El envenenanmiento que nos invade
Lo de las campa?as orquestadas es un recurso caracter¨ªstico de nuestra sociedad, f¨¢cil y repetido hasta el hast¨ªo, pero revela un fen¨®meno de acoso que, real o imaginario, resulta perceptible a diario. La salmodia no tiene fin: Fuerza Nueva habla de una campa?a en su contra; Tejero y compa?¨ªa tambi¨¦n se quejan de otra orquestaci¨®n; la Guardia Civil denuncia un montaje para desprestigiar al Instituto. Hasta El Alc¨¢zar se siente acorralado por la democracia. Naturalmente, por su parte, los dem¨®cratas se saben asediados por los Tejeros y asimilados. La ETA sufre el acoso de las fuerzas de seguridad, y ¨¦stas, la amenaza de la ETA. Los m¨¦dicos denuncian campa?as preparadas por los medios de comunicaci¨®n contra su buen nombre. El ministro Sancho Rof se siente hostigado desde diversos frentes. Igual que, por otros motivos, debe sentirse Fernando Castedo. Incluso los masones podr¨ªan hablar ahora de campa?a.En definitiva, cada espa?ol se convierte en un acosador de otro espa?ol. Cada espa?ol es un vig¨ªa, centinela, guardi¨¢n. Cada grupo colectivo o instituci¨®n siente sobre s¨ª el ojo vigilante, el acoso implacable de otro grupo, colectivo o instituci¨®n, que se superpone a ¨¦l a modo de ¨¢ngel de la guarda en negativo. ?A d¨®nde vamos a llegar si esta sutil omnipresencia, si este sentimiento claustrof¨®bico se instala en cada familia? Obs¨¦rvese la inevitabilidad del fen¨®meno. Si tu acoso me produce desasosiego, ¨¦ste se reflejar¨¢ en ti en forma de acoso desasosegante que se reflejar¨¢ en m¨ª, etc¨¦tera, y as¨ª sucesivamente.
Quiz¨¢ por eso notarnos una sensaci¨®n pegajosa, opresiva y atenazante; sensaci¨®n que nada tiene que ver coa la libertad efectiva existente en Espa?a. No son f¨¢ciles de explicar estas cosas. Yo soy -y no tengo tantos motivos para ello- de los que a¨²n sue?an a veces con persecuciones policiacas franquistas y me despierto con una ¨¢cida sensaci¨®n de cobard¨ªa. En aquellos tiempos el juego, ciertamente, era de front¨®n: los que luchaban por la libertad y los que se dedicaban a perseguirla. No hab¨ªa problema filos¨®fico alguno.
Ahora esta filosof¨ªa del acoso es m¨¢s compleja y, si se quiere, abstracta y universal. Pero entre nosotros revela una sociedad tensa, desconfiada, crispada en actitudes de defensa o ataque. Cuando se habla de s¨ªndrome a prop¨®sito del 23-F, se est¨¢ dando en el clavo. Efectivamente, aquel d¨ªa se puso de manifiesto un conjunto de s¨ªntomas caracter¨ªsticos de una enfermedad: el acoso. Y as¨ª vivimos a golpe de s¨ªndrome.
Actualmente los espa?oles sufrimos una nueva sensaci¨®n agobiante de acoso, de cerco y de impotencia. Sentimos que estamos siendo envenenados lenta e inexorablemente. Lo peor es la indefensi¨®n ante esta trama fantasmal, generalizada, de terroristas de la salud, viejos p¨ªcaros que siempre han campado por sus respetos, pero que ahora parecen haber tecnificado sus actuaciones.
El tema ha pasado de obsesi¨®n conversacional a s¨ªndrome. Los espa?oles sentimos que la alimentaci¨®n que recibimos, adem¨¢s de mala y cara, es nefasta para la salud. Esto vale para lo normal y para lo anormal. Por supuesto, la neumon¨ªa t¨®xica es el caso extremo de la criminalidad, pero ?qui¨¦n nos garantiza que ¨¦sta no se ha extendido a otras ramas?
En el ¨¢mbito de lo que llamamos normalidad sabemos que la alimentaci¨®n moderna es todo un compendio de qu¨ªmica industrial, eso s¨ª, en los pa¨ªses avanzados sujeta a un estricto control que la sit¨²a en el umbral en que el veneno es a¨²n soportable: ni una mil¨¦sima m¨¢s all¨¢. Beneficios de la civilizaci¨®n.
En Espa?a gozamos de curiosas peculiaridades, tal como la convivencia pac¨ªfica entre esa alimentaci¨®n qu¨ªmica,, un anch¨ªsimo no mand's land alimenticio donde impera la ley de la selva. Si no te agarran por un lado, te agarran por otro. La cuesti¨®n no est¨¢ en si te van a envenenar, sino en cu¨¢nto tiempo tu organismo ser¨¢ capaz de resistir al veneno.
La sensaci¨®n de falta de seriedad que produce el mercado de la alimentaci¨®n en Espa?a nos aleja de los pa¨ªses industrializados en los que, al menos, funcionan los controles. ?Qu¨¦ decir de una naci¨®n europea que tiene legalmente aprobado un c¨®digo alimentario pero que no puede ponerlo en pr¨¢ctica porque ello implicar¨ªa el hundimiento de casi todo el sector? Est¨¢ bien, ?qu¨¦ haremos ante esta amenaza?
Esto no es cosa de ahora, naturalmente. Viene de largo. Durante la dictadura (el terreno m¨¢s propicio para la corrupci¨®n) los atentados alimentarlos llegaron casi a gozar de impunidad. Ahora, al menos, somos conscientes de lo que pasa. Es claro que s¨®lo una democracia puede poner las cosas en orden.
Entre los muchos acosos, cercos y claustrofobias que debe despejar firmemente este Gobierno est¨¢ con car¨¢cter preferente el del envenenamiento que nos invade y que avanza. El Gobierno habr¨¢ de decidir qui¨¦nes son m¨¢s importantes: si las empresas o los ciudadanos. Las empresas que nos envenenan habr¨¢n de ser enterradas, incluso si son muchas y potentes, antes de que los enterrados seamos nosotros.
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