sentir, identidad, presencia?. Obviedad, obviedad. Claudio Rodr¨ªguez, la irrepetida e irrepetible revelaci¨®n de los cincuenta, nombr¨® su primer libro Don de la ebriedad. Este chico que digo, estos chicos, en su mayor¨ªa, podr¨ªan titular lo suyo Don de la obviedad.
Se me mueren de obvios y de pillos. La poes¨ªa, incluso la que iba de pura, ha tenido siempre una secreta eficacia en los dem¨¢s, una nocturna gesti¨®n p¨²blica que se ha visto luego. Pero estos chicos -ay- qu¨¦ aportan. El alto poder¨ªo moral de Jos¨¦ Angel Valente, su se?or¨ªo intelectual era otra se?a impar en el franquismo. Cu¨¢nto nos aliment¨® en provincias. As¨ª ha seguido. Ah¨ª sigue. Este Su?en o Su?¨¦n parece que le a?ora, que le imita, que le saquea, pero su mano floja no es capaz de llevarse nada que lo valga. No tiene mano de poeta, pero tampoco -todo hay que decirlo- de ladr¨®n. Domingo Garc¨ªa-Sabell, que me promete nada menos que un ?estudio antropol¨®gico? de esta columna, dice que necesitamos una novela, la Novela, algo que nos ponga en claro sobre lo que pasa en Espa?a. Apela a Gald¨®s, Baroja, Valle. Olvida que describieron el XIX con perspectiva, desde el XX. Pero la Novela -La Hija de la Gran Puta, como la llama Mailer-, se produce cuando quiere, es creaci¨®n colectiva, como la obra de Homero (Homero vive doscientos a?os, es el colectivo/ Homero, una sucesi¨®n de poetas que van trabajando la misma tela de Pen¨¦lope). Entre el floralismo extranjero (estos chicos son la interflora de H?lderlin y, como me dice Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde, se obstinan en imitar al H¨®lderlin loco, cuando la locura es inimitable) y el elitismo malasa?ero no han alumbrado con la invenci¨®n de la democracia, una poes¨ªa violenta por exenta, actual por inactual, valedera para un solo espa;ol basto o fino. A Primo de Rivera le contrarrestaron m¨¢s de lo que parece los poetas: D¨¢maso, Guill¨¦n, Vicente, todos. Cuando un se; or secuestra Espa?a, Espa?a vuela a la m¨¢s alta poes¨ªa.
A Franco le contestaron m¨¢s de lo que parece Blas de Otero, Jos¨¦ Hierro, Valente. Espa?a no era ¨¦l, sino que eran ellos, los ¨²nicos con voz libre y alta. Y ahora, ?qu¨¦? No hay un robador de Espa?a, pero dicen que est¨¢ a la vuelta de la esquina de La Equitativa. Ahora, esto: ?... el vuelo de la raz¨®n / que ya no existe / sino para complacerse en s¨ª, sentir suya / y amarse / siendo?. ?Qu¨¦ rayos es esto? Obviedad, obviedad. Triste don, el don de la obviedad.
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