Estancamiento de la LAU
Me averg¨¹enza sobremanera recordarlo, pero la verdad es que en diciembre de 1977 lleg¨® a todas las universidades del pa¨ªs una circular que conten¨ªa unos cuantos puntos, embri¨®n de lo que iba a ser una ley de Autonom¨ªa Universitaria. Desde entonces hemos conocido varias versiones de proyectos de ley, una tras otra con modificaciones seg¨²n la mentalidad de quienes pesaban m¨¢s en cada coyuntura. Incluso llegamos a tener, pronto har¨¢ un a?o, un proyecto aprobado en la comisi¨®n del Congreso , listo ya para pasar al Pleno. Desde entonces, la ley ha sido presentada y defendida por tres ministros ... ; pero de ley, nada.La Universidad de Barcelona, por medio de sus ¨®rganos m¨¢s representativos, ha manifestado su posici¨®n contraria al contenido del ,proyecto inicial y los sucesivos; entre otras razones, por demasiado reglamentistas y centralistas (qu¨¦ poco quedaba en ellos para la autonom¨ªa de la universidad, que tan pomposamente figuraba en el t¨ªtulo). No es que nos opusi¨¦ramos a que por fin existiese una ley, sino que consider¨¢bamos que esta, realmente indispensable, deb¨ªa adecuarse a una universidad moderna, no ligada a condicionamientos at¨¢vicos. Ahora bien: nosotros -rector y vicerrectores de la Universidad de Barcelona- no hemos permanecido con los brazos cruzados. En ¨ªntimo contacto con las otras dos universidades catalanas y con media docena de otras de todo el Estado, establecimos reiterados contactos entre nosotros y con parlamentarios de varias tendencias pol¨ªticas. Lo prueban el seminario de C¨®rdoba (septiembre de 1978) y reuniones habidas en Barcelona y, sobre todo, en Madrid. Quer¨ªamos contribuir a una universidad entendida como servicio p¨²blico, democr¨¢tica (que no reservara el poder a un solo rector, sino que en sus distintos ¨®rganos hubiese amplia representaci¨®n de todos los universitarios), m¨¢s aut¨®noma en la contrataci¨®n, la adscripci¨®n y el control de su profesorado.
Salvar las responsabilidades
Ya lo he dicho: entre las vanas versiones de los proyectos de ley, las hab¨ªa que se acercaban m¨¢s a nuestros puntos de vista. Pues bien quiz¨¢ sea ya hora de empezar a decir algo, aunque sea para salvar las responsabilidades ante la opini¨®n y ante las generaciones venideras. Sin jactancia, pero s¨ª para servir a la verdad, dir¨¦ que la Universidad de Barcelona ha intervenido muy activamente en el intento de obtener una ley abierta, renovadora y estimulante. Los distintos partidos, e incluso el propio ministro, saben que ha sido casi inagotable nuestra capacidad de generar documentos por escrito, que conten¨ªan desde enmiendas a los sucesivos proyectos hasta planteamientos generales sobre la ley y f¨®rmulas transaccionales concretamente articuladas.
Hay que reconocer que los resultados no corresponden a los esfuerzos realizados. La ¨²ltima versi¨®n, de la pasada primavera (?ser¨¢ realmente la ¨²ltima?), ven¨ªa a rectificar muchos extremos de la anterior, en el sentido de una mayor cerraz¨®n en el concepto y en el funcionamiento de la universidad. Esas modificaciones se hicieron en aras de un pacto pol¨ªtico a alto nivel, cuya diafanidad y cuyo grado de firmeza y efectividad nunca han acabado de quedar claros. De hecho, no parece tampoco que as¨ª se resuelva la situaci¨®n: los ponentes, reticentes con respecto al dictamen que ellos mismos hab¨ªan redactado, han tardado tres meses en firmarlo. Y otros nubarrones amenazan con nuevas borrascas.
Y mientras prosiguen alternativamente laboriosas negociaciones y rotundos fracasos, los universitarios estamos apurando ya la paciencia. Hasta ahora ten¨ªamos la esperanza de conseguir una ley que, a pesar de no satisfacernos en muchos de sus extremos, se convirtiera en un instrumento capaz de llevar la gesti¨®n de la universidad con una cierta congruencia. Pero lo cierto es que hasta esta esperanza hemos perdido. En efecto, llega un momento en que ya no se trata tan s¨®lo de cerraz¨®n; se trata, fundamentalmente, de estancamiento. Se nos brinda un ejemplo m¨¢s de la vieja costumbre hisp¨¢nica de no resolver los problemas. Pienso que estamos ante un caso claro de lo que los teorizantes llaman violencia estructural. Seg¨²n ellos, en una sociedad hay violencia estructural cuando los elementos de freno pesan m¨¢s que los innovadores... (Y pensar que esto ocurra en la universidad, que quiere ser -y es por naturaleza- fermento de progreso en la ciencia y en la vida de la sociedad.)
A nadie se le oculta que la situaci¨®n universitaria de hoy entra?a abundantes y graves peligros, tanto para el funcionamiento de la universidad como para la moral de los mismos universitarios. He de denunciarlo con la mayor energ¨ªa. Ello no obstante, tenemos que reaccionar. Opong¨¢monos al desaliento que pugna por imponerse. Aunque choquemos con in gentes obst¨¢culos, nuestra con ciencia de universitarios nos hace decir que procuraremos, en la medida de nuestras fuerzas y hasta all¨ª donde lo permitan las circunstancias, sacar adelante la universidad. Por lo que respecta a la Universidad de Barcelona, nuestro empe?o fue rubricado, en el claustro del pasado mes de mayo para la elecci¨®n de rector, por una amplia mayor¨ªa de participantes. Seguiremos luchando, pues, por una universidad abierta, democr¨¢tica, eficiente, al servicio de la comunidad. Y, al defender esta concepci¨®n, creemos que trabajamos no s¨®lo por el bien de la Universidad de Barcelona, sino tambi¨¦n por el bien de las universidades de todo ¨¦l pa¨ªs.
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