En el parque del Retiro
Dos paral¨ªticos, sentados en sillas de ruedas, tocan la guitarra acompa?ando unos salmos a ritmo de rock. Entre la pareja de baldados hay un caballero cetrino, de gab¨¢n desgalichado, con la Biblia en la mano, los brazos extremadamente abiertos y la quijada hacia arriba, como si fuera a despegar. Este ser preside un corro de cincuenta devotos, todos con los brazos en cruz, y all¨ª se ven viejas con abrigo de mut¨®n, j¨®venes de espiritualidad subalimentada y se?ores de media edad, con gafitas sin montura y babilla dulce en los labios, con pinta de oficinistas. Pero aqu¨ª nadie es oficinista porque ahora son las once de la ma?ana de un d¨ªa laborable y estos tipos est¨¢n rezando a Dios en el parque del Retiro, como si tal, bajo las ramas desnudas de los casta?os de indias. Hay un poco de niebla dorada y el grupo canta cosas del profeta Daniel, para hacer boca. Despu¨¦s de un salmo de mal ag¨¹ero, las guitarras dan un acorde, el coro para en seco y el caballero cetrino toma la palabra y con voz de mosquita muerta anuncia grandes cataclismos para el a?o que viene, lluvias de azufre, pestes bub¨®nicas en v¨®mito negro e indica a sus fieles y dem¨¢s curiosos la forma de ponerse a salvo. Un ne¨®fito con cara de gafe le interroga:-?Es cierto, maestro, que el fin del mundo est¨¢ tan cerca?
-No lo dude, hermano, responde el pastor. El gran fin de fiesta est¨¢ anunciado para 1983. Se llevar¨¢ a cabo mediante una plaga de langostas de hierro.
-?D¨®nde viene eso?
-En el Apocalipsis. Aqu¨ª, en este libro sagrado hace ya 2.000 a?os que est¨¢ descrita con pelos y se?ales la bomba de neutrones.
El caballero iluminado abre la Biblia, busca con la u?a sucia el p¨¢rrafo escogido y lee textualmente:
-"El quinto angel toc¨® la trompeta y vi una estrella del cielo ca¨ªda en la tierra. Y di¨®sele la llave del pozo del abismo. Abri¨® el pozo del abismo y subi¨® un humo semejante al de un horno inmenso y con el humo de este pozo quedaron oscurecidos el sol y el aire. Y del pozo salieron langostas de hierro sobre la tierra, a las que se les mand¨® que no hiciesen da?o a la hierba, ni a cosa verde, ni a ning¨²n ¨¢rbol, sino s¨®lo a los hombres que no lleven la se?al en la frente." ?Lo ve usted, hermano? Esto es la bomba de neutrones.
-?Y qu¨¦ se?al hay que llevar en la frente para librarse?
-Una cruz con barro del Jord¨¢n. Lo traigo en esta marmita.
Por la niebla de un pasillo de boj viene trotando una anciana con chandal rojo. Lleva fibras de pulm¨®n en el belfo, trae la cara desencajada. Sin duda para esta anciana deportista el fin del mundo est¨¢ m¨¢s cerca todav¨ªa. Cuando pasa junto al corro del predicador, en el silencio de p¨¢jaros, se oye un crujido de cart¨ªlagos. Hoy el parque del Retiro ha amanecido con una bruma de acero sobre los casta?os desnudos. El sol de febrero lo ha dorado todo a esta hora. Bajo la copa de niebla hay una foto fija: el corro de ne¨®fitos propiamente dicho, la mujer del chandal rojo, columpios con ni?os d,eteni dos en el aire, diez jubilados con perrito, un ecologista rapado al cero que transporta un estuche de viol¨ªn,tres card¨ªacos dando el paseo prescriptivo, seis corredores de footing, un lobo de mar con la pata chula y los bigotes engomados y un millonario hipocondr¨ªaco que lleva bajo el brazo toda la Prensa de la ma?ana, incluido el Finantial Times.
De repente, esta imagen congelada comienza a animarse otra vez. El predicador deja la Biblia sobre los muslos del baldado a su izquierda y grita con tono de barquillero.
-Los que quieran salvarse de la at¨®mica, que se vayan acercando. En fila india, por favor.
Abre una marmita, atada con una lezna de zapatero y lo que hay dentro es realmente barro. Delante del predicador se establece una cola de debotos y uno a uno su clientela va humillando el testuz y se deja manipular en la frente un churret¨®n de limo oscuro, que el tipo acompa?a con una palabra indescifrable. La anciana del chandal rojo se aleja renqueando con el bazo en la mano hacia la parte del estanque. El lobo de mar se palpa el zurr¨®n y se va a dar de comer a los gorriones de la explanada, detr¨¢s de Pavill¨®n, como hace todos los d¨ªas desde 1972, ma?ana y tarde, llueva o truene. El millonario del Finantial Times, a las once de la ma?ana, toma posiciones en su banco de los aleda?os del Angel Ca¨ªdo.
Este es un se?or ligeramente asm¨¢tico, con abrigo azul de cachimira, los ojos de agua, el pelo blanco, la piel encendida, un poco blando como si estuviera hervido. Este se?or se levanta a las nueve. Desayuna. Baja al portal las diez, all¨ª el conserje le fija con una sonrisa cinco peri¨®dicos en el sobaco y le despide con una suave palmada en la paletilla. Antes de pisar la acera el millonario saca el pa?uelo de hilo con sus iniciales bordadas y se lo pone en forma de mascarilla entre la boca y la nariz. As¨ª atraviesa de puntillas cuatro calles con cara de asco huyendo del muladar de coches. Entra en el parque del Retiro y todav¨ªa camina cien pasos contados junto al paseo de magnolios antes de decidirse a liberar del todo su respiraci¨®n. Este se?or tiene en el parque un banco reservado y se cabrea mucho, da alaridos de Tarz¨¢n cuando lo encuentra ocupado por alguna ni?era, soldado, guitarrista o estudiante con apuntes. El banco est¨¢ perfectamente elegido. Goza de ocho horas de sol en invierno y de una sombra cerrada durante el verano. Entre una mara?a de ramas se ve la estatua del Angel Ca¨ªdo, el ¨²nico monumento en el mundo levantado al demonio. En lo alto del pedestal Lucifer parece que acaba de resbalar en una piel de pl¨¢tano. El millonario antes de salir de casa ha dejado a la servidumbre una orden concreta.
-Hov quiero comer do por Jockey.
-S¨ª, se?or.
-A las dos en punto.
-S¨ª se?or.
La criada, un poco p¨¢nfila, sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Mientras tanto, el caballero millonario se sienta en el banco como en la poltrona de su oficina y comienza a leer los peri¨®dicos. Desde el parque del Retiro dirige una empresa financiera de setenta empleados, con horario medido de ma?ana y tarde. En este momento acaba de llegar un botones con la correspondencia. Por delante de su despacho vegetal pasa ahora un corredor de footing con los ojos fuera de ¨®rbita echando el bofe. El hombre lee por encima las cartas de forma rutinaria y da el visto bueno. Cerca de all¨ª una pareja se mete mano y enfrente mismo ,de su moqueta imaginaria un barbudo muy espiritual como devotamente una ensalada de berros y zanahoria. A las doce en punto acude su secretario y le ofrece un cartapacio abierto para que firme unos papeles. El hombre echa unos garabatos con estilogr¨¢fica de oro, el secretario saluda al final dando una cabezada y desaparece sin mediar palabra por un bosquecillo de pinos.
Perros, ni?os, abuelitos...A esta hora en el parque del Retiro hay un fest¨ªn de perros, ni?os, abuelitos solitarios y muchachos golfos. El sol templa la escalinata del monumento a Alfonso XIl que preside el estanque con una teor¨ªa de leones de piedra blanda, sirenas de bronce y ¨¢ngeles feroces abrazados por media tarta de columnas. La dulce brisa de este febrero transporta tenues ramalazos de marihuana y adolescentes con macuto posan el vaquero esmerilado en la barandilla de este enorme pastel. Al paseo del estanque acuden los primeros violinistas que atacan ratoneramente algo de Vivaldi con el estuche abierto a los pies, donde caen monedas ateriadas. Se forman entre un bullicio de perros y adoradores del sol peque?as orquestas con flautas de indio entre gritos de buhonero.
A la hora de m¨¢s estr¨¦pito de ocarinas, flautas, guitarras, trombones y violines, circulando entre corros de marionetas y teatrillos de mimo, se ve caminar una criada algo p¨¢nfila con cofia, uniforme negro y delantal blanco con puntillas almidonadas que lleva una gran cesta con iniciales. La criada se dirige hacia la parte del Angel Ca¨ªdo por un atajo que conoce de memoria. Cuando llega al banco de su se?or todo sucede con gestos rituales, repetidos a diario. Extiende un mantel sobre el asiento, destapa la cesta y saca el cubierto de plata, el salero de plata, la botella de vino recostada en un capachete de plata. El caballero millonario comienza as¨ª su almuerzo campestre, servido puntual mente por la criada de pie y rodeado de p¨¢jaros, que ya lo saben. El men¨² de hoy se compone de sopa berlinesa con cerveza, camarones hervidos con reto?os de bamb¨² y tordos a la manera del marqu¨¦s de Frienvaux, todo fabricado en la cocina de Jockey. Aunque puede que ma?ana el caballero millonario se aburra y mande ser atendido por el restaurante Hortcher o por Zalaca¨ªn.
-Yo era un tipo derrotado, cr¨¦ame. En
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mis tiempos de depresi¨®n llegu¨¦ a recibir a los clientes tumbado en la alfombra.
-?Y se ha curado del todo?
-De momento me he hecho fuerte aqu¨ª, en el Retiro. Llevo aqu¨ª dos a?os seguidos. Mire eso.
-?Qu¨¦?
-Esa corona de veneno que hay sobre Madrid. Un d¨ªa me volv¨ª loco y desde la ventana de casa comenc¨¦ a disparar con un rifle de matar bisontes sobre los coches embotellados.
-Pues usted. tiene cara de buena persona.
-Ya, ya. Que se cree usted eso.
El caballero millonario, despu¨¦s de descabezar un sue?o en el banco, recibe a su secretario a las cuatro de la tarde. Despacha con ¨¦l las ¨²ltimas operaciones del d¨ªa, firma cr¨¦ditos, avala letras de cambio, lee detenidamente alg¨²n documento, memoria o estudio de inversiones y as¨ª espera a que doble el sol. Entonces, se levanta, se despereza con un rugido de tigre y se despide de los habituales del contorno. Cruza el parque a la altura de la sala de fiestas Florida, por el paseo de coches, se pone el pa?uelo entre la boca y la nariz, en forma de mascarilla, con cara de asco atraviesa el mulaar de cuatro calles y se mete precipitadamente en casa. A las cuatro de la tarde el lobo de mar viene otra vez desde Moratalaz a dar de comer a los gorriones. Tiene 45 a?os. Lleva una gorra de tin-ionel sobre la melena cobriza, barba y bigote engomados de espadach¨ªn de cubierta. Por debajo de la casaca le baila una pata chula, que qued¨® fuera de combate en un lance de honor por los mares de Ceil¨¢n. En un zurr¨®n cruzado en bandolera trae medio kilo de arroz. Ahora pasa por la rotonda donde el general Mart¨ªnez Campos, nevado de excrementos de palona, cabalga un caballo pensativo sobre un despojo de ca?ones. El lobo de mar se adentra en el jard¨ªn por el norte del estanque hasta llegar a la explanada del quiosco que est¨¢ detr¨¢s de Pavill¨®n. Al verle renqueando los p¨¢jaros le siguen de modo fren¨¦tico. Antes de que el lobo de mar abra el zurr¨®n cae una bandada de doscientos gorriones sobre su casaca, alrededor de su pierna muerta, y ¨¦l comienza a insultarlos.
-Tomad, hijos de la gran chingada. ?Quiere usted que le cuente c¨®mo pas¨¦ un d¨ªa el cabo de Hornos a palo seco?
El lobo de mar echa otra rociada de grano. Despu¨¦s cede el cucurucho a una ciega alta, flaca y misteriosa que es su amiga. La mujer le pregunta:
-?Est¨¢ ¨¦l ah¨ª?
-S¨ª, se?ora. Tambi¨¦n ha venido esta tarde. Est¨¢ a su derecha.
La ciega y el lobo de mar se refieren a un p¨¢jaro extra?¨ªsimo que no es gorri¨®n, vencejo, estornino ni petirrojo, a un p¨¢jaro que, al parecer, ning¨²n ornit¨®logo ha clasificado. Es un p¨¢jaro blanco de nieve con cinco pintas escarlatas en la cola, del tama?o de un mirlo. Este ejemplar ¨²nico y desconocido del parque del Retiro picotea furiosamente arroz al pie de la ciega alta, calzada con medias gruesas color azafr¨¢n.
Desde la mitad del estanque se ve el pastel de Alfonso XII en todo su esplendor a esta hora en que el sol lo ilumina por encima de una bruma de ramas al oeste. En el z¨®calo de la p¨¦rgola de columnas hay 63 viejos sentados como u?a formaci¨®n de ping¨¹inos. Da la sensaci¨®n de que cualquier gamberro puede pegar una palmada y ellos echar¨¢n a correr balanceando el culo por tierra hasta refugiarse en el agua del estanque. En la escalinata se ven j¨®venes colgados, con ojos de fresa y la cabellera de indio, gente que duerme la tarde con un macuto de cabezal, solitarios asomados a la balaustrada, que tienen el coraz¨®n dentro del lago. Un homosexual extrafino, entonado en azules, de calva peinada y ademanes de hada ha colocado a un adolescente en la barbacana del monumento, junto a las cachas de un le¨®n. El adolescente va vestido de golfillo aseado, reci¨¦n salido del ba?o, y compone all¨ª arriba la figura de peque?o pensador de Rodin. En el estanque navega un turista con camiseta de Popeye, una pareja de reci¨¦n casados, unos soldados de permiso y el resto de una flota muy desigual. El lobo de mar ha elegido una barca verdosa. Suelta el amarre, apalanca la pata chula en el barco y comienza a remar.
-En el cabo de Hornos, el m¨¢s peligroso del mundo, aquel d¨ªa hab¨ªa mar confusa. Las olas eran de cuarenta metros, y entonces, le dije al capit¨¢n: "Mi capit¨¢n, hay que arriar todo el velamen, poner el barco a palo seco, cerrar las escotillas y atravesar este infierno metidos en el cascar¨®n."
-Ser¨ªa terrible.
-Tiene usted que creerme. Las olas se tragaban el barco entero, nos daban cinco vueltas en redondo dentro del abismo, y se tardaba un cuarto de hora en salir a flote. Y as¨ª un d¨ªa entero. La fuerza de la marea es la que te ayuda a doblar el cabo. Tu s¨®lo tienes que atarte bien en el mararote.
Al borde del agua una peque?a orquesta de ecologistas toca una melod¨ªa pastoril, con instrumental de ca?a, de tipo pacifista. El parque va cayendo en una penumbra rosada. Polic¨ªas a caballo baten los ¨²ltimos recodos, en cada banco hay una pareja mahose¨¢ndose, y los mirones se dan un banquete de ojos. El estanque ha cogido una tonalidad de cobre.
-Yo he navegado por los siete mares. Lo ¨²nico que no conozco es el mar Blanco. He ido con un bergant¨ªn a pescar ballenas a Terranova, he naufragado frente al Cuerno de Oro en Estambul, he cogido ostras con perlas en el Indico, me he ba?ado en las playas de Tahit¨ª, he o¨ªdo el canto de las sirenas al bordear la isla de Mikones, en el Egeo. Yo le digo a usted que las sirenas existen. ?Le cuento c¨®mo son?
-Ya vale. Le creo.
Ataque de mozalbetes engominadosLa barca del lobo de mar, desliz¨¢ndose con el chasquido de remos sobre la piel del estanque del Retiro, pasa por la jurisdicci¨®n del homosexual, al filo de la barbacana. El homosexual le dice al adolescente que mire la puerta de sol. Una bola de fuego sobre los tejados de Madrid se filtra por la mara?a de los casta?os de indias y espolvorea una salsa de mango en el aire. En este momento avanzan por un pasillo de chopos cinco mozalbetes cuadrangulares, con cazadora, cinchos y guanteletes de cuero, el pelo lamido con gomina y botas de herradura. Se dirigen hacia la orquesta de ca?a y, de pronto, la emprenden a patadas con los m¨²sicos. El jefe del comando coge un estuche de flauta y golpea a un melenudo en el cogote. La gente se ha agolpado en el lugar de la pelea, pero todo ha sido muy r¨¢pido. Los cinco mozalbetes con el ment¨®n aproado de orgullo atraviesan la barrera de curiosos sin mediar palabra. Ahora s¨®lo se ve el instrumental por el suelo y a un m¨²sico que sangra por la nariz. La polic¨ªa se abre paso entre un remolino de jubilados y hace preguntas a los testigos. En la bancada de la p¨¦rgola del monumento a Alfonso XII un viejo de gafas negr as, con pinta de ser el ping¨¹ino de m¨¢s autoridad, levanta la cachaba gritando:
-Los espa?oles somos borregos. Es lo que nos va.
Un compa?ero le ofrece un pitillo para se serene. Y el viejo de gafas negras se cabrea a¨²n m¨¢s.
-Si quiere morirse, mu¨¦rase usted. Estamos juntos todos los d¨ªas en este bance, desde hace siete a?os, y sabe que tengo bronquitis cr¨®nica. Y encima no he fumado nunca. ?Por qu¨¦ diablos me ofrece ese cigarrillo?
-Lo hago para que se calme. Si le ven levantar el bast¨®n a la polic¨ªa le van a tomar por un revolucionario. Los tiempos no est¨¢n para esos alardes.
En vista de las bofetadas, el homosexual y su adolescente han levantado el campe, desde las cachas del le¨®n y se han perdido por el soto del palacio de Cristal. A esta hora del crep¨²sculo atletas de todos los tama?os, gordos, flacos, altos, bajos, masculinos, femeninos y epicenos, en chandal o en calz¨®n corto jadean por los vericuetos vegetales corriendo por el culo de saco de la historia. En los bancos algunas parejas hacen el amor sin contemplaciones en posturas algc:br¨¢icas. En febrero el sol se pone por un ¨¢ngulo de dos casta?os del paseo de las estatuas, con,una luz blanda que no hiere los ojos. La sombra de los cuatro leones del estanque se proyecta en el friso de la p¨¦rgola dorando esta pasteler¨ªa de piedra. Cuando las sombras se alargan, el parque del Retiro se llena de lib¨¦lulas, de hadas y de bambis con navaja bajo un decorado de ¨®pera.
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