Imaginacion animada

Presentada (y premiada) en el Fes tival de Cannes de 1973, El planeta salvaje contin¨²a hoy su carrera de ¨¦xitos. Basada fundamentalmente en unos imaginativos y sorprendentes dibujos del pintor p¨¢nico Roland Topor, la pel¨ªcula supone una oferta apasionante en el campo del cine animado: si la t¨¦cnica no alcanza la depuraci¨®n del cine de dibujos norteamericano -a pesar de la colaboraci¨®n de los siempre espl¨¦ndidos t¨¦cnicos checoslovacos-, la imaginaci¨®n suple con creces esa posible diferencia, que, en todo caso, no hay que colocar en primer lugar: en la intenci¨®n de los autores de la pel¨ªcula no se cuenta probablemente una victoria competitiva con aquel cine, sino, ante todo, la oferta de un entretenimiento inquietante que coloque al espectador ante un mundo jam¨¢s so?ado. En este sentido, al margen de la creaci¨®n de personajes irreales, de los mundos ins¨®litos que se hacen protagonistas, El planeta salvaje ofrece un segundo espect¨¢culo en la descripci¨®n de los t¨¦rminos menos importantes para la acci¨®n. El buen humor de Ren¨¦ Laloux, el director y de Roland Topor se hace m¨¢s evidente en esos segundos planos de la acci¨®n en los que aparecen personajes, plantas, m¨¢quinas y desiertos producidos por pesadillas y enso?aciones.La primera parte de El planeta salvaje, con la descripci¨®n del mundo de los gigantes Draggs y de su sofisticada civilizaci¨®n, entra de Heno en lo mejor del cine de fantas¨ªa cient¨ªfica; quiz¨¢ m¨¢s tarde, cuando la pel¨ªcula se centra en la subdesarrollada civilizaci¨®n humana, pierde imaginaci¨®n. La necesidad de conducir la historia por ciertos caminos morales -la defensa de la cultura, que es, en ¨²ltima instancia, el contenido filos¨®fico de la pel¨ªcula- y, sobre todo, la quiz¨¢ inevitable similitud entre el imaginado mundo de los humanos y el real, hace perder puntos a la libertad imaginativa de los autores. De cualquier forma, esta segunda parte aporta, sin comparaciones con la primera, suficientes elementos m¨¢gicos para hacer de El planeta salvaje una de las m¨¢s sugerentes pel¨ªculas de los g¨¦neros en los que se inscribe: cine de animaci¨®n y de aventuras futuristas.

El prorgrarr¨ªa en el cine Alphaville, de Madrid, se completa inteligentemente con el cortometraje del espa?ol Gabriel Blance con dibujos de Ops, La edad del silencio. L¨¢stima, sin embargo, que esa coherencia no venga acompanada por una proyecci¨®n m¨¢s cuidada y una suficiente refrigeraci¨®n de la sala.