Mantener la opci¨®n
" Try to see it my way, only time will tell if I am right or I am wrong, while you see it your way, there is a chance that we may fall apart before too long. We can work it out. We can work it out".
John Lennon y Paul McCartney
El 17 de octubre de 1956, la reina Isabel II de Inglaterra inauguraba la centra nuclear de Calder Hall, con lo que se iniciaba la utilizaci¨®n en el mundo occidental de la energ¨ªa nuclear, entonces llamada at¨®mica, para la producci¨®n industrial de energ¨ªa el¨¦ctrica. Eran tiempos en que este tipo de energ¨ªa abr¨ªa unas perspectivas de esperanza desbordada en la utilizaci¨®n de una energ¨ªa limpia y barata que daba nombre a una nueva era.
Hoy, veinticinco a?os cumplidos de aquella fecha, el panorama que ofrece la energ¨ªa nuclear es tan distinto que para algunos se debe hacer buena una frase similar a aquella que tanto usaba Alfonso S¨¢nchez para comentar pel¨ªculas del Oeste: una nuclear buena es una nuclear parada. Sin embargo, los hechos objetivos de estos veinticinco a?os' no parecen avalar tan dr¨¢stica afirmaci¨®n. Existen en funcionamiento unos 250 reactores nucleares de potencia con una experiencia acumulada superior a los 2.000 reactores-a?o. La producci¨®n de estos reactores, s¨®lo en 1980, hubiera servido para abastecer a Espa?a de energ¨ªa el¨¦ctrica durante m¨¢s de cinco a?os y medio. Desde hace m¨¢s de doce a?os funcionan en Espa?a centrales nucleares, y el hecho es que los espa?oles hemos consumido energ¨ªa el¨¦ctrica producida por la fisi¨®n del ¨¢tomo en cantidad suficiente para aprovisionar las necesidades de electricidad de una poblaci¨®n de 375.000 habitantes durante toda su vida.
Se puede considerar que, en cierto modo, las fuentes de energ¨ªa que entran en un balance energ¨¦tico son intercambiables. Sin embargo, el petr¨®leo es irreemplazable en el transporte mundial y como producto no energ¨¦tico, y por esa causa, y dado lo limitado de sus reservas, tiende a entrar en fracciones cada vez m¨¢s reducidas en la composici¨®n de los futuros balances energ¨¦ticos. La electricidad, por el contrario, se muestra particularmente vers¨¢til, tanto en la aceptaci¨®n de energ¨ªas primarias para su generaci¨®n como en la flexibilidad de su uso, proporcionando indistintament¨¦ calor, potencia, luz y un medio indispensable para la transmisi¨®n de informaci¨®n. Este hecho hace que la electricidad tienda a cubrir, en un porcentaje cada vez mayor, las necesidades energ¨¦ticas globales. ?s¨ª, el porcentaje del total de la energ¨ªa consumida en los pa¨ªses de la Comunidad Econ¨®mica Europea, cubierto en 1979 por la electricidad, fue del 28,6%, porcentaje que se espera vaya increment¨¢ndose en el futuro hasta un 35% en 1990.
?Cu¨¢les son, pues, las opciones disponibles para cubrir la generaci¨®n de esa demanda creciente de energ¨ªa el¨¦ctrica? La respuesta a esta pregunta puede ser la dada, con cierto grado de cinismo, por el profesor Rose, del Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts (MIT): "Hasta el a?o 2000, las alternativas son: energ¨ªa nuclear, combustibles f¨®siles (fundamentalmente carb¨®n y gas natural) o nada, en proporciones variables".
El precio de lo rutinario
La asociaci¨®n inmediata de las centrales nucleares y el medio ambiente se hace a trav¨¦s de una palabra cargada de tenebrosos significados: radiactividad. Sin embargo, la contribuci¨®n a la dosis radiactiva total que recibe la poblaci¨®n en las inmediaciones de la central, debida a ¨¦sta, es del orden de la cent¨¦sima parte de la que recibir¨ªan de todos modos por medios naturales y, m¨¢s importante a¨²n, del orden de las variaciones de la dosis radiactiva que esa poblaci¨®n, y cualquier otra recibe por efecto de sus h¨¢bitos sociales. Se estima que el incremento de la dosis radiactiva que una persona que viva en las inmediaciones de la central recibe por efecto de ¨¦sta es inferior a la dosis que recibir¨ªa esa persona por pasar una semana en una estaci¨®n de esqu¨ª, o incluso habitar en un tipo de vivienda u otro. Otro tipo de energ¨ªas, como el carb¨®n utilizado en centrales t¨¦rmicas, produce, a trav¨¦s de la eliminaci¨®n de escorias y cenizas conteniendo el uranio mezclado originalmente con el carb¨®n quemado, dosis radiactivas compa rables a las de las centrales nucleares, seg¨²n las conclusiones de un simposio internacional celebrado en junio de este a?o en Nashville y patrocinado, entre otras organizaciones, por el Programa Ambiental de Naciones Unidas y la Organizaci¨®n Mundial de la Salud.
Los efectos ambientales de las centrales nucleares son probablemente rriejor investigados y entendidos que los atribuibles a las centrales t¨¦rmicas que queman corribustibles f¨®siles, y la conclusi¨®n m¨¢s prudente es aquella a la que se lleg¨® en el anteriormente citado simposio de Nashville, en el que se afirmaba que los efectos sobre la salud de los distintos medios de producci¨®n de electricidad son demasiado peque?os para ser detectados, frente a los efectos derivados de otros tipos de contaminaci¨®n ambiental y los derivados de factores socioecon¨®micos. De cualquier forma, se puede afirmar que la energ¨ªa nuclear produce un efecto sobre la salud no mayor, y probablemente menor, que otros, tipos de energ¨ªa, como el carb¨®n, o el fuel,
?Son seguras las centrales nucleares? Esta es la pregunta clave del debate nuclear. De nada servir¨ªa una energ¨ªa nuclear limpia, como lo es, si su utilizaci¨®n supusiera un riesgo excesivo frente al de otros tipos de energ¨ªas. Ahora bien, preguntar si son seguras las centrales nucleares no tiene sentido si la pregunta pretende obtener una respuesta absoluta. Toda actividad llumana tiene unos riesgos asociados y, de igual forma, toda forma de generaci¨®n conlleva un cierto riesgo. Cuando decimos c
[ue un determinado coche es seguro, no afirmamos que: la conducci¨®n de ese modelo de coche nos garantiza la imposibilidad de un accidente, lo que ser¨ªa. f¨¢cilmente demostrable que no es cierto, sino que, por su concepci¨®n y dise?o, las probabilidades de un accidente usando ese modelo de coche son menores y, a suvez, la protecci¨®n que ese dise?o ofrece en caso de que el accidente ocurra es mayor que para otros modelos de coche. Si usamos este criterio, se puede afirmar que las centrales nucleares son seguras, puesto que en su dise?o y construcci¨®n se han tenido en cuenta los elementos que hacen que la probabilidad de un accidente sea menor que para otras tecnolog¨ªas de generaci¨®n de electricidad, y tambi¨¦n que, en caso de accidente, la protecci¨®n que ofrecen (v¨¦ase el caso del accidente de Three Mile Island) evite da?os graves.
De igual forma que se eval¨²an dos modelos de coche, se pueden comparar los riesgos de dos formas de generaci¨®n de electricidad que, por tanto, proporcionan id¨¦ntico beneficio. Consideremos, por ejemplo, la energ¨ªa hidroel¨¦ctrica y la nuclear. Ambas opciones son limpias si todo funciona normalmente, pero ofrecen un gran potencial de da?o si ocurre un accidente grave. En 1979, una presa en Morvi (India) caus¨® m¨¢s de 3.000 muertes; en 1963, en Vaiont (Italia), se produjo un accidente similar, con m¨¢s de 2.600 muertos, y en la mente de todos permanece la rotura de la presa de Ribadelago, en 1959, causando m¨¢s de 120 muertos. Se estima que la rotura catastr¨®fica de la presa de Folson, en Estados Unidos, podr¨ªa causar unas 260.000 v¨ªctimas, cifra muy superior a cualquier estimaci¨®n de los efectos de un acci.dente nuclear. Si se comparan las probabilidades de un accidente que produzca cien v¨ªctimas como consecuencia inmediata, y aun teniendo en cuenta las imprecisiones que este tipo de estudios presentan, la probabilidad de un accidente nuclear es unas 250 veces menor que la probabilidad de un accidente de esas consecuencias por rotura de una presa.
Sin embargo, la percepci¨®n del riesgo en todo lo relacionado con lo nuclear es mucho mayor de lo que un an¨¢lisis riguroso de las probabilidades de accidente podr¨ªa sugerir, lo mismo que ocurre con el transporte a¨¦reo frente a otros tipos de transporte. Los estudios de probabilidad de accidente muestran que el transporte a¨¦reo es, con mucho, el sistema m¨¢s seguro; sin embargo, es percibido en general como el m¨¢s peligroso. Es m¨¢s: entre los pasajeros de un avi¨®n, el riesgo es com¨²n para todos, aun siendo percibido de forma totalmente distinta por unos u otros.
El hecho es que, a pesar de cuantos intentos de racionalizaci¨®n sobre el tema nuclear se han hecho desde la industria, la ciencia y los organismos de planificaci¨®n energ¨¦tica, la energ¨ªa nuclear sigue despertando un recelo no justificado por los hechos objetivos. ?Cu¨¢l ha sido la causa de que las esperanzas de los comienzos de los a?os sesenta no se hayan cumplido?
Como ocurre con toda fuente energ¨¦tica nueva, y como hoy ocurre con las energ¨ªas alternativas, su potencial se explot¨® principalmente por entusiastas, y ellos fueron los expertos. Solamente cuando se alcanza una relativa madurez surgen oponentes tambi¨¦n expertos, como ha ocurrido en el caso de la energ¨ªa nuclear y, sin duda, ocurrir¨¢ con las energ¨ªas alternativas. Adem¨¢s, la energ¨ªa nuclear representa un s¨ªmbolo de un modelo de desarrollo y, como tal, ha sido usado de forma un tanto fetichista por aquellos que se oponen m¨¢s a un modelo de sociedad que a una fuente energ¨¦tica determinada. Representantes de la oposici¨®n ecologista en Espa?a, como Amigos de la Tierra, han llegado a afirmar que aun si la energ¨ªa nuclear fuera totalmente segura, estar¨ªan en contra de ella. Junto a estos representantes de la oposici¨®n sociol¨®gica surgen aquellos que Ram¨®n Margalef describe como "los popularizadores tremendistas que amenazan a la humanidad con los m¨¢s graves castigos, haga o no haga cualquier cosa, y su emotividad resulta infecciosa en un medio social poco favorable al pensamiento libre".
Si la energ¨ªa nuclear es m¨¢s segura que otros tipos alternativos de energ¨ªa, si los estudios comparativos de los efectos ambientales de distintas fuentes de energ¨ªa favorecen lo nuclear sobre otras fuentes y si la operaci¨®n de centrales nucleares durante m¨¢s de veinticinco a?os ha probado que pueden constituir una alternativa v¨¢lida para entrar a formar parte del balance energ¨¦tico, no parece que una sociedad desarrollada pueda permitirse el lujo de abandonar esta fuente.
La elecci¨®n en los pr¨®ximos veinte a?os no est¨¢ entre carb¨®n y nuclear, sino entre satisfacer la demanda con ambos -carb¨®n y nuclear- o flotar en cierto tipo de sociedad distinta de la industrial. Saber encontrar un equilibrio en la definici¨®n del balance energ¨¦tico que una sociedad use, mientras encuentra caminos para desarrollar fuentes m¨¢s durables de energ¨ªa, constituye un desafio que debe ser resuelto con racionalidad, porque aquella sociedad que no sepa encontrar ese equilibrio, como las estirpes condenadas a cien a?os de soledad, no tendr¨¢ una segunda oportunidad sobre la Tierra.
Rafael Quintana es ingeniero aeron¨¢utico y Master of Science en Ingenier¨ªa Nuclear.
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