La cr¨ªtica social en la reformadora carmelitana
No es f¨¢cil hoy recrear las divisiones profundas de aquella sociedad, con el sector dominante de cristianos viejos, con arraigadas ideolog¨ªas prefabricadas en su beneficio y con todas las posibilidades, y el otro mundo de los descendientes de jud¨ªos, sometidos a una catarata de discriminaciones legalizadas en los estatutos de limpieza de sangre, duros y crueles con esta clase activa, intelectual y trabajadora. Vertebrar toda la din¨¢mica hist¨®rica de la Espa?a moderna en torno a este eje ¨²nico ser¨ªa una osad¨ªa y una simplificaci¨®n, escasamente rigurosa; pero es imposible comprender las mentalidades de los espa?oles del siglo XVI -menos brillante y mucho m¨¢s miserable de lo que se supone- sin esta connotaci¨®n. Por lo menos es algo que hay que tener en cuenta para la comprensi¨®n de las actitudes sociales de santa Teresa, para la inteligencia integral de sus escritos, ricos en contenido, frescos y duros en sus denuncias.Porque resulta que la madre Teresa, proclamada copatrona de Espa?a por las Cortes castellanas del siglo XVII, antes incluso de ser canonizada; rescatada como tal por las de C¨¢diz, como signo de rupturas y continuidades con el viejo r¨¦gimen; presentada con reiteraci¨®n entusiasta como santa de la raza por bi¨®grafos adscritos a convicciones menendezpelayistas, era jud¨ªa. Es decir, estaba autom¨¢ticamente condenada al gueto acosado de los judeoconversos, marranos, lindos, confesos, cristianos nuevos, denominaci¨®n multiforme de una realidad de aislamiento sutil -no por ello menos tr¨¢gico-, de la persecuci¨®n sistem¨¢tica a la que esta minor¨ªa estaba sometida por parte de los cristianos viejos. Este hecho es un dato adquirido, pese a los silencios y absurdas interpretaciones de teresianistas enclavados a¨²n en la historiograf¨ªa de los a?os cuarenta.
Tampoco resulta f¨¢cil comprender todo lo que entra?aba la honra, principio sociomoral de los comportamientos de un pueblo que, incomprensiblemente para los ojos de visitantes extranjeros, se mov¨ªa por las exigencias de algo tan trivial como el honor. En el siglo XVI, el complejo de lealtades y cualidades personales constitutivas del honor se hab¨ªa fusionado ya con la honra en su soporte externo, en el qu¨¦ dir¨¢n, la opini¨®n de los dem¨¢s, tanto en la vertiente eminentemente sexual de la honra femenina como en la dimensi¨®n m¨¢s vulnerable y decisiva de la masculina, cifrada ¨¦sta en la ausencia de sangre mora o jud¨ªa, sobre todo jud¨ªa. La honra de la mujer se pod¨ªa recuperar; la del hombre equival¨ªa a la muerte social, la suya y la de toda su familia y descendencia.
Los escritos de santa Teresa constituyen una contestaci¨®n vigo,rosa de este plebiscito de unanimidades, en protesta s¨®lo comparable quiz¨¢ con la derramada en la picaresca. ?Que pobres nunca son muy honrados?; ?por maravilla hay honrado en el mundo si es pobre?; ?aqu¨ª no cuentan las personas para hacerlas honra, sino las haciendas?, son expresiones omnipresentes en la pluma de Teresa que recuerdan demasiado a las que desde otra ladera lanzara Quevedo, m¨¢s instalado. Se percibe m¨¢s desencanto en la colecci¨®n infinita de invectivas de las p¨¢ginas teresianas contra la negra honra, contra los puntos de honra, oruga que carcome, t¨®xico corrosivo, cadena qu¨¦ no hay lima que la quiebre, y contra tantas cosas m¨¢s como informan una sociedad armada de autoridades postizas, de barro, de'palillos, atacada en esos cap¨ªtulos rotundamente subversivos de su autobiograf¨ªa.
De ah¨ª su visi¨®n de la sociedad de sus d¨ªas, presente en los mil personajes que desfilan por sus escritos y se cruzaron en su andadura. La aristocracia, no h ay que darle vueltas, no iba con ella, aunque, reafista, aproveche todas las oportunidades para su acci¨®n reformadora.
Y eso que la Madre tuvo que relacionarse con personajes culminantes, como la caprichosa princesa de Eboli, con la que, en gesto inhabitual, rompi¨® teatralmente, o con las no menos caprichosas duquesas de Alba, a las que nada debi¨® su convento de la Villa Ducal y que aceleraron su muerte. incluso el trato con su m¨¢s incondicional do?a Luisa de la Cerda le hizo abrir los Ojos a ?lo poco en que se ha de tener el se?or¨ªo?. Porque, mas que hacia las personas, siempre comprendidas con generosidad, es hacia la dominante mentalidad aristocr¨¢tica hacia la que dirige sus dardos, hasta llegar a exclamar: ?Dios me libre de estos se?ores quetodo lo pueden y tienen extra?os reveses?.
La otra nobleza, la incontable, de los hidalgos, esclavizados a las apariencias como cobertera dt su degradada situaci¨®n econ¨®mica, aparece retratada con tonalidades de l¨¢stima infinita, en tantas cercan¨ªas con el Lazarillo. Le produce pena el colectivo de aquellas ?personas muy honradas que, aunque mueran de hambre, lo quieren m¨¢s que no lo sientan los de fuera?. Eran muchos los hidalgos condenados al c,stracismo por exigencias de su condici¨®n. Su mismo padre (su familia) debi¨® sentir la dureza de la situaci¨®n.
En contraste, los burgueses, banqueros, comerciantes de aquella Castilla m¨¢s activa de lo que suele afirmarse, pertenecientes al sector judeoconverso, son sus preferidos, no hay duda, los que m¨¢s la ayudaron. Entre ellos se mueve -lo ha detectado a la perfecci¨®n M¨¢rquez Villanueva- como en su propio elemento y son tratados como mis arnigos. El mundo del campesinado, aquel universo pululante de pobres de toda estirpe, es ignor¨¢do pr¨¢cticamente por la Madre. Como son ignorados, aunque se perciba su presencia incidental, los esclavos y moriscos.
La contestaci¨®n social de Teresa -exigente reclamadora de los derechos de la mujer de su tiempo- se revela en la construcei¨®n de sus conventos. La honra, la ascendencia, los t¨ªtulos de do?as no caben en las fundaciones tereslanas, acogedoras de las israelitas, todas bajo el se?or¨ªo divino, con la honraza de ser hijos de Dios. El Camino de perfecci¨®n encierra un ideario social que hay que saber descubrir para darse cuenta del fondo subversivo y de la utop¨ªa de comunidades al estilo de la primitiva Iglesia de los ap¨®stoles, del ?Colegio de Cr¨ªsto, que ten¨ªa m¨¢s mando san Pedro con ser pescador, y le quiso as¨ª el Se?or, que san Bartolom¨¦, que era hijo del rey?.
Te¨®fanes Egido es profesor de Historia Moderna en la Universidad de Valladolid.
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