Jacques Lacan
Jacques Lacan ha muerto oportunamente, cuando majaderos que hasta hace unos meses, no pod¨ªan ni estornudar sin decir ?Lacan!, dejaban ya de citarle para as¨ª mantener el tipo ¨ªntelectual que conviene en la Francia de 1981. Desfasados respecto de ella, comenzar¨¢ a ocurrir en Espa?a, Argentina (o, mejor, entre los argentinos de Espa?a), M¨¦xico, etc¨¦tera, cuando se enteren. En Italia, m¨¢s listos y m¨¢s al d¨ªa, la descitaci¨®n se inici¨® incluso antes que en la propia Francia. Por lo dem¨¢s, no es este un hecho inusual. ?Qu¨¦ ha sido de Sartre?, ?qu¨¦ de Levi-Strauss?, ?qu¨¦ de Althusser? O, m¨¢s recientemente, ?qu¨¦ de Deleuze y Guatari, los cuales, al decir de su momento (no m¨¢s de hace seis a?os), hab¨ªan escrito ?lo m¨¢s importante despu¨¦s de Freud?? Los ejemplos podr¨ªan multiplicarse, a tenor de lo ocurrido tambi¨¦n con Gaston Bachelard o con autores no franceses. Porque ?es que alguien que se precie pod¨ªa dejar de citar a Herbert Marcuse (a veces, diciendo Marquis) por los a?os 1968 al 1972, y por la misma raz¨®n citarlo ahora? ?Es que Marcuse era todo, como se quer¨ªa entonces, o es nada, como parece implicarse ahora? ?C¨®mo es posible que el ping¨¹e negocio que signific¨® editar a Marx nada m¨¢s que hasta hace cinco a?os se haya convertido en ruinoso hasta el punto de que una ejemplar edici¨®n de sus obras haya tenido que interrumpirse?El inicial declive que Lacan sufr¨ªa, como su opuesto, el cl¨ªmax pen¨²ltimo en la Europa de la bober¨ªa, es ante todo un hecho social a interpretar. Sin ninguna relaci¨®n con la descomposici¨®n de L'Ecole, sino con algo mucho m¨¢s complejo -la actual conversi¨®n del producto cultural en manufactura- y m¨¢s simple por otra, la utilizaci¨®n en masa del producto cultural en s¨ªmbolo de situaci¨®n. Las manufacturas Lacan se han vendido, pero que muy bien, por habilidosos que envidiar¨ªan agentes de Tarrasa o Sabadell, por pragm¨¢ticos de toda laya, titulados como el-que-sabe - lo - q u e - L ac a n - q u i e r e - d e -cir-cuando-habla, bajo supuestos nihil obstat que el propio Lacan parec¨ªa repartir. El dinero dej¨® de ser significante metaf¨®rico de la mierda para irse derecha, valiente y literalmente a ¨¦l.
Lacan no estuvo exento ni mucho menos de responsabilidad en esto que acaeci¨® y de lo cual comienza a ser v¨ªctima. Se constituy¨® en la Esfinge, en aquel que sab¨ªa del lenguaje del inconsciente porque hablaba el inconsciente como el franc¨¦s, y naturalmente precisaba de mediadores e int¨¦rpretes para el resto de los humanos. El lenguaje de los lacanianos -el charlacaneo de Mario Bunge, el lacanear que, como verbo de la primera conjugaci¨®n, introdujo el que esto escribe -era divertido: todo pod¨ªa ser dicho porque nada era, como en el peor galimat¨ªas en que a veces nos sume Hegel. Porque un discurso inteligible era un discurso psic¨®tico, lo cual, adem¨¢s de parad¨®jico, es a medias verdad, en la medida en que lo inteligible niega (oculta) el discurso del inconsciente. Pero con Lacan era sumamente f¨¢cil tomar el r¨¢bano por las hojas, y resultar que, as¨ª como suena, todo lo que es inteligible no es aceptable porque es psic¨®tico (?y por qu¨¦ el discurso psic¨®tico no hab¨ªa de serlo?), y as¨ª sucesivamente.
La gran haza?a
La gran haza?a de Lacan fue leerse el Curso de ling¨¹¨ªstica general, de Saussure, y quedar arrobado ante el axioma de que el signo es la relaci¨®n significante-significado que el significante es imagen, y la barra que le separa del significado, el deseo. Luego, hizo sus estudios superiores en ling¨¹¨ªstica cuando us¨® de todo Roman Jakobson sus dos conceptos de met¨¢fora y metonimia. Con este armaz¨®n pas¨® a engrosar las filas de los estructura listas, lo que es para m¨ª un enigma. Por entonces, Jacques Lacan, de acuerdo con una reciente tradici¨®n francesa, que probablemente comienza en Sartre tras la segunda posguerra mundial, prefiri¨® la lo gorrea al cartesianismo, el literaturismo a la argumentaci¨®n.
Lacan lleg¨® tard¨ªamente al psicoan¨¢lisis, desde la ps¨ªquiatr¨ªa cl¨ªnica. Su tesis doctoral, sobre la psicosis paranoica, revela un conocimiento profundo no solo, de la psiquiatr¨ªa francesa, sino de la alemana de entonces y de hasta entonces, cosa ins¨®lita en Francia. Como su coet¨¢neo Henry Ey, no lleg¨® a asumir seriamente, exactamente, los conceptos de la psicopatolog¨ªa de Karl Jaspers. Lacan se sirvi¨® ante todo de la ps¨ªcolog¨ªa descriptiva y caracterol¨®gica (Kretschmer, Klages, etc¨¦tera). Pero esto hizo posible el que se dejase fecundar por la din¨¢mica psicoanal¨ªtica, m¨¢s pr¨®xima a estos ¨²ltimos autores que al propio Jaspers. Su vinculaci¨®n a la cl¨ªnica psiqui¨¢trica, es decir, su contacto real, no literario, con el psic¨®tico en las primeras etapas de su desarrollo profesional, le marcar¨¢n profundamente como para distanciarle cualitativamente de la generalidad de los psicoanalistas. S¨®lo Daniel Lagache tiene, en Francia, paridad, super¨¢ndole con mucho en orden a sus aportaciones.
Biologismo viciado
La lectura lacaniana de Freud es, para m¨ª, inadmisible, porque hace con Freud una suerte de negaci¨®n parcial del objeto-Freud, que oculta el profundamente viciado biologismo que padeci¨®. El biologismo en Freud est¨¢ presente hasta el momento de su muerte, heredero de un positivismo decimon¨®nico que le incapacita hist¨®ricamente para la superaci¨®n ep¨ªstemol¨®gica definitiva desde el nivel organ¨ªsmico al nivel psicol¨®gico, en donde ha de situarse el objeto del psicoan¨¢lisis (y, en general, de la psicolog¨ªa y de la psiquiatr¨ªa). Freud apunta una y otra vez esta superaci¨®n, para desapuntarla en otras ocasiones, celoso siempre del rango cient¨ªfico del ?modelo naturalista?. Los que prefieren hacer la lectura lacaniana de Freud a leer a Freud mantendr¨¢n la imagen sacra de un Freud no biologista, que no fue bien interpretado por sus ortodoxos de la Asociaci¨®n Internacional. Pero el que as¨ª sea por muchos de estos ¨²ltimosno invalida la grandeza y servidumbre del pensamiento de Freud, a saber, la del que innova y revoluciona y la del que, al propio tiempo, est¨¢ incapacitado de emerger de la contradicci¨®n, que le depara su propia condici¨®n hist¨®rica y social. Leer a Freud, en suma, exige, ante todo, su enclave hist¨®rico, por cuanto nadie es capaz de saltar sobre la propia sombra que le proyecta su pertenencia a un tiempo concreto. La lectura lacaniana de Freud no se hace desde el tiempo de Lacan, sino en el tiempo de Lacan, lo que es ejemplo de ahistoricidad.
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