La guerra
Aparte los inc¨®modos armenios y las bell¨ªsimas proarmenias (como las pro-chinas madrile?as de los setenta), aparte de que los empresarios franceses tampoco se dejan nacionalizar, y los m¨¦dicos del mundo de Guermantes defienden la medicina liberal, asocul y exquisita, como los educadores vaticanistas defienden la ense?anza libre, aparte, en fin, de que la gran derecha europea est¨¢ inc¨®moda con una rep¨²blica socialista (no sovi¨¦tica, esta vez), entre la orilla derecha y la orilla izquierda del Sena (o sea, entre el Atl¨¢ntico y el Mediterr¨¢neo), aparte todo esto, y por si fuera poco, en fin, los heraldos m¨¢s negros de que viene la guerra son la homeopat¨ªa y Antonin Artaud.Todo el mundo me recomienda tratamiento homeop¨¢tico para mi faringitis, incluso la l¨ªrica y list¨ªsima Fran?oise Cibiel (que debiera conocerme ya mejor), y en todas las farmacias de Par¨ªs hay un escaparate dedicado a la homeopat¨ªa. Por otra parte, la vanguardia teatral, que siempre est¨¢ descubriendo retaguardias, vuelve a Artaud como padre terrible del teatro de la crueldad. Para teatro de la crueldad, el de la guerra fr¨ªa Breznev/Reagan, que tiene ¨¢lgido Par¨ªs y a todos los parisinos cur¨¢ndose la gripe mediante homeopat¨ªa. Cuando vuelve la homeopat¨ªa (que ha vuelto varias veces en este siglo), es que todo el mundo est¨¢ cur¨¢ndose en salud porque espera la guerra. Cuando vuelve la crueldad al teatro, es como un exorcismo que le hacemos a la crueldad del destino: y ya se sabe que el destino es la guerra y tiene cabeza nuclear. ?Qu¨¦ es el teatro sino ceremonia, celebraci¨®n, exorcismo? Y m¨¢s el teatro de Artaud.
Cuando la gente se curaba mediante homeopat¨ªa aquella gripe rom¨¢ntica y europea que fue la guerra del 14, Artaud masticaba peyote (el teatro no daba para solomillo), buscando la actriz dispuesta a morir de verdad en una comedia suya. Ninguna c¨®mica se deiaba. pero m¨¢s les hubiera valido, porque vino la guerra siguiente y las mat¨® a todas: o sea, la gripe/Hitler.
Son cosas que pasan aqui en Par¨ªs, donde nadie cree de verdad en la guerra, pero Severo Sarduy se ha roto la cabeza en una escalera y dice, vendado:
- Bueno, pues ya estoy como Apollinaire.
Como Apollinalre en el catorce, claro: ?Del rojo al verde. todo el amarillo se muere?. Los s¨ªntomas. pues. son los mismos: la guerra ya tiene sus poetas y hasta sus profetas. Artaud, Apollinaire, Severo Sarduy.
Pero vienen las periodistas a entrevistarme a la orilla de la cama (que estoy con la gripe preb¨¦lica del 14), y les digo que la guerra, la muerte., puede faltar a la cita con sus amados, los poetas, si el social¨ªsmo de Mitterrand se queda en homeop¨¢tico y no suscita la alergia empresarial (Chottard, Gattaz) mediante arandes dosis. En los restaurantes caros se ignora tranquilizadoramente la nueva cocina y, en los pisos de media tarde, las damas vogue vuelven a la falda recta a rayas diplom¨¢ticas, como hecha con un pantal¨®n del marido. Par¨ªs no cree en la guerra.
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