En Do?ana crece el silencio
Declarado reserva de la biosfera por la Unesco. Propuesto como lugar de patrimonio mundial. Parque nacional. Reserva de car¨¢cter cient¨ªfico. Punto superestrat¨¦gico en el eje migratorio de las aves desde el norte de Europa hasta Africa. Todos estos t¨ªtulos y otros m¨¢s ilustran Do?ana, el primero de los espacios naturales espa?oles, internacionalmente conocido.Y, sin embargo, las amenazas que hoy pesan sobre Do?ana son de tal magnitud que se prev¨¦ su irremisible desaparici¨®n en un plazo muy breve si no se adoptan urgentes, dr¨¢sticas medidas.
Veamos. Hace unos cincuenta a?os, las marismas del Guadalquivir ocupaban cerca de 200.000 hect¨¢reas. Un rosario de lagunas se extend¨ªa desde la de Santa Olalla, cercana al Guadalquivir, hasta Mazag¨®n. Una cadena de dunas m¨®viles orlaba la costa desde Sanl¨²car hasta el propio Mazag¨®n. Y delante, una playa virgen de m¨¢s de sesenta kil¨®metros, con abundant¨ªsima pesca y marisco. Tambi¨¦n abundaban los pescadores de agua dulce, los riacheros, que faenaban en el Guadalquivir, rico en especies como el esturi¨®n, el camar¨®n, la angula, la carpa y otras dando lugar a una pujante industria. Tambi¨¦n hab¨ªa otras profesiones, como la de los pateros, abejeros, pi?eros, carboneros y choceros, que configuraban un extraordinario mosaico humano de tradiciones y costumbres. Y nada se diga, por supuesto, de la fauna del coto, punto por el que Do?ana es mundialmente famoso como lugar de concentraci¨®n, anidamiento o paso de centenares de especies.
En 1980, fecha de publicaci¨®n de la ley de Do?ana, la situaci¨®n ha cambiado. El desarrollo ha mostrado la cara afilada de su guada?a y Do?ana sangra por varias heridas contundentes. De las 200.000 hect¨¢reas de marisma s¨®lo quedan unas 40.000. El resto ha sido convertido en arrozales o ha sido desecado con fines agr¨ªcolas. De los varios ca?os que alimentaban de agua a la marisma s¨®lo queda uno, el arroyo Madre o de la Rocina. Los dem¨¢s han sido desviados o simplemente suprimidos. Han desaparecido todas las lagunas que hab¨ªa desde el actual Matalasca?as hasta Mazag¨®n. De ello se han encargado los eucaliptares, que, implantados con profusi¨®n, absorbieron el agua disponible. Paralelamente, las mayores y mejores dunas m¨®viles fueron condenadas a la peor pena que pudiera caer sobre ellas: su inmovilidad, que fue lograda trabajosamente mediante la plantaci¨®n de pinos con ra¨ªces profundas.
En cuanto a la playa virgen, ya no lo es tanto. La urbanizaci¨®n de Matalasca?as rompe el paisaje de Do?ana con sus mil estilos constructivos distintos, excelso ejemplo de dislate urban¨ªstico. Naturalmente, sus estivaleros pobladores han dado buena cuenta de todo rastro de vida pisc¨ªcola que merodeara por las orillas. En el cap¨ªtulo de la pesca, mucho tendr¨ªan que decir los riacheros, los pescadores de agua dulce, que han visto c¨®mo a?o tras a?o disminu¨ªan las capturas por causas tales como la contaminaci¨®n del Guadalquivir y aleda?os, la canalizaci¨®n de los cauces y la desecaci¨®n de la marisma. Especies como el esturi¨®n desaparecieron con la construcci¨®n de la presa de Alcal¨¢ del R¨ªo, que se llev¨® por delante a la pujante industria del caviar del bajo Guadalquivir. Como consecuencia de todo ello, la mayor¨ªa de los pescadores tuvieron que cambiar de oficio.
No s¨®lo es la sequ¨ªa
Todo lo anterior se ha reflejado inevitablemente en la fauna terrestre y a¨¦rea de la zona. Baste decir que hace algunas d¨¦cadas la poblaci¨®n humana del entorno se alimentaba a diario con los huevos de gallaretas, que por miles se encontraban en la marisma. Hoy se necesitan horas para recoger un solo cesto de ellos. El h¨¢bitat de la fauna se ha reducido dr¨¢sticamente y algunas especies apenas tienen ya espacio para sobrevivir.
Pareciera que con la ley de Do?ana, dictada precisamente para cortar con tan alarmante evoluci¨®n, las cosas hab¨ªan de cambiar. Desgraciadamente no ocurri¨® as¨ª, y tres a?os despu¨¦s de la publicaci¨®n de la ley, el c¨¢ncer que padec¨ªa Do?ana se ha agravado. Poco a poco se cierne un mortal silencio sobre la zona. Las aguas no corren. Cada vez es m¨¢s apagado el griter¨ªo de los ¨¢nsares, concentrados y hambrientos en los escas¨ªsimos charcos de agua. La berrea, antes todo un espect¨¢culo de sonido, ha sido escu¨¢lida estos a?os. Parec¨ªa como el lamento de una fauna que se sabe condenada a morir pronto. Como han muerto ya decenas de animales vacunos, que desde tiempos inmemoriales hab¨ªan contado con agua y pasto suficientes en una marisma exuberante, que hoy se puede recorrer de palmo a palmo en autom¨®vil.
No es s¨®lo la sequ¨ªa el factor causante del silencio que se abate implacable sobre Do?ana. Es tambi¨¦n la desidia, la incompetencia, cuando no la mala fe. El furtivismo hace su agosto a lo largo y ancho del parque nacional, y apenas encuentra resistencia alguna. Sobre las marismas del Guadalquivir pesan a¨²n important¨ªsimas amenazas, como el plan Almonte-Marismas, que sigue erre que erre empe?ado en desecar para cultivar, cuando lo m¨¢s senstato, lo m¨¢s ecol¨®gico y aun lo m¨¢s rentable ser¨ªa plantear la utilidad de la marisma conservando su estado natural, puesto que no es muy corriente que la naturaleza se equivoque. La acuicultura podr¨ªa y deber¨ªa ser la soluci¨®n y el futuro de la marisma. En ella pueden obtenerse importantes producciones de cangrejo, angula, anguila, carpa, camar¨®n y otras especies. Con ello se conseguir¨ªa, adem¨¢s de rentabilizar la marisma, conservarla en su destino secular y permitir as¨ª que las aves acu¨¢ticas, tan desprovistas ya de zonas h¨²medas, vuelvan a tener refugio.
Mas no es esta la ¨²nica amenaza que tiene Do?ana. Subsisten los intereses, los viejos intereses que no titubean a la hora de obtener el lucro particular aun a costa de los mayores disparates ecol¨®gicos -y algunas urbanizaciones de la costa espa?ola dan fe de ello-. A¨²n siguen, agazapados, pero persistentes, los defensores de la famosa y pol¨¦mica carretera costera C¨¢diz-Huelva. A¨²n siguen tratando de enga?ar a toda una poblaci¨®n habl¨¢ndoles de salidas naturales, cuando en realidad ocultan torpes.intentos urbanizadores. Para ellos es buena toda acci¨®n que suponga atentar contra Do?ana en cualquiera de sus frentes. Porque la desaparici¨®n del inter¨¦s ecol¨®gico de la zona supondr¨ªa v¨ªa franca para sus apetitos.
Por todo ello es necesario denunciar el estado de cosas de Do?ana. Se muere, alanceado por todas partes, cosido a balazos furtivos, a canales, a presiones, bajo la mala fe de unos y la pasividad de otros. Las aves acu¨¢ticas buscan otros reposaderos. Se van a T¨²nez, a Marruecos, o buscan el agua y el alimento en los arrozales, donde son exterminadas por implacables l¨ªneas de escopetas. La fauna terrestre sucumbe r¨¢pidamente a manos del furtivismo sistem¨¢tico. De las viejas profesiones s¨®lo quedan flacos retazos. Casi todos los que antes viv¨ªan de los recursos naturales tuvieron que cambiar su oficio por otro m¨¢s ciudadano.
Y a todo esto se dir¨¢: ?Pero no hay una ley que protege al parque nacional de Do?ana? La hay, y bastante buena por cierto. Pero toda ley se convierte en un trasto in¨²til si las herramientas para su aplicaci¨®n no funcionan como debieran. La ley no pod¨ªa contar con eso. Ni con la jungla de variopintos intereses que es Do?ana. Por eso, y pese al buen ¨¢nimo de algunos, son los intereses contrarios a la ley los que est¨¢n ganando la partida.
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