?D¨®nde est¨¢ nuestra conciencia civil?
Suponiendo que en un pa¨ªs moderno se hubiese dado el drama del aceite t¨®xico, y que naturalmente el asunto hubiera sido llevado al Parlamento, adem¨¢s de haber ocurrido en el Gobierno algunas cosas que aqu¨ª no han ocurrido -dimisiones de pudor podr¨ªa llam¨¢rselas-, los ciudadanos es seguro que se sentir¨ªan inmediatamente protegidos en su alimentaci¨®n y hubieran recuperado la tranquilidad; pero no creo que algo parecido vaya a ocurrir entre nosotros. Desde ma?ana mismo puede reformarse la Administraci¨®n en el mayor de los sentidos de la efectividad y pueden comenzar a funcionar todos los controles del mundo, pero los ciudadanos espa?oles no se lo van a creer.Y no se lo van a creer no porque un Gobierno determinado tenga menos credibilidad que otro, sino porque, por razones culturales largas de explicar aqu¨ª, el pueblo espa?ol no tiene confianza en la ley, ni en la cosa p¨²blica, ni en el Estado: en las autoridades postizas", que dec¨ªa Teresa de Jes¨²s y ven¨ªa a repetir Costa, que estirnaba en m¨¢s los tribunales de las aguas que los tribunales de justicia, por la simple raz¨®n de que aqu¨¦llos eran "naturales" y no pertenec¨ªan al aparato del Estado. Este radical anarquismo del alma espa?ola frustra en gran Parte todo intento de vida p¨²blica y pol¨ªtica y,
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?D¨®nde est¨¢ nuestra conciencia civil?
Viene de la p¨¢gina 11 desde luego, toda posibilidad de democracia, pero es as¨ª. Julio Senador, un regeneracionista castellano que conoc¨ªa muy bien a su pueblo, escrib¨ªa con total desgarro popular que "pol¨ªtica es el arte de sacar la mayor cantidad posible de dinero a todos los individuos de una naci¨®n para repartirlo entre unos pocos", y dec¨ªa de la justicia lo que Torres Villarroel hab¨ªa dicho de la de sus tiempos: que "es un zarzal donde se refugian los corderos huyendo de los lobos y de donde no pueden salir si no dejan el vell¨®n entre las zarzas". Y, evidentemente, ni la secularidad, ni el cambio de r¨¦gimen en la madurez, ni la novela total y ni siquiera las elecciones libres creo que han mudado en este nuestro pueblo tan siniestros conceptos.La experiencia de este pueblo ha sido demasiado amarga, por lo dem¨¢s, y no hay peor cosa que un gato escaldado. Ese gato huye hasta del agua fr¨ªa, y nuestro pueblo ha concluido no s¨®lo por no creer en la cosa p¨²blica, salvo para temerla, sino por resignarse a la situaci¨®n: la consideraci¨®n fatal, y es terrible que en ¨²ltimo t¨¦rmino las gentes ni siquiera se hayan extra?ado de que pueda haber individuos tan desaprensivos o criminales como para envenenar el aceite. Muchos de los afectados, de extracci¨®n popular sobre todo, piensan que les ha tocado la china" como les pod¨ªa haber tocado en un terremoto, y, salvo un dictador guatemalteco que detuvo el epicentro y lo public¨® en los papeles, todo el mundo sabe que no se puede hacer nada ante un terremoto.
Cuando un mozalbete del XVI iba a estudiar a Salamanca, las gentes de la aldea y su propia madre lo dec¨ªan: "Suerte Dios te d¨¦, que de saber no has menester", porque ten¨ªan muy claro que ¨¦ste no serv¨ªa para nada; tan claro como que el chocolate que compraban no romp¨ªa el ayuno, a tenor de las casu¨ªsticas normas morales alimentar¨ªas de la ¨¦poca, porque estaba adulterado: no era de cacao, era de harina de garbanzos. Era lo normal y eso no inquietaba a ninguna conciencia. El enga?o no era en modo alguno vituperado por la moral cat¨®lica de la ¨¦poca y hasta nosotros ha llegado este ethos del barroco que consideraba actos moralmente irrelevantes viajar sin billete en el tren, manipular el contador de un suministro p¨²blico o no pagar impuestos. El que llevaba a cabo estas haza?as u otras parecidas era, por el contrario, considerado como sujeto de altas dotes intelectuales y, si ten¨ªa ¨¦xito, tambi¨¦n poseedor de dotes morales siempre indiscutidas a ciertas alturas sociales y econ¨®micas.
Jam¨¢s ha habido aqu¨ª ni sospecha de lo que sea lo que los anglosajones llaman public service ni moral civil, mero sentido de la comunidad que es sentido de los otros, y esta, carencia no s¨®lo afecta, como se ve, a las dificultades inherentes a una vida pol¨ªtica y, mucho m¨¢s, democr¨¢tica, sino tambi¨¦n a la vida econ¨®mica y al puro comercio. Desde Max Weber, todo el mundo sabe, por ejemplo, que el capitalismo y concretamente las relaciones comerciales recibieron un gran impulso del puritanismo calvinista por el hecho de que el ¨¦xito econ¨®mico se consider¨® en cierta manera como una se?al salv¨ªfica, pero, sobre todo, porque las relaciones comerciales adquirieron la mayor de las fiabilidades: ¨®ptima mercanc¨ªa con un precio justo, producci¨®n y trabajo a conciencia: her¨¦ticos h¨¢bitos todos ellos que hemos aborrecido como al mismo diablo. Y de los que nos hemos re¨ªdo mucho, desde luego, y toda la cuesti¨®n est¨¢ en si seguiremos haci¨¦ndolo. Porque, si esa conciencia civil de nuestra colectividad sigue sin existir, a lo m¨¢s continuaremos hablando del divorcio, pero tambi¨¦n proseguir¨¢n haci¨¦ndose r¨¢pidamente grandes fortunas a fuerza de fraudes. O en cualquier caso las leyes tendr¨ªan que convencer a un pueblo que desgraciadamente no cree en ellas que se aplican de verdad y al mismo, rasero, sacarlo de su viejo y corrompido escarmiento, de su resignaci¨®n y escepticismo.
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