Una "cumbre" en Canad¨¢
Los canadienses, poco acostumbrados a ocupar la primera plana de la escena p¨²blica internacional, a pesar del importante potencial de su pa¨ªs, observan con curiosidad el desfile de personalidades que origina la cumbre de Ottawa.
No falta nada. Siete poderosos jefes de Estado o de Gobierno. M¨¢s de 1.500 periodistas. Centenares de polic¨ªas de la c¨¦lebre Montada del Canad¨¢, que ya no lucen, como en el pasado, su colorido traje rojo ni montan a caballo.
El castillo de Montebello, especie de parador nacional para disfrutar de vacaciones en medio de bosques y r¨ªos, queda totalmente aislado del resto del mundo. Nada ni nadie perturbar¨¢ la paz ni el sosiego para que los siete primeros responsables de los principales pa¨ªses industrializados de Occidente se canten sus cuatro verdades alrededor de una mesa redonda de roble americano.
Una contracumbre popular se desarrollar¨¢ paralelamente en Ottawa para criticar la pol¨ªtica de la Administraci¨®n Reagan en el Salvador.
Canad¨¢ sabe que la cumbre pasar¨¢. Continuar¨¢, sin embargo, con sus problemas cl¨¢sicos, aunque son menos agudos que en otras partes. Persistir¨¢ la huelga de Radio Canad¨¢, en pie desde hace ocho meses, y la de servicios postales. Inquietar¨¢ tambi¨¦n el alto ¨ªndice de inflaci¨®n, el 12,8%, el m¨¢s importante de los ¨²ltimos 33 a?os.
Y, sobre todo, seguir¨¢ el debate constitucional entre el Quebec franc¨®fono y la Alberta angl¨®fona, entre nacionalismo y federalismo.
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