El suicidio en Espa?a
Las respuestas sociales frente al suicidio socilan desde una total condenaci¨®n hasta una ligera desaprobaci¨®n dentro de los respectivos sistemas socioculturales. La decisi¨®n de poner fin a la vida es un hecho que existe desde las m¨¢s remotas ¨¦pocas. Sin embargo, ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento reprueban tal acci¨®n. En la antigua Grecia y en Roma se trataba de un acto que era aprobado socialmente si los que lo comet¨ªan pertenec¨ªan a la clase alta, confiriendo un car¨¢cter honorable al suicidio. Contrariamente, si quienes lo efectuaban eran esclavos, estaba penalizado, debido al coste que representaba para sus propietarios. En Atenas, una pr¨¢ctica corriente era amputar la mano del suicida, con preferencia aquella con la que intentara quitarse la vida. En Roma, quien se hubiera suicidado colg¨¢ndose se le negaba la posibilidad de recibir sepultura en lugar sagrado. La condena al suicidio se refuerza en la Edad Media con la expansi¨®n del cristianismo. El cuerpo del suicida era objeto de fuertes sanciones y degradaciones. En el Reino Unido era una pr¨¢ctica habitual que el difunto fuera enterrado en el cruce de caminos, como manera de asegurarse el no retorno de los fallecidos.Hasta el siglo XVIII se consideraba el suicidio como sin¨®nimo de homicidio, cuya pena podr¨ªa ser desde la confiscaci¨®n de los bienes y degradaci¨®n del cuerpo hasta la negaci¨®n de dar sepultura en lugar sagrado.
En cuanto a las teor¨ªas que analizan este fen¨®meno, observamos que los primeros te¨®ricos analizan el suicidio desde un punto de vista psiqui¨¢trico. En el siglo XIX es una pr¨¢ctica frecuente etiquetar al suicida como un desviado social que tiene afectadas sus facultades mentales, r¨®tulo que permite evitar las implicaciones sociales de este acto. Sin embargo, en funci¨®n del incremento progresivo de este fen¨®meno, se le comienza a considerar como un problema social, junto con la pobreza, el crimen, el alcoholismo, la enfermedad, en el contexto de la comunidad urbana. Las teor¨ªas sociol¨®gicas m¨¢s recientes est¨¢n formuladas dentro del contexto durkheimiano; es decir, se considera el suicidio como ?una muerte causada por una acci¨®n iniciada por el actor con la intenci¨®n de causar su propia muerte?.
En cuanto a la fiabilidad de los datos, podemos decir que la inmensa mayor¨ªa de las llamadas teor¨ªas sociol¨®gicas del suicidio hasta ahora publicadas han empleado las estad¨ªsticas oficiales como fundamento y prueba de su veracidad. A Pesar de los sesgos que presentan estos datos, en la mayor¨ªa de los pa¨ªses en que son recogidos por un organismo oficial, las interpretaciones resultan muy diferentes y dependen del marco te¨®rico con el que trabajan los investigadores sociales. Los cuadros que se presentan a continuaci¨®n han sido elaborados a partir de las cifras publicadas en los anuarios estad¨ªsticos de Espa?a, abarcando el per¨ªodo 1960-1979.
En una primera lectura de los datos espa?oles se observa en general una tendencia a la disminuci¨®n en la tasa de suicidios en estos ¨²ltimos diecisiete a?os (cuadro I). En cuanto al suicidio por edades (cuadro II), podemos establecer una primera correlaci¨®n: se observa que el suicidio aumenta con la edad. Muy lejos quedan las im¨¢genes difundidas constantemente por los medios de comunicaci¨®n de masas en que se presenta al suicida como un joven marginado. Si bien pueden existir muchos de estos casos, ello puede ser un problema acuciante, pero, ciertamente, no el m¨¢s frecuente.
En el cuadro III, relativo a suicidio y ocupaci¨®n, queremos dejar constancia de que el mayor inconveniente de esta variable es la gran cantidad de casos en que se desconoce la ocupaci¨®n del suicida (36% para 1960 y 41% para 1970). Por ello, s¨®lo destacaremos los casos en que la categor¨ªa supera la media nacional para el a?o respectivo, en la medida en que puedan constituir un m¨ªnimo real. Observamos que las ocupaciones rurales presentan ambos a?os tasas muy elevadas respecto a la media nacional, lo que da por tierra con otro estereotipo habitual: el que presenta el suicidio como un fen¨®meno urbano, lo que en Espa?a no constituye una caracter¨ªstica distintiva.
En cuanto a los medios empleados (cuadro IV), la distribuci¨®n de los medios se refiere exclusivamente a los casos letales. En el caso de las tentativas, la proporci¨®n en que es elegido cada medio es netamente distinta a la anterior. Por una parte, la composici¨®n de los sexos, en el caso de suicidios consumados o no, se invierte. En el primero predominan los varones, y en el segundo, las mujeres. En este caso, la variable sexo deja de ser una simple clasificaci¨®n en dos categor¨ªas para representar dos actitudes frente al suicidio. La mujer elige medios menos dr¨¢sticos, por lo cual la mayor¨ªa de estos actos quedan en tentativas y, por tanto, en llamadas de atenci¨®n a las personas que la rodean. Observamos que los envenenamientos y el precipitarse desde la altura aumentan de un decenio a otro. Ambos medios son estilos de suicidios p¨²blicos, dado que no se trata de un acto realizado en solitario, sino rodeado de espectadores. La suspensi¨®n es el medio m¨¢s utilizado, tanto en uno como en otro decenio; es de destacar el contraste entre esta forma tan tradicional de quitarse la vida y la infinidad de medios que la sociedad moderna pone a nuestro alcance.
Para concluir, deseamos se?alar que estas reflexiones no pretenden ser concluyentes, sino simplemente aspiramos a desmitificar algunos de los estereotipos vigentes en los medios de comunicaci¨®n y en la sociedad en general frente a las caracter¨ªsticas que adquiere este hecho en Espa?a.
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