La espera y las esperanzas
EL VIAJE del presidente del Gobierno a Par¨ªs y sus entrevistas con el presidente de la Rep¨²blica y el primer ministro de Francia testimonian y potencian a la vez el deshielo de las relaciones hispano-francesas, iniciado precisamente con la ca¨ªda de Giscard y la victoria de Mitterrand y los socialistas en las urnas. Leopoldo Calvo Sotelo ha subrayado el tono claro y constructivo de su charla con Mitterrand y no ha ocultado que, si bien es preciso un tiempo de espera, sus esperanzas pueden traducirse en hechos a corto plazo.No parece probable que un hombre con tan amplia experiencia en las negociaciones comunitarias como el actual jefe del Ejecutivo espa?ol, que desempe?¨® la cartera de las Relaciones con Europa hasta ser designado vicepresidente en el ¨²ltimo Gobierno Su¨¢rez,se haya, dejado impresionar o deslumbrar por ejercicios ret¨®ricos o cortes¨ªas diplom¨¢ticas. Leopoldo Calvo Sotelo tampoco ignora que los problemas entre Francia y Espa?a son demasiado complejos y vidriosos como para que la buena voluntad personal pueda resolverlos m¨¢gicamente de la noche a la ma?ana o desvanecerlos administrativamente mediante una orden ministerial o una ley parlamentaria. Finalmente, el presidente espa?ol posee, sin duda, el sentido com¨²n y la inteligencia necesarias como para saber que los gobernantes franceses se hallan presionados por su propia opini¨®n p¨²blica, tienen que tomar en consideraci¨®n los ihtereses de sus agricultores y contribuyentes y han de respetar las normas y los usos de su sistema pol¨ªtico.
En este sentido, creemos que la exasperaci¨®n patriotera y chovinista de las quejas espa?olas contra Francia, en s¨ª mismas justificadas, s¨®lo pueden contribuir a ocultar los aut¨¦nticos perfiles de esos conflictos. El grito de ??Francia es culpable!? recuerda demasiado a aquel otro alarido de ??Rusia es culpable!? de los a?os cuarenta y s¨®lo puede ser interpretado, adem¨¢s de como una necia manifestaci¨®n de sentimientos de inferioridad ultracompensados por un aldeanismo paranoico, como la tentativa de endosar todos nuestros problemas a un chivo expiatorio que desempe?ar¨ªa la funci¨®n de absolvernos de cualquier responsabilidad colectiva por no saber, o no poder, resolverlos. Produce, as¨ª, una irreprimible sensaci¨®n de verg¨¹enza contemplar c¨®molos litigios, reales y complejos, entre n¨²estros dos paises son atribuidos por algunos botarates disfrazados de patriotas a la perfidia de Francia y de los franceses y a su presunto odio secular contra Espa?a y los espa?oles. Sin embargo, las nost¨¢lgicas evocaciones del alcalde de M¨®stoles o de Agustina de Arag¨®n en nada ayudan a situar los problemas en sus t¨¦rminos reales Y s¨®lo sirven para sepultar, entre carcajadas ajenas o rubores propios, la raz¨®n que asiste a nuestro Gobierno en sus reclamaciones y peticiones.
Esas tronitronantes condenas globales del pueblo franc¨¦s, transmutado por sus detractores en una esencia metaf¨ªsica gabacha dedicada a vejar y humillar a otra sustancia extrahist¨®rica que ser¨ªa el pueblo espa?ol, deben ser sustituidas por el an¨¢lisis de las relaciones de fuerza y de los juegos de intereses dentro del r¨¦gimen pol¨ªtico, del aparato productivo y de la estrategia internacional de la Francia contempor¨¢nea. S¨®lo la capacidad para llevar a cabo valoraciones realistas de la situaci¨®n nos permitir¨¢ determinar los objetivos que podemos perseguir y la manera y el momento de alcanzar los. Cualquier otro otro enfoque nos condenar¨ªa a construir esos castillos en Espa?a que se derrumban al tomar contacto con la realidad y que quedan habitados para siempre por el fantasma de las frustraciones. Los gritos ayudan a sobrellevar el miedo y a exportar la agresividad, pero de nada valen cuando el blanco hacia quien se dirigen, no los oye o no se los toma en serio.
La Espa?a democr¨¢tica necesita, y a la vez tiene derecho a pedir, la ayuda del presidente de la Rep¨²blica, del Gobierno y de la mayor¨ªa parlamentaria de Francia para ingresar en la Comunidad Europea y para secar la ayuda log¨ªstica que recibe el terrorismo de ETA desde el santuario del Pa¨ªs Vasco franc¨¦s. Es posible que el ascenso al poder de Mitterrand y de los socialistas sea un factor positivo para conseguir esos dos objetivos.
Dejando para otra ocasi¨®n el comentario sobre las negociaciones con el Mercado Com¨²n, se?alemos que la consolidaci¨®n de la democracia espa?ola, imposible sin la erradicaci¨®n del terrorismo, condici¨®n necesaria -aunque tal vez no suficiente- para suprimirla amenaza golpista, se halla plausiblemente dentro del campo de los intereses pol¨ªticos, adem¨¢s de los valores ideol¨®gicos, de la nueva mayor¨ªa francesa. No cabe, sin embargo, ignorar que las reticencias y los aplazamientos del poder ejecutivo para dar cumplimiento a la sentencia de extradici¨®n de Linaza, dictada por la magistratura francesa y exigible por razones jur¨ªdicas abrumadoras, son el reflejo de presiones,sociales sobre el Gobierno reci¨¦n electo. Pero lo decisivo, en cualquier caso, ser¨ªa la voluntad pol¨ªtica del presidente Mitterrand para impermeabilizar la frontera, para acabar con la impunidad de los terroristas asilados en el santuario de los Pirineos atl¨¢nticos, en tanto preparan su regreso asesino a nuestro pa¨ªs, y para cortar el criminal tr¨¢fico de armas y la mafiosa percepci¨®n de los impuestos revolucionarios a unos cuantos metros de la frontera. Porque si realmente los socialistas franceses desearan que los socialistas espa?oles ganasen las pr¨®ximas elecciones generales, su mejor contribuci¨®n ser¨ªa la decisiva ayuda del Gobierno de Par¨ªs a la erradicaci¨®n de esa plaga terrorista que, de continuar asesinando a miembros de las Fuerzas Armadas y de los cuerpos de seguridad, extorsionando y secuestrando a empresarios y profesionales y volando por los aires instalaciones industriales, muy posiblemente lograrla que nuestro sistema constitucional espa?ol fuera derribado por la fuerza antes de 1983 y que los dem¨®cratas espa?oles, entre ellos los socialistas, acabasen sus d¨ªas de mala manera, o en la c¨¢rcel, o en el exilio interior o exterior.
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