Incumplir antes de nacer
LOS ULTIMOS acontecimientos permiten sospechar que algunos firmantes se comprometieron, antes del verano, en el Acuerdo Nacional de Empleo (ANE) con la secreta convicci¨®n de que nunca llegar¨ªa a cumplirse. Determinadas corrientes dentro de los sindicatos y de las organizaciones patronales est¨¢n contestando ahora la validez del acuerdo antes de que entre en vigor, el 1? de enero de 1982, y antes, tambi¨¦n, de que maduren las frustraciones que suelen acompa?ar a los incumplimientos.En la cr¨ªtica a los Presupuestos Generales de? Estado para 1982 han coincidido, desde enfoques opuestos, empresarios y sindicatos. A juicio de los primeros, el excesivo d¨¦ficit p¨²blico previsto para el pr¨®ximo a?o detraer¨¢ recursos que deber¨ªan destinarse a financiar las iniciativas de las empresas privadas. Desde el punto de vista de los segundos, la financiaci¨®n de este d¨¦ficit recae, en buena medida, sobre los ingresos de los trabajadores, que contribuyen mayoritariamente con sus impuestos a sostener las cargas del Estado, entre las que se cuenta el sostenimiento de empresas en crisis. En esa l¨ªnea, el portavoz en el Congreso de los socialistas vascos, Carlos Solchaga, lleg¨® a decir anteayer, durante el debate presupuestario, que "el Gobierno ha traicionado el esp¨ªritu de concertaci¨®n que informa el ANE".
En estos momentos ha comenzado ya la negociaci¨®n de los primeros convenios colectivos, dentro de la banda del 9 al 11% de incremento salarial marcada por el acuerdo, y en un clima de moderaci¨®n y debilitamiento sindical. Este clima -uno de los primeros frutos del ANE- ha sido posible gracias a las propias expectativas creadas en toda la sociedad espa?ola por el compromiso global de mantenimiento del nivel de empleo adquirido por la patronal y el Gobierno a cambio del recorte salarial.
La rebaja en los incrementos salariales, por debajo de la inflaci¨®n, y la paz social se est¨¢n cumpliendo por parte de los sindicatos. No obstante, algunos empresarios, envalentonados con esta atm¨®sfera de moderaci¨®n -y desoyendo los consejos que Maquiavelo daba a su pr¨ªncipe-, han cre¨ªdo posible no s¨®lo vencer sino arrasar al movimiento sindical. Las diferencias de planteamientos entre la base y la c¨²spide de las organizaciones patronales -entre las peque?as y medianas empresas, agobiadas por el d¨ªa a d¨ªa, de una parte, y las grandes y los bancos, m¨¢s preocupados por el largo plazo, de otra- se han materializado en la actitud indecisa y/o ambigua de los dirigentes m¨¢ximos de la CEOE, antes y despu¨¦s de la firma del ANE, y que les llevaron incluso a retirarse de forma airada de la comisi¨®n de seguimiento y a regresar a ella a rega?adientes.
Inicialmente, los empresarios, y buena parte de la central socialista UGT, no parec¨ªan dispuestos a firmar tal acuerdo, sino a continuar con el antiguo Acuerdo Marco-Interconfederal (AMI) en su tercera versi¨®n mejorada. Sin embargo, apareci¨® el Gobierno como principal valedor de un acuerdo tripartito que le incluyera junto a los agentes sociales. Algunos empresarios justificaron el inter¨¦s del Gabinete en la incapacidad manifiesta que ten¨ªa para controlar los incrementos de sueldos de los funcionarios en el nuevo dise?o presupuestario. Fuentes gubernamentales llegaron a acusar indirectamente a la patronal como responsable, entonces, de torpedear las conversaciones y de no fomentar, por tanto, la creaci¨®n de puestos de trabajo. El ANE se hab¨ªa convertido, antes de nacer, en la pieza clave del programa de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo y, el Ministerio de Econom¨ªa estaba decidido a culminarlo.
Tras jornadas agotadoras de discusi¨®n y de tensi¨®n, los sindicatos aceptaron apretarse el cintur¨®n recortando los incrementos salariales a cambio de que las otras dos partes mantuvieran el nivel de empleo, creando los 350.000 puestos que se presum¨ªa iban a desaparecer en ese per¨ªodo. La patronal descarg¨® una parte de su responsabilidad en el Gobierno, quien qued¨® comprometido, entre otras cosas que inflaban el d¨¦ficit, a incrementar la inversi¨®n p¨²blica.
Trabajadores y empresarios se pusieron de acuerdo en que el Gobierno tendr¨ªa que crear los puestos de trabajo. Ambos ten¨ªan la convicci¨®n, junto con el propio Gabinete, de que aquello era pedir peras al olmo. En 1980 se perdieron unos 250.000 empleos -ca¨ªda de la poblaci¨®n activa ocupada- y en 1981 se perder¨¢n aproximadamente unos 200.000 empleos m¨¢s, ya que la tendencia se ha mantenido aunque algo mejorada. ?Qui¨¦n va a crear esos empleos? El Gobierno no ha dicho a¨²n claramente con qu¨¦ pol¨ªtica econ¨®mica va a crear esos puestos de trabajo, pero los trabajadores est¨¢n moderando ya sus aspiraciones salariales. Muy pronto, cuando empiecen a, percibir sus salarios disminuidos, con p¨¦rdida de unos puntos en su poder adquisitivo, se preguntaran necesariamente ?d¨®nde est¨¢n los puestos de trabajo por los que hemos aceptado este sacrificio? Las protestas afloran ya en algunos comit¨¦s sindicales y algunos empresarios dicen en voz baja que el ANE no es lo que ellos quer¨ªan, sino libertad de despido de los nuevos contratados o libertad de despido con mantenimiento de plantilla. Los agentes sociales tienen a veces la impresi¨®n de que el acuerdo se va a romper, a¨²n antes de nacer, por donde acostumbra a incumplirse; es decir, por la parte que corresponde al Gobierno. Y en sus an¨¢lisis flotan siempre las elecciones anticipadas que suelen acompa?ar habitualmente a Presupuestos del Estado tan expansivos como los de 1982.
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