Palabras mendaces
?La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ¨¢mbitos de Espa?a desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro pa¨ªs una era de atroz silencio?. As¨ª escrib¨ªa Ortega -con pesimista profec¨ªa- con motivo de la muerte de Unamuno. Sin embargo, Ortega se equivocaba. Para entonces (1937) los disparos de la guerra hab¨ªan quebrado ya un silencio que pod¨ªa haber sido no mudez negativa, sino positivo callar. Y cuando cesaron los disparos torn¨® su puesto la verborrea, la invasi¨®n de palabras mendaces, el nombrar a Dios en vano. No s¨®lo la realidad era tr¨¢gica, sino la palabra que trataba de hermosearla. Un modo de ser corrompido trataba de enmascararse tras un biombo de palabras falaces, pero el vestido de seda revelaba m¨¢s claramente la mona que se escond¨ªa debajo.La dictadura pas¨® a llamarse democracia org¨¢nica; la pobreza y la sordidez fueron bautizadas de imperio; la rebati?a generalizada, de revoluci¨®n pendiente; para la tranquilidad de los cementerios se reserv¨® nada menos que el nombre de paz.
El profesor Norberto Bobbio ya hablaba en alg¨²n art¨ªculo de la necesidad ?de someter continuamente a un an¨¢lisis cr¨ªtico el lenguaje que se usa en los discursos y en los programas pol¨ªticos?. Ciertamente, la pol¨ªtica no es excesivamente respetuosa con las palabras: las mitifica a veces, las abandona despu¨¦s; vuelve en ocasiones a recogerlas, aunque ya no signifiquen lo mismo; no raras veces las utiliza como armas arrojadizas o las califica de tal modo que el sustantivo cambia de significado. Pero una cosa es esta servidumbre de una ambig¨¹edad a veces inevitable, y otra, la prostituci¨®n de las palabras que conscientemente emprenden las dictaduras. ?Cu¨¢nto tiempo se tardar¨¢, por ejemplo, en levantar a la palabra ?pol¨ªtica? del fango a que la arroj¨® el franquismo?
Recuerdo una especie de ap¨®logo que nunca lleg¨® a publicarse. Era la historia de unos hombres que se unieron para edificar una casa. Montaron un andamio y subieron a ¨¦l para planear la construcci¨®n. Pasaba, sin embargo, el tiempo y nada se hac¨ªa. Entonces algunos decidieron apearse. ? ?Traidores! ?, gritaron los dem¨¢s, ??y vuestra fidelidad a la obra??, Y as¨ª los primeros comprendieron que la fidelidad de los otros era al andamio y no a la casa.
Muchos no se han bajado a¨²n del andamio. Otros se han subido despu¨¦s, lo han apuntalado, complicado, decorado. A veces, parece una casa de verdad. Pero llega un momento -y es un momento duro- en que se descubre que no lo es, que todo se reduce a una enga?osa tramoya de palabras que ocultan mentiras, corrupci¨®n, o intereses cremat¨ªsticos.
De esta suerte se puede ver a un oficial amenazar con sus armas a civiles indefensos y agredir a su superior y leer despu¨¦s que es un valiente y un hombre de honor. O el Colegio de M¨¦dicos puede oponerse a cualquier pacto humillante para la clase m¨¦dica cuando lo realmente humillante debiera ser acumular dos o tres sueldos en detrimento de colegas parados. Un distinguido ?anulado? despu¨¦s de a?os de matrimonio y de unos cuantos hijos puede decir en reciente entrevista que est¨¢ en contra del divorcio. La supresi¨®n de la lista de los contribuyentes se hace por un respeto a la intimidad, que es en realidad un respeto a la impunidad. El mantenimiento del monopolio de la ense?anza en ciertos medios o espacios se disfraza p¨²dicamente de defensa de la libertad de ense?anza. Para no hablar de consenso -aunque de ello se trate-, se habla de concertaci¨®n. Y cuando se ha hablado de un tr¨¢gico error, lo ¨²nico verdadero es el adjetivo calificativo. Palabras, palabras, palabras...
Como en la vieja medicina, esta lengua sucia revela que est¨¢ sucio el est¨®mago y no pocas veces tambi¨¦n la piel, la sangre y el coraz¨®n. Una de las tareas urgentes -y hay tantas-, en la Espa?a de hoy, es el desescombro de tantas palabras mendaces, para as¨ª poder desenmascarar mejor las actitudes. El recuerdo de Unamuno al comienzo de estas l¨ªneas no era puramente est¨¦tico o erudito, porque no otro era el programa del escritor vasco en su Vida de Don Quijote y Sancho: ??Poneos en marcha! ?Que ad¨®nde vais? La estrella os lo dir¨¢: ?al sepulcro! (de Don Quijote) ?Qu¨¦ vamos a hacer en el camino mientras marchamos? ?Qu¨¦? ?Luchar! Luchar, y ?c¨®mo?
?C¨®mo? ?Tropez¨¢is con uno que miente?, gritadle a la cara: ?mentira! y ?adelante!. ?Tropez¨¢is con uno que dice tonter¨ªas, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritadles: ?est¨²pidos!, y ?adelante! iadelante siempre! ?
Todo un programa pol¨ªtico o, si se quiere, moral. ?No hab¨ªamos quedado en que eran la misma cosa?
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