Termina la edad de oro
Durante los a?os cuarenta, cincuenta e incluso sesenta, que pueden considerarse los de la edad de oro del cine norteamericano sonoro porque todav¨ªa la televisi¨®n no ha distorsionado las relaciones con su inmenso poder, cuando los productores, los exhibidores, los cr¨ªticos y el p¨²blico de Estados Unidos hablan de un gran realizador, siempre se refieren a George Stevens, Fred Zinnemann o William Wyler. Stevens muere hace alg¨²n tiempo bastante olvidado, Zinnemann lleva unos a?os tratando de hacer otra pel¨ªcula y Wyler acaba de morir despu¨¦s de m¨¢s de diez a?os de silencio.Aunque los comienzos de los tres son muy diferentes, su prestigio nace al finalizar los a?os treinta y plantearse los productores un tipo de pel¨ªculas que tengan un alcance universal. Crean un lenquaje austero, claro y econ¨®mico, dirigido a las clases medias, que dan lugar a pel¨ªculas sin gran personalidad, pero que alcanzan oran ¨¦xito internacional y crean unos modelos que se imponen.
William Wyler nace en Francia en 1902 y adquiere una s¨®lida formaci¨®n francesa antes de llegar a Hollywood y comenzar a trabajar como ayudante de direcci¨®n, primero, y como director de rutinarios ,westerns, despu¨¦s. Wyler s¨®lo consigue salir de este cine, que nada le gusta, para embarcarse en esa empresa de construir las bases para el despliegue mundial de la industr¨ªa cinematogr¨¢fica.
Como muchos otros realizadores sin una brillante personalidad, pero gran habilidad profesional, que trabajan en Hollywood en la ¨¦poca del m¨¢ximo poder¨ªo de los grandes estudios, Wyler debe hacer esas pel¨ªculas con mujeres y para mujeres, que muy poco o nada le interesan, y conformarse con hacer de cuando en cuando la obra que realmente siente.
Por ello, no son buenos sus trabajos al servicio de grandes actrices, sea Merle Oberon, en Esos tres (1936) o Cumbres borrascosas (1939), o Bette Davis, en Jezabel (1938), La carta (1940) o La loba (1941), aunque algunos est¨¦n escritos por Lillian Hellman. Sin embargo, cuando despu¨¦s de la guerra funda una productora, Liberty Films, con Fra`rik Capra y George Stevens, y puede hacer a su manera Los mejores a?os de nuestra vida (1946), consigue el oscar a la mejor pel¨ªcula, a la mejor direcci¨®n y una gran obra que hoy sigue teniendo la misma vida que en su momento.
Wyler no sabe mantener esa posici¨®n y poco a poco vuelve a aceptar las presiones de los productores. Tras una buena adaptaci¨®n de la novela de Henri James, La heredera (1949), con Carrie (1952) y Vacaciones en Roma (1953) vuelve a ese cine femenino donde se mueve mal y por el cual no se siente interesado.
Tras dos falsos westerns, La gran prueba (1956) y Horizontes de grandeza (1958), cae en lo m¨¢s bajo con la mastod¨®ntica superproducci¨®n Ben-Hur (1959) con la cual consigue por tercera vez el oscar a la mejor direcci¨®n. Cuando parece que Wyler ha sucumido definitivamente a los intereses de los productores, hace upa pel¨ªcula joven, personal y de gran calidad, El coleccionista (1965), que le sit¨²a a gran altura.
Este hombre apacible, a quien hace algunos a?os se pod¨ªa ver con esmoquin impecable paseando por Cannes durante el festival, no trabajaba hac¨ªa a?os. Las compa?¨ªas de seguros no cubr¨ªan sus p¨®lizas y, como tantos otros realizadores norteamericanos, se ve¨ªa obligado a un retiro obligatorio cuando todav¨ªa estaba en su mejor forma. Era un infatigable trabajador, un aran artesano que cuando le dejaban hacer el gui¨®n que le gustaba y en la forma que quer¨ªa lograba grandes pel¨ªculas. Su problema es que esto s¨®lo lo consigui¨® dos o tres veces en su vida.
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