Aguirre Gonzalo
Jos¨¦ Mar¨ªa de Aguirre Gonzalo, presidente de Banesto, me env¨ªa una caja prenavide?a de botellas. Quisiera brindar con cada una de ellas, o levantarla como l¨¢mpara de oro e imaginaci¨®n, a medias con el financiero, para aclarar conceptos por Espa?a, por mejorar Espa?a en el deseo. Y enhorabuena por la reelecci¨®n.Este Carlos I, de Domecq, querido Aguirre, debe recordarnos que el Emperador hizo grande Espa?a porque la abri¨® al mundo, porque no la cerr¨® militarmente. Ayer lo dec¨ªa Carrillo en el hotel Convenci¨®n, bajo la bandera espa?ola: ?Un Ej¨¦rcito, sea el que fuere, invadiendo su propio pa¨ªs, contra su propio pueblo, es una aberraci¨®n hist¨®rica?. Hablaba de Polonia. Este whisky Macnair's, se?or Aguirre Gonzalo, tiene el cobre quemado en su olor, en su sabor que a m¨ª me gusta darle al agua cuando bebo. L¨¢mpara anglosajona del vivir, el whisky es la imaginaci¨®n que los espa?oles hemos secuestrado en nosotros mismos secuestrando escritores y poetas. El marisme?o de S¨¢nchez Rornate sabe a salinas de Rafael Alberti. Y ese fino La Ina, que ha sido como la genealog¨ªa de una clase entre taurina y olig¨¢rquica, debe beberlo todo el personal, que, cuando la ultranza hace una carta de vinos patri¨®tica, se olvida de anotar qui¨¦n se los bebe. As¨ª estos amontillados, o la ginebra, Aguirre, que sabe a enebros y cura la conciencia. O este Carlos III, que le han puesto a un co?¨¢ el nombre de aquel rey tan europeo, tripartito con Esquilache, Floridablanca y Campomanes, mejorador de Espa?a, ilustrado, o su ?ministro volteriano?, el Conde de Aranda, que promueve la expulsi¨®n de los jesuitas. Parec¨ªa aberraci¨®n mas¨®nica, pero hoy los jesuitas son mucho m¨¢s volterianos que el ingenuo Voltaire, su teolog¨ªa inquieta al Vaticano, su Teilhard de Chardin imagina un Dios c¨®smico, no de capilla, y hay mucho jesuita joven en las guerrillas. Carlos III, al fin, ten¨ªa raz¨®n, y el Borb¨®n heredado, nuestro Don Juan Carlos, sabe de qu¨¦ abuelos viene. Jereces abocados, olorosos, la dulcer¨ªa de los amontillados, coros de voces blancas de los vinos. El alcohol, don Jos¨¦ Mar¨ªa, cultivo de la vid por los fenicios, destiler¨ªa solar de los ¨¢rabes, sangre de toro de mis castellanos, es imaginaci¨®n, libertad de inventar, manera numerosa de pensar, querido Aguirre. No tiene, pues, sentido, pienso yo, cantar a nuestros vinos, como hiciera alg¨²n guardia, confundiendo el lirismo con la propiedad privada; no tiene, pues, sentido, encender en el redondel de nuestras vidas -ahora por Navidad y todo el a?o- esas l¨¢mparas de imaginaci¨®n de las botellas, para luego apagarlas a tiros, como en el saloon, llev¨¢ndose el gollete de un disparo y, con el gollete, la cabeza de un hombre o sus ideas. La imaginaci¨®n del hombre, salto cualitativo de los mundos, es esa dimensi¨®n de recrear el mundo, de recreamos a nosotros mismos; es, dicho de una vez, la libertad. Clavicordio de libertades, clavec¨ªn de fantas¨ªas, la caja navide?a que me mandas, presidente de Banesto: s¨®lo la verdad (que hay que inventarla) nos hace libres. El opio del pueblo, en la China imperial, era exactamente el opio, que se les daba gratis a los obreros/ esclavos para tenerles en un rendimiento constante. Mejor que eso, si no somos Tercer Mundo, es hacer libre al hombre por su fantas¨ªa, que siempre es variedad: hoy democracia.
Abolida la trascendencia, seg¨²n Adorno y la Escuela de Francfort, s¨®lo nos queda la pluralidad. Estamos (Sartre) ?condenados a ser fibres?. Descubierta, entre la destiler¨ªa y la filosof¨ªa, la libertad del hombre, ese es nuestro destino: la imaginaci¨®n. Taraceados por maduros alcoholes (has sido mi Apollinaire esta ma?ana, amigo Aguirre), d¨¦monos a inventar nuestro presente, lejos del fascismo patrilineal de un Jaruzelski madrile?o, que lo hay.
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