Los relatos de Navidad
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En un cuento de Henrich B?ll, una t¨ªpica familia alemana sufre, sorpresivamente, un grave trastorno: la alucinaci¨®n de la t¨ªa Milla, que se niega a retirar el ¨¢rbol de Navidad y sus enanos sonoros de adorno, v¨ªctima de una obsesi¨®n sin cura: la de que todos los d¨ªas son la Navidad, debe haber permanentemente un ¨¢rbol en la sala, la familia tiene que reunirse todas las noches y celebrar la paz y el advenimiento de la salvaci¨®n. Como es una familia rica, apela a todos los recursos posibles para disuadir a la t¨ªa; en efecto, se trata de gente sensata, que sabe perfectamente que s¨®lo un d¨ªa es Navidad, s¨®lo un d¨ªa la familia se re¨²ne a escuchar el aleluya y a cantar los himnos de paz y de amor, s¨®lo un d¨ªa se celebra la salvaci¨®n. Por tanto, m¨¦dicos, psicoanalistas (los sofisticados terapeutas de la clase media con pretensiones o de los ricos con enfermedad de conciencia), curanderos y hasta el p¨¢rroco son convocados para disuadir a la t¨ªa Milla de su error. Pero la terquedad de la t¨ªa resiste cualquier terapia: si el ¨¢rbol no est¨¢, si, los enanos no entonan los himnos de paz, si la familia no se re¨²ne cada noche y se ofrecen re galos, la t¨ªa Milla cae en una depresi¨®n incontrolable: llora sin cesar, grita, sufre de insomnio y alarma al vecindario con sus quejas continuas.Gottifried Benn dej¨® escrito (en Doble vida) que la categor¨ªa bajo la cual el cosmos se evidencia es lacategor¨ªa de la alucinaci¨®n: distinta de la fantas¨ªa, la alucinaci¨®n guarda una clave que siempre es posible interpretar (sin apelar necesariamente a los m¨¦dicos o a los modernos magos de la tribu, los psicoanalistas) y proporciona un ¨¢ngulo para acceder a la hip¨®tesis del mundo, aunque sea a dimensi¨®n individual, nada despreciable, al fin, puesto que aqu¨¦l s¨®lo existe en tanto yo lo percibo. (Regla dif¨ªcilmente rec¨ªproca.) La alucinaci¨®n, en Kafka, en Rimbaud, en la etapa negra de Goya, en El Bosco o en ese grito desgarrador que es precisamente El grito, de
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Los relatos de Navidad
Munk (s¨®lo comparable al que emite Alida Valli en la ¨²ltima escena de la pel¨ªcula hom¨®nima de Antonioni: si no se inspir¨® en el cuadro, bien podr¨ªa haberlo hecho), es una categor¨ªa del. cosmos, una hip¨®tesis, un ¨¢ngulo del calidoscopio.
Los viejos cuentos
Las moralejas de los viejos cuentos de Navidad (Andersen, Chejov) insist¨ªan en el contraste entre ricos y pobres, pero sus ense?anzas evidentemente no fueron asimiladas: baste un paseo por las modernas tiendas de las grandes ciudades y un paseo equivalente por alg¨²n lugar del Tercer Mundo la noche del 24 de diciembre; sea como sea, cumpl¨ªan la funci¨®n de aliviar conciencias algo sacudidas por el presentimiento de que el reparto no era justo, ni siquiera proporcional a algo, ni justificado. Son cuentos deliciosos: recuperan para una civilizaci¨®n cada vez m¨¢s ritual y simb¨®lica (y, por ende, m¨¢s vac¨ªa de significados) la sencillez del sentimiento, la alegr¨ªa de la fraternidad (tan diferente a la compincheria, su versi¨®n inflacionaria). Una de las cosas que ha perdido la cultura del consumo es la capacidad de celebraci¨®n real, no simb¨®lica: a mayor cantidad de medios para hacerlo, tambi¨¦n ha aumentado la desilusi¨®n, el desafecto, la nostalgia paralizadora (aunque pocos puedan determinar nostalgia de qu¨¦ es). Hay que decirlo sin reparos: la Navidad tiene mala imagen, igual que el resto de las celebraciones tradicionales. Por los motivos anteriores o por esnobismo, se han convertido en una suerte de pesadilla: entre los que se creen en la obligaci¨®n de simular una concordia que no existe y los que creen que es cursi o vulgar (pasando por alto el hecho de que la cursiler¨ªa no reside en las formas, sino en el sentimiento) las estamos matando.
Junto al relato de Heinrich B?ll (met¨¢fora social y de costumbres que alcanza la dimensi¨®n de una alegor¨ªa contempor¨¢nea) habr¨ªa que recordar aquellas p¨¢ginas del Diario de Ana Frank en que la adolescente jud¨ªa y encerrada se las ingenia para celebrar sus fiestas confeccionando peque?as ofrendas con los materiales en desuso que encuentra en el desv¨¢n: los medios, escasos, depauperados, se transforman en virtud del trabajo que las manos efect¨²an sobre ellos, inspiradas por un sentimiento real. Hoy, pocos se animan a efectuar una ofrenda artesanal (en un universo de s¨ªmbolos el sello de las grandes tiendas nos ofrece prestigio social y al mismo tiempo nos desvincula, nos garantiza un presente cort¨¦s y distanciador); pocos se animan a confesar la alegr¨ªa (no por temor a la injusticia, sino a la cursiler¨ªa) y pocos se animan a lo m¨¢s importante: a construirla. Una sociedad de seres pasivos que lo reciben casi todo desde el exterior (las informaciones, su interpretaci¨®n, el entretenimiento, la moda y los s¨ªmbolos) parece extenuada para crear un espacio ¨ªntimo y fraterno de comunicaci¨®n. La t¨ªa Milla seguir¨¢ entonces reclamando un ¨¢rbol cada d¨ªa, el c¨¢ntico de los enanos que proclaman la paz.
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