Aquellos ayudados antol¨®gicos de Anto?ete
Plaza de Las Ventas. 20 de septiembre. Tercera de la feria de oto?o. Cuatro toros de El Campillo y tercero y quinto de Juan Mari P¨¦rez Tabernero, correctos de presencia, manejables. Manolo V¨¢zquez: dos pinchazos, otro baj¨ªsimo, bajonazo, a0so Y dobla el toro (pitos). Cuatro pinchazos y cinco descabellos (bronca). Anto?ete: dos pinchazos, estocada atravesada, tres descabellos, aviso y dobla el toro (ovaci¨®n con algunos pitos y salida al tercio). Dos pinchazos y descabello (dos clamorosas vueltas al ruedo). Curro Romero: estocada desprendida atravesada (bronca). Estocada (silencio). Lleno hasta la bandera.Cuando Anto?ete se atrajo al toro y lo llev¨®, embebido, humillado, seguramente embrujado, en dos ayudados por bajo de asombro, y luego se lo ech¨® por delante con el de pecho, aquello s¨ª fue toreo de categor¨ªa, aqu¨¦l s¨ª era llevar la t¨¦cnica y el arte de torear a la cumbre, aqu¨¦lla s¨ª fue locura en la plaza.
El p¨²blico se hab¨ªa puesto en pie; de clamor la ovaci¨®n, Anto?ete miraba retador, transfigurado, a los tendidos, con el toro delante, sometido por el dominio de su toreo, cuadrado para la estocada. Una estocada que no lleg¨® y a nadie le import¨® demasiado, pues el triunfo, de verdadero alboroto, se hab¨ªa producido.
Madrid, donde gusta el toreo aut¨¦ntico, est¨¢ con Anto?ete, uno de sus m¨¢s consumados art¨ªfices. La afici¨®n madrile?a lleva toda la temporada suspirando por quien ya es su ¨ªdolo, y cada vez que ve un toro bueno exclama: ? ?Ay, mi madre. si le sale este a Anto?ete! ?. Y al fin le sali¨®, el domingo. El quinto de la tarde era ?el toro de Anto?ete?, y Anto?ete ten¨ªa el compromiso de torearlo como su p¨²blico hab¨ªa so?ado, es decir, como los ¨¢ngeles.
Sin embargo, no acababa de crear ese toreo. Se ech¨® la muleta a la izquierda y no consegu¨ªa acoplarse; pase a pase, todos terminaban en violentos enganchones. Cambi¨® a la derecha y la primera serie le sali¨® con altibajos, para mejorar despu¨¦s. La tercera, principalmente, fue muy buena; hab¨ªa torer¨ªa, suavidad, empaque en cada redondo, pero tambi¨¦n un punto de superficialidad. En cualquier caso, el toro de Anto?ete, muy noble, extraordinariamente pastue?o, estaba pidiendo a gritos la hondura con que el propio Anto?ete sabe ejecutar las suertes.
Y fue entonces cuando llegaron los ayudados a dos manos, con el de pecho, verdadera maravilla, y el triunfo se hizo arrebatador. Muchas veces lo hemos dicho: es una falsedad categ¨®rica, propalada por taurinos al abrigo de la mediocridad, aquello de que al p¨²blico lo que le gustan son las faenas de cien pases, es una falsedad demostrable y demostrada, porque, cuando el toreo surge en pureza, entusiasma de tal forma que no necesita hacerse repetitivo. Es m¨¢s: quiz¨¢ ni seria posible, pues si las suertes se instrumentan con hondura, los toros apenas las resisten. Con dos ayudados y un pase de pecho, Anto?ete hizo el domingo antolog¨ªa del arte de torear.
A su otro enemigo le instrument¨® unas dobladas monumentales. El veterano maestro es, no cabe duda, el que mejor ejecuta el ayudado por bajo, ese pase de castigo, cl¨¢sico y bell¨ªsimo, recurso t¨¦cnico habitual no hace tantos a?os, que con la hegemon¨ªa de los pegapases hab¨ªa empezado a caer en desuso, como tantas y tantas otras suertes. A partir de las dobladas, Anto?ete no se centr¨® con su toro. Hubo buenos redondos y naturales, pero predominaban los enganchones de la franela. Estaba claro que, para entonces, a¨²n no le hab¨ªa llegado el soplo de la genialidad.
Otros toreros de arte hab¨ªa en la plaza, pero a ¨¦stos la inspiraci¨®n les lleg¨® en lejanas y poco perfumadas brisas. A Manolo V¨¢zquez, para tres sevillan¨ªs?mos lances a la ver¨®nica, juntas las zapatillas; un par de chicuelinas, asomos de torer¨ªa en su primer toro, que punteaba los enga?os y, por tanto, era de inc¨®moda condici¨®n. En el otro, que no punteaba nada, pero ten¨ªa casta, le entraron ascos y ganas de escurrir el bulto. A Curro Romero, las brisas de la inspiraci¨®n s¨®lo le alcanzaron para tres ver¨®nicas de su marca, Ten¨ªa su tarde negada, una de tantas. A su primero no lo quiso ni ver -mantazo va, mantazo viene-, y al otro, que ya era flojo de natural, lo dej¨® inv¨¢lido al castigarlo inoportunamente por bajo. Fue una decepci¨®n, pero sin mayores consecuencias, pues Manolo V¨¢zquez y Curro Romero tienen amplio cr¨¦dito para futuras actuaciones.
La desconfianza, la irresponsabilidad Y equ¨ªvocos intereses se hab¨ªan aliado para propalar el rumor de que Manolo V¨¢zquez y Curro Romero ten¨ªan miedo al p¨²blico de Madrid y no torear¨ªan el domingo. Jam¨¢s hubo base para esta especie, que no lleg¨® a prender -pese a la insistencia del bulo-, y la plaza se llen¨® hasta la bandera. El p¨²blico recibi¨® a los toreros con una ovaci¨®n cerrada y les oblig¨® a saludar montera en mano. La af¨ªci¨®n intu¨ªa que el toreo grande se iba a producir. Pero quiz¨¢ ni lleg¨® a so?ar que alcanzar¨ªa a tanto como en aquellos antol¨®gicos ayudados de Anto?ete.
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