23-F
El proceso del 23/F se est¨¢ celebrando ya. Las noticias y contranoticias que todos los d¨ªas se filtran a la Prensa, la guerra misma de las filtraciones, es un proceso previo por el cual el pueblo espa?ol est¨¢ viendo, no que hab¨ªa tres golpes simult¨¢neos y convergentes (tesis piadosa de alguna piadosa analista), sino que los traidores, aunque les pague Roma, es muy dif¨ªcil que se pongan de acuerdo entre s¨ª.La apelaci¨®n al Rey, la pretensi¨®n de los abogados defensores de que Don Juan Carlos declarase en el juicio, aparte de anticonstitucional, lleva hasta el paroxismo una evidencia que ya es colectiva: estamos ante el proceso al cinismo. Aqu¨ª, como en Shakespeare, una culpabilidad engendra otra, hasta llegar a la culpa absoluta. Se empez¨® invocando el nombre del Rey en vano, para sacar los tanques a la calle, se ha seguido mezclando el nombre del Rey a un golpe que iba contra ¨¦l y, ahora, un cinismo involuntario (yo no concedo el cinismo, como categor¨ªa intelectual, a cualquiera), lleva a pedir la declaraci¨®n del Rey como testigo. Se ha protestado para explicar que los guateques preconspiratorios no se hac¨ªan con dinero del Estado, sino con dinero particular (la mayor¨ªa de los particulares cobran del Estado), pero no se ha protestado de la acusaci¨®n de usar el nombre del Rey en vano Y por cosa de poco momento (aunque el momento pudo haber durado otros cuarenta a?os). Quiere decirse que la honorabilidad en las formas sociales sigue siendo toda la honorabilidad. La honorabilidad interior tiene otros nombres menos convencionales y est¨¢ ya fuera de juego.
Al cinismo se llega por un proceso de estilizaci¨®n intelectual de autocrueldad o por simple desesperaci¨®n. El 23/ F va a ser el proceso al cinismo, pero no al de ra¨ªz intelectual. La presunta requisitoria al Rey no pretende aclarar ni aportar ning¨²n dato, por supuesto, sino proporcionarse la satisfacci¨®n ¨²ltima de confundir la Historia de Espa?a y a los espa?oles, m¨¢s el onanismo individual de sentar en el trono de la duda y la suspicacia a quien nunca quiere sentarse en el trono leg¨ªtimo, por falta de tiempo y exceso de energ¨ªas. (Curioso contraste con aquel sill¨®n, estilizado en trono, que Franco usaba para sus recepciones en el Palacio de Oriente y otras autoconsagraciones.) Napole¨®n y Hitler necesitaban ser coronados por alg¨²n Papa, aunque no creyeran en ¨¦l. Lo que m¨¢s a?oran las dictaduras es la juridicidad que les falta, y empe?an sus mejores y mayores esfuerzos en fingirla o sustituirla. En la pol¨ªtica, como en las novelas de Cor¨ªn Tellado (tan revisitada ahora por el esnobismo latinoamericano), el hombre necesita que le quieran por s¨ª mismo. Hasta Pinochet. El Rey de Espa?a, relevado de esas penosidades por genealog¨ªa y ejecutoria, tiene todo su tiempo libre para tratar de Espa?a, jugar al tenis, visitar a Baltasar Porcel en Andraitx y parar golpismos en una noche, con la ayuda de los ilustres generales que todos sabemos. Los orfeonistas de Herri Batasuna han dicho que, llegado el caso, volver¨ªan a interrumpir al Rey con su cantata o coplilla. La repetici¨®n mec¨¢nica de un agravio que en principio pudo ser espont¨¢neo e inteligible da tambi¨¦n el cinismo. Entre ambos cinismos se mueve hoy la figura nada c¨ªnica del Rey. Entre ambos cinismos estamos cogidos todos los espa?oles. Es vieja la teor¨ªa seg¨²n la cual al c¨ªnico no se le combate con moralidades, sino con mayor cinismo. Pero la ley, el Ej¨¦rcito, la democracia, no pueden caer en la trampa del cinismo.
S¨®lo los escritores, los comentaristas, los ?poderes inermes?, podemos usar el arma del cinismo contra el cinismo de las armas. De momento.
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