La ONCE
Adem¨¢s de ciegos, rojos. Este ser¨ªa el resumen de la situaci¨®n en la ONCE (Organizaci¨®n Nacional de Ciegos), que har¨ªa, por ejemplo, una contertulia de Embassy, exquisito local proustiano contra el que, naturalmente, no tengo nada. Porque en las votaciones democr¨¢ticas de la ONCE, parece que ha habido mucho ciego ?voltario? e incluso volteriano.El sistema electoral no es que sea malo en s¨ª mismo, sino que ya el hecho de votar parece que predispone a votar en contra. Y, desde el ciego del Lazarillo, no hab¨ªamos tenido otros ciegos tan levantiscos -ah, la ira santa del ciego- como algunos que se han manifestado en las elecciones de la ONCE. Rafael Rodr¨ªguez Albert, ciego, m¨²sico y republicano, compositor que no tuvo vida suficiente para recoger a tientas los honores que ahora se le derraman al maestro Rodrigo en su calle de Villalax, clamaba en los ¨²ltimos caf¨¦s madrile?os contra un escritor espa?ol (y correligionario, por m¨¢s delito), de quien se dec¨ªa explotado. En estos d¨ªas, precisamente, recibo carta del escritor explic¨¢ndome tecnol¨®gicamente sus relaciones con el invidente difunto y m¨²sico, sensible y sensitivo ¨¦l mismo, en vida, como un viol¨ªn. Me sobran los porcentajes y me falta, en esa carta, un poco de piedad por el ciego, por el muerto, por el m¨²sico, por el republicano, por el maestro Rodr¨ªguez Albert. Recibo tambi¨¦n cartas de la viuda del ciego. Y ah¨ª s¨ª que est¨¢ ¨¦l, no en los porcentajes de la Sociedad de Autores de Espa?a (que nada tiene que ver en el tema, por otra parte).
La otra noche me lo dec¨ªa Alvaro Delgado, mi retratista, comentando la cocamacola nacional:
-Y menos mal que no tenemos negros.
Sin ninguna connotaci¨®n negativa para los negros, claro, sino recordando los problemas raciales que, adem¨¢s de los generales, aquejan a otros pa¨ªses. Pero nuestros negros son los ciegos, y quienes siempre estamos amenazados por la sombra, los ojos d¨¦biles, leyendo y escribiendo toda una vida en el filo de la luz y la tiniebla, entendemos y atendemos al invidente, su vidente protesta social. Hasta les han cerrado El Sa¨²co, taberna esquinera, y cercana a la ONCE, donde se reun¨ªan con sus lazarillos, que jugaban a la nueva picaresca de la m¨¢quina tragaperras. Pronto se dice, querido Alvaro, que no tenemos negros. (Negros discriminados, se entiende.) Nuestros negros son los ciegos, los parados, los analfabetos, los de la colza y los de la periferia, que la otra noche habl¨¦ de periodismo en Getafe y all¨ª estaban los chicos de la facultad esa de Ciencias de la cosa, a la que Romero/Ans¨®n dieron un nombre largo y dejaron en la indigencia, que aqu¨ª todo lo arreglamos con nombres largos, ya que, como dice Pedro Ruiz en su show, ?somos m¨¢s horteras que un ata¨²d con pegatinas?. Por eso no quer¨ªan la democracia quienes siguen sin quererla. No s¨®lo por la democracia grande de las grandes elecciones, sino, lo que es casi m¨¢s importante, por la democracia peque?a de cada d¨ªa: elecciones en el Ateneo, en la ONCE, en el Ayuntamiento.
Es la democracia peque?a de cada d¨ªa, m¨¢s que la democracia grande del Parlamento y la TVE, la que mueve un pa¨ªs, y esta evidencia ha llegado hasta los invidentes (la privaci¨®n de un sentido siempre privilegia los otros). En las elecciones de la ONCE se han dicho verdades que estaban ya en la picaresca. Por algo los cl¨¢sicos pusieron las verdades de Espa?a en boca de ciego. La democracia, ya, sale de todas partes. Y la luz nos viene hoy de la penumbra dulce del no ver.
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