Pompa y circunstancia en la retransmisi¨®n de "la boda del siglo "
Bodas, bautizos y, sobre todo, muertes, son el escaparate de la realeza. Nosotros, los del pueblo, incapaces de hacer de nuestros ritos arte, hemos de conformarnos con ser espectadores -detr¨¢s de los cordones, entre la multitud, en un televisor- de estos grandes sucesos. Claro que en el gran teatro de la monarqu¨ªa hay actores y actores, escenarios desnudos y otros de gran tramoya, obras de un personaje y funciones corales, comedias del absurdo junto a dramas heroicos.La retransmisi¨®n televisiva de la boda del siglo nos vuelve a recordar que si hay algo que los ingleses saben hacer con gusto, eso es celebrar rituales de pasaje: la llegada a la vida, el v¨ªnculo nupcial, el tr¨¢nsito a la muerte. El fasto controlado y el colorido del protocolo germ¨¢nico que hered¨® Gran Breta?a, puntualidad y tacto junto al marco escueto del templo protestante frente al oropel cat¨®lico, son componentes que hacen de esas ceremonias espect¨¢culos ¨²nicos y llenos de sabor.
Personalmente, yo dir¨ªa que la boda de ayer alcanza en el ranking ingl¨¦s el puesto m¨¢s alto, junto a la retransmisi¨®n sever¨ªsima y grave que la BBC dio hace algunos a?os del entierro en Windsor del anciano duque de Gloucester, con salvas artilleras, caballos enlutados y m¨²sica en sordina. Otros quiz¨¢ prefieran, por su sensacional carroza, el jubileo de la reina, y los de m¨¢s memoria pensar¨¢n en la boda plebeya de la princesa Ana.
La "actuaci¨®n" espa?ola
Hay que decir primero qu¨¦ aran trabajo f¨ªlmico hizo la BBC cubriendo el recorrido y todas las andanzas dentro ya de la catedral de San Pablo. En las im¨¢genes tan ?in agi nativam ente mostradas por las c¨¢maras pod¨ªa muy bien verse, entre los muros de heladas aristas y las reglas estatuas funerarias, la pompa circunspecta de una casa real como la inglesa que es, para gozo de muchos e irritaci¨®n de pocos, adorno Y representaci¨®n, s¨ªmbolo de un ocaso ejemplar. Quiz¨¢, al fin y al cabo, la honrosa ausencia del rey Juan Carlos I, en medio de esa pompa, subrayaba el matiz de una monarqu¨ªa que, m¨¢s que tradici¨®n, ofrece circunstancia.
Al lado del impecable servicio visual hay, por desgracia, que decir lo mala que ha sido la labor de los comentaristas Lola Mart¨ªnez y Eduardo Sancho (mejor, todo es verdad, estuvieron en la emisi¨®n de la tarde). En un alarde de machismo digno de la leyenda negra, el locutor acosaba a su compa?era para que hablase de trapos y de ni?os, insistiendo una y otra vez en que nos describiera el traje de la novia y el garbo de los pajes. Lo malo es que las pocas ocasiones en que a ella se le dejaba hablar, lo hac¨ªa sosa y atropelladamente.
Dejando ya de lado la pronunciaci¨®n de los nombres ingleses, el locutor dio dos hijas a Tony Armstrong-Jones, habl¨® de la gran amistad que une al pr¨ªncipe de Gales con el compositor del siglo XVII Orlando Gibbons; habl¨® de la m¨²sica ?especialmente escrita para la ocasi¨®n? por, entre otros, los compositores muertos Elgar, Vaugham Williams y Britten, y anunci¨®, a mitad de un coro, la intervenci¨®n de la soprano Kiri Te Kanawa, confundiendo su voz con la de un solista ni?o. Mucho m¨¢s irritante fue que en el momento realmente bello en que s¨ª cant¨® la soprano neozelandesa el aria del Sans¨®n, de Haendel, se nos impuso la voz del locutor en una aburrida explicaci¨®n de las previsiones sucesorias de la Constituci¨®n inglesa.
Y es que la m¨²sica fue, a le largo de la ceremonia, siempre lo m¨¢s hermoso y significativo. Menos que la esperada versi¨®n nueva de Willcocks del himno riacional (con s¨®lo la fanfarria inicial marcando una pauta distinto sobre el conocido tema) habr¨ªa que se?alar la gran labor del organista titular de San Pablo, Christopher Dearnley; el rigor del coro infantil entonando el arreglo del salmo 67 compuesto, ese s¨ª, para el acto por Williams Mathias (elegido m¨¢s que por sus m¨¦ritos por proceder de Gales), y el espl¨¦ndido trabajo del combinado de grandes orquestas londinenses en la interpretaci¨®n de la citada m¨²sica de Haendel.
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