El viejo comunista
El viejo comunista se paseaba con su desconcierto a cuestas por las Ramblas, quer¨ªa oler el mar, que no huele a rosas, como dice generosamente Garc¨ªa M¨¢rquez, sino a petr¨®leo y alquitr¨¢n. Era de estos tipos que Pablo Neruda describi¨® con "el pellejo curtido y el coraz¨®n templado". Y me remito al poeta chileno porque fue premio Nobel y para que no digan que yo me pongo cursi. As¨ª que me encontr¨¦ al viejo comunista y vi que ten¨ªa cara de fantasma y en sus ojos hab¨ªa unos huecos muy profundos. Si hubiera sido mujer, quiz¨¢ el viejo comunista me habr¨ªa confesado que ten¨ªa una pena muy honda, aunque su manera de dec¨ªrmelo fue que no sab¨ªa si iba a renovar su carn¨¦.El viejo comunista ha entregado veintid¨®s a?os de su vida al partido, y se pierden, esos a?os, en el magma confuso del olvido. All¨¢ qued¨® la clandestinidad, la c¨¢rcel, los despidos laborales. Qu¨¦ tiempos aquellos, piensa. Eran tiempos felices porque todo era explicable. La raz¨®n hist¨®rica le proteg¨ªa ante el misterio de la desdicha o la muerte.
El viejo comunista forma parte de aquel mar de rostros que brot¨® de la tierra durante los m¨ªtines de las primeras elecciones. Entonces estaba seguro de que todo hab¨ªa valido la pena: la familia rota, la profesi¨®n truncada, el destierro de "la celda. Hab¨ªa aprendido que la URSS era la patria lejana que le proteg¨ªa y le ayudaba a hermanarse con los desarraigados de la tierra. Y los mismos que le hab¨ªan transmitido esta fe, casi como una palabra divina, ahora le dicen que esta patria lejana est¨¢ acabada, desgastada, que hay que borrarla de sus sue?os m¨¢s profundos. Y el viejo comunista no entiende nada.
No s¨¦ qu¨¦ piensan hacer con toda esta gente que tiene fe. Hoy es peligroso tener fe, est¨¢ de moda decir que las creencias son in¨²tiles, que pueden ser trituradas en su cocina con una moulinex. Toda esta gente es un reflejo del Maciste de la Cronaca dei poveri amanti, de Vasco Pratolini, el cual no hab¨ªa le¨ªdo siquiera el Das Kapital, pero que sab¨ªa aplicarlo en la vida. El viejo comunista no es tan viejo como parece, pues es hijo de otras creencias que son ya antiqu¨ªsimas. Es hijo de Rafael Vidiella, por ejemplo, que se hizo comunista porque a los nueve a?os vio c¨®mo
Pasa a la p¨¢gina 10
El viejo comunista
Viene de la p¨¢gina 9
regresaban los soldados de la guerra de Cuba, con su traje de rayadillo hecho harapos, andando a pie desde las costas de Galicia, pidiendo limosna para sobrevivir, con el ¨²nico sue?o de poder morir en su tierra, quiz¨¢ en la otra punta de la Pen¨ªnsula. O del doctor Bonifaci, distinguido doctor de buena familia que, all¨¢ por los a?os treinta, no soport¨® ver c¨®mo mor¨ªan las mujeres que abortaban, desangradas en las chabolas de las monta?as de Montjuich. O de los ex deportados de los campos nazis, que tuvieron que devolver su carn¨¦ de militante cuando fueron liberados y pedir humildemente el reingreso al partido s¨®lo porque alg¨²n dirigente que hoy dice que el modelo sovi¨¦tico est¨¢ desgastado segu¨ªa entonces la consigna stalinista de que, "en principio, todo aquel que ha sobrevivido en los campos de la muerte puede ser un traidor". O de tantos refugiados que se han quedado con la memoria hecha rasgu?os en un Par¨ªs nada m¨ªtico, perdidos en chambres de bonnes, sin otro water que un agujero maloliente y racista al fondo del pasillo. El viejo comunista no tiene por qu¨¦ pensar en el oscuro sentimiento de culpa que lleva a algunos de sus dirigentes a tener que matar, obsesivamente, al padre. Pero no quiere convertirse en fantasma de lo que fue s¨®lo porque sus dirigentes tienen miedo, miedo de mirarse ante el espejo y ver dibujado en ¨¦l, entre brumas, su propio fracaso. Y este miedo lo vomitan hacia otros pa¨ªses. Hoy es la URSS. Ma?ana, Cuba. Pasado ma?ana, Nicaragua.
S¨®lo cuando no se ha pensado en la URSS como en la tierra prometida es posible, quiz¨¢, intentar entenderla. La URSS no es un para¨ªso, es cierto, pero se me ocurre preguntar qu¨¦ habr¨ªa sido de este inmenso pa¨ªs de no haber hecho su Revoluci¨®n de Octubre; quiz¨¢ hoy ofrecer¨ªa un panorama m¨¢s miserable que muchos pa¨ªses del llamado Tercer Mundo, quiz¨¢ ser¨ªa un desierto poblado de millones de hambrientos y analfabetos. Ya s¨¦ que son lugares comunes, pero siempre los t¨®picos encierran algo de verdad. Y convendr¨ªa recordar que la URSS pas¨® una guerra civil tan cruel como todas las guerras civiles, que tuvo que industrializarse sin haber pasado por la revoluci¨®n burguesa, que pag¨® la segunda guerra mundial con veinte millones de muertos contra medio mill¨®n de Estados Unidos.
Est¨¢ bien que Reagan, erigido en madre superiora a la b¨²squeda de una cruzada por defender, se acuerde de una Polonia desesperada y profundamente herida. Est¨¢ bien que Reagan proponga sanciones econ¨®micas. Al fin y al cabo, este es su papel en la historia. Pero al viejo comunista le es dif¨ªcil aceptar que se sancione moralmente, al padre que nos ha decepcionado, s¨®lo porque se esperaba de ¨¦l la perfecci¨®n y la verdad con may¨²sculas.
Resulta curioso que haya gente conservadora y liberal que en tienda m¨¢s el proceso hist¨®rico que ha sufrido la URSS que no aquellos que pudieron sobrevivir durante muchos a?os gracias a ella. Quieren matar al Maciste que ten¨ªan en su interior porque hoy d¨ªa sienten verg¨¹enza de mostrarlo. Qui¨¦n sabe, a lo mejor este Maciste estaba hecho de cart¨®n piedra, como aquellas viejas pel¨ªculas del imperio romano que poblaron los sue?os estadounidenses de mi infancia.
Sin embargo, lo m¨¢s seguro es que el viejo comunista, despu¨¦s de oler el mar y pensar que s¨ª exhala fragancia de rosas, vaya a renovar su carn¨¦. Porque al viejo comunista todav¨ªa le queda coraz¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.