Estados Unidos debe definir una estrategia internacional coherente
HENRY KISSINGERHace un a?o se dec¨ªa que era peligroso aislar un ¨²nico tema como objeto exclusivo de negociaci¨®n. Interconexi¨®n (linkage) era la consigna, En este aspecto, el control del armamento ten¨ªa que seguir a la escalada militar y desarrollarse a lo largo de un frente muy amplio. Las reuniones del alto nivel ten¨ªan que reflejar una cuidadosa preparaci¨®n y premiar el autocontrol de la conducta sovi¨¦tica. Todas estas premisas est¨¢n siendo ignoradas, mientras contin¨²an las negociaciones al m¨¢s alto nivel, al tiempo que van desapareciendo los ¨²ltimos vestigios de libertad en Polonia.
Todas las administraciones aprenden por experiencia, como es l¨®gico, pero los cambios de rumbo dr¨¢sticos, especialmente en medio de una crisis, presentan el riesgo de parecer provocados por el p¨¢nico, de minar la credibilidad del Gobierno ante otros pa¨ªses y de desmoralizar a los bien intencionados dentro de la propia naci¨®n.Es m¨¢s, muchos de los argumentos originales de Reagan ten¨ªan su m¨¦rito. No cabe duda de que es f¨¢cil interpretar mal las interconexiones, es decir, demostrar que nunca pasar¨¢ nada si existen relaciones mutuas entre todos los elementos. Pero el arte de la pol¨ªtica ha de implicar un sentido del matiz. Si los sovi¨¦ticos consiguen aislar ¨¢reas concretas de negociaci¨®n, tales como el control de armamentos, dentro de su pol¨ªtica internacional, dispondr¨¢n de un sistema para regular las tensiones que provoquen. y autoabsolverse de sus propias agresiones. Quienes creen en la importancia de las conversaciones entre Oriente y Occidente, deber¨¢n sentir una especial preocupaci¨®n por conseguir que la diplomacia no se convierta en una forma de guerra psicol¨®gica, que las conversaciones se mantengan en un ambiente de seriedad y que las obligaciones sean rec¨ªprocas. Distensi¨®n no significa necesariamente apaciguamiento.
La pol¨ªtica de coexistencia debe ser defendida contra la intransigencia. Pienso que esta pol¨ªtica hubiera servido mucho mejor a los prop¨®sitos de las negociaciones si Estados Unidos no hubiera declarado, a principios de la crisis polaca, una moratoria en los contactos de alto nivel con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, poniendo como condici¨®n para levantarla que se pusiera fin a la ley marcial en Polonia, se liberara a los l¨ªderes de Solidaridad, y los militares iniciaran alguna forma de di¨¢logo con la Iglesia y el sindicato. La diplomacia estadounidense en lo tocante a las relaciones Oriente-Occidente ha favorecido las confrontaciones en los periodos de calma relativa; y en cambio, se ha mostrado, deseosa de negociar siempre que se la ha desafiado. La inversi¨®n de estas actitudes servir¨ªa mejor a las perspectivas de paz.
Las causas de la situaci¨®n actual se remontan a muchos a?os atr¨¢s. El equipo Reagan recogi¨® la herencia de una serie de cambios realizados sin las debidas consultas con las potencias aliadas y de transformaciones epis¨®dicas en el liderazgo y en la pol¨ªtica de Estados Unidos. Estos cambios y transformaciones expl¨ªcan en gran medida por qu¨¦ Europa ya no sigue las pautas americanas con la misma decisi¨®n con que lo hac¨ªa en el pasado. Pero cualquiera que sea la verdaderi causa, el Gobierno norteamericino deber¨ªa aprender la lecci¨®n de la crisis polaca y aprovechar la ocasi¨®n para sus procedimientos y definir nuevamente sus prop¨®sitos.
Con respecto, a la Alianza Atl¨¢ntica, las tareas que expondr¨¦ a continuaci¨®n me parecen de absoluta prioridad.
La ra¨ªz del problema de las relaciones con los aliados, que la crisis polaca ha puesto de relieve de forma tan brutal, no tiene que ver con los proced¨ªmientos, sino con las estructuras. No es que Estados Unidos no consulte lo suficiente, sino que la Administraci¨®n no se siente segura de los prop¨®sitos de las consultas. En la actualidad, la Alianza Atl¨¢ntica carece de una doctrina de seguridad que explique de forma realista el constante incremento de los arsenales nucleares, tanto en Oriente como en Occidente, y el nuevo aumento del poder¨ªo convencional sovi¨¦tico.
En el pasado, las alianzas representaban el agrupamiento de diversas fuerzas. En contraste con este concepto, la OTAN ha operado durante mucho tiempo como si fuera una garant¨ªa nuclear americana unilateral. Y sigue funcionando con este planteamiento, aunque el espectro de la posible cat¨¢strofe que supondr¨ªa un enfrentamiento nuclear haya modificado todas las ideas anteriores sobre la guerra. Hist¨®ricamente, siempre se consider¨® la rendici¨®n como una alternativa peor que la resistencia. Para muchos, las consecuencias catastr¨®ficas de una posible guerra nuclear han invertido ese orden de preferenc¨ªa. Para estas personas nada puede haber peor que un posible holocausto nuclear.
El resultado de todo ello es una combinaci¨®n de neutralismo y pacl ismo. Es opini¨®n generalizada que Am¨¦rica no tiene m¨¢s alternativa que defender a Europa. El viejo continente piensa que no arriesga nada al disociarse pol¨ªticamente de Estados Unidos y dejarse llevar por la apat¨ªa en cuanto a las cuestiones de defensa, al tiempo que se resiste a ciertas medidas de Estados Unidos, tales como la instalaci¨®n de misiles que representan, de hecho, la consecuencia l¨®gica de la doctrina nuclear europea. Antes o despu¨¦s esta postura tendr¨¢ que conducir a la cat¨¢strofe. Si nos enfrentamos seriamente a la necesidad de evitar la guerra nuclear y nos negamos a ceder ante posturas violentas, la Al¨ªanza tendr¨¢ que aumentar su poder¨ªo convencional. No hay otra alternativa. Pero falta un programa serio que persiga esta finalidad a ambos lados del Atl¨¢ntico.
Relaciones Este-Oeste
Polonia constituye un desaf¨ªo fundamental para las relaciones Este-Oeste, y no s¨®lo por la brutal violaci¨®n de los acuerdos de Helsinki, sino por lo que nos revela acerca de? concepto sovi¨¦tico de la seguridad. Una cosa es que la Uni¨®n Sovi¨¦tica busque seguridad frente a las presencias militares liostiles en los pa¨ªses vecinos, y otra muy distinta hacer depender dicha seguridad de la creaci¨®n de un cord¨®n de Estados vasallos sujetos al inapelable derecho sovi¨¦tico a imponerles un Gobierno totalitario que la mayor¨ªa de los ciudadanos de dichos pa¨ªses rechazan. Estados Unidos puede tener una actitud comprensiva ante las preocupaciones estrat¨¦gicas sovi¨¦ticas, pero debe oponerse a la pretensi¨®n de Mosc¨² de poseer un derecho de intervenci¨®n permanente. Es especialmente inadmisible el concepto de que el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico sea el garante de la irreversibilidad de la historia, el agente encargado de velar por la perpetuidad del comunismo, provisto, al mismo tiempo, de patente de corso para socavar a su placer la estabilidad del mundo no comunista.
Desgraciadamente, el dilema entre negociar o no con los adversarios se ha convertido en una cuesti¨®n interna y en fuente de fricciones entre los componentes de la Alianza. Esto viene a debilitar a Am¨¦rica de cuatro formas distintas. En los periodos de calma relativa permite que los sovi¨¦ticos se presenten como ap¨®stoles de la paz. Cuando Estados Unidos llegue finalmente a sentarse a la mesa de negociaciones parecer¨¢ que ha sido debido a las presiones aliadas y sovi¨¦ticas m¨¢s que a las iniciativas americanas. De esta forma, para demostrar su buena fe, Am¨¦rica se ve expuesta a la tentaci¨®n de adoptar posiciones que parecen (y a veces son) giros de 180 grados, con lo cual hacen que se cierna el fantasma de la duda sobre su capacidad decisoria. Por otro lado, una vez comenzadas las negociaciones, estas posiciones negociadoras se convierten en fines por s¨ª mismas, con independencia de su contenido ¨²ltimo.
Nexos econ¨®micos
La ret¨®rica y la estrategia de Estados Unidos deben someterse a un equilibrio. Lo que hace falta es un programa que evite los riesgos combinados de dejar la soluci¨®n del problema de la paz en manos de los adversarios, sin convertir por ello las negociaciones en una forma de autochantaje. A la larga, el mejor medio de que dispone Am¨¦rica para servir a la causa de la paz es la adopci¨®n de una postura precisa, insistencia estricta en la reciprocidad y una visi¨®n del mundo que respete los leg¨ªtimos intereses sovi¨¦ticos.
Hace aproximadamente una d¨¦cada, cuando comenzaron a desarrollarse el comercio, la transferencia de tecnolog¨ªas y las relaciones financieras entre el Este y el Oeste, muchos cre¨ªan que los lazos econ¨®micos, entre otros factores, pod¨ªan convertirse en instrumento para moderar la conducta sovi¨¦tica. En un estado de crisis se pensaba que el temor a perder mercados o el acceso a las fuentes de materias primas, a las innovaciones t¨¦cnicas o a los cr¨¦ditos bancarios, har¨ªa que la Uni¨®n Sovi¨¦tica procediese con cautela. Pero esta idea implicar¨ªa la predisposici¨®n occidental a utilizar su poder¨ªo econ¨®mico en servicio de su estrategia general, lo cual no ha sido el caso.
Por el contrario, han sido tantos los pa¨ªses occidentales que se han dejado arrastrar a una posici¨®n de dependencia en el comercio con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, que la interrupci¨®n de las relaciones comerciales se convertir¨ªa m¨¢s bien en un arma contra Occidente. Los agricultores americanos pueden enorgullecerse este a?o de haber vendido veintitr¨¦s millones de toneladas de alimentos a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Pero, ?qu¨¦ suceder¨¢ cuando todas las cosechas y toda la econom¨ªa agr¨ªcola pase a depender permanentemente de este nivel de importaciones sovi¨¦ticas? ?Qui¨¦n se encontrar¨¢ entonces en la posici¨®n m¨¢s favorable para negociar?
Del mismo modo, los bancos occidentales han sido generosos en sus cr¨¦ditos a Polonia y a otros pa¨ªses del bloque socialista sin entrar en consideraci¨®n alguna sobre pol¨ªtica estatal. El resultado es que estas instituciones se encontrar¨¢n en una postura dificil si se produce una disminuci¨®n en el r¨¢pido ritmo de incremento de los pr¨¦stamos privados a los pa¨ªses del Este.
L¨ªneas de acci¨®n pol¨ªtica
En 1976, el Gobierno de Estados Unidos recomend¨® a un comit¨¦ ministerial de la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Europeo (OCDE) un estudio urgente para examinar las implicaciones y riesgos del comercio y el flujo de cr¨¦ditos entre Oriente y Occidente, as¨ª como la necesidad de una mayor coordinaci¨®n occidental con respecto a los mismos. A partir de aquel momento, estos esfuerzos han ido languideciendo. Como resultado de ello, no existen criterios pol¨ªticos comunes en la actualidad para la gesti¨®n de las relaciones comerciales Este-Oeste. Las naciones industrializadas luchan intensamente por hacer realidad la predicci¨®n de Lenin de que los pa¨ªses capitalistas competir¨ªan alg¨²n d¨ªa por el privilegio de vender a los socialistas la soga con que ¨¦stos hab¨ªan de ahorcarles. Existe una necesidad urgente de establecer reglas b¨¢sicas que sirvan de gu¨ªa al comercio y al flujo de financiaciones entre el Este y el Oeste.
Al establecerse los nuevos procedimientos del Consejo Nacional de Seguridad en la Casa Blarica, el juez Clark querr¨¢ probableinente analizar por qu¨¦ ha malgastado Am¨¦rica unas semanas vitales en ejercicios esencialmente ret¨®ricos, determinar qu¨¦ opciones se presentaron con el fin primordial de ganar tiempo y, sobre todo, denunciar los presupuestos estrat¨¦gicos que se ocultan bajo las teor¨ªas y propuestas conflictivas que se le presentan al presidente. En el futuro, ¨¦ste desear¨¢ seguramente asegurarse de que lo que llegue al despacho oval sean las opciones verdaderas.
Pero el presidente tendr¨¢ que ir a¨²n m¨¢s all¨¢. Deber¨¢ asegurarse de que la filosof¨ªa de la Administraci¨®n en cuanto a pol¨ªtica exterior quede suficientemente clara. Para bien o para mal, una pol¨ªtica exterior seria requiere un concepto central general. Sin ¨¦l, cualquier toma de postura se conv¨ªerte en un ejercicio ret¨®rico, y las acciones pasan a estar determinadas por consideraciones t¨¢cticas a corto plazo, sin coherencia ni sentido de la orientaci¨®n. El proceso de determinaci¨®n de directrices generales debe organizarse empleando proced¨ªmientos eficaces. Pero lo que es m¨¢s importante, debe organizarse de acuerdo con una estrategia b¨¢sica.
Los acontecimientos han conspirado en los ¨²ltimos a?os para erosionar el consenso sobre pol¨ªtica exterior en Am¨¦rica y crear desigualdades de opini¨®n en lo referente a todas las cuestiones estrat¨¦gicas. La Administraci¨®n parece estar dividida entre el nuevo aislacionismo y el atlantismo tradicional, entre los que consideran,como inevitable un enfrentamiento apocal¨ªptico con la Uni¨®n Sovi¨¦tica y los que piensan que la gesti¨®n del estado de competencia seguir¨¢ siendo siempre una caracter¨ªstica permanente de la pol¨ªtica exterior americana, con una erosi¨®n, gradual del sistema sov¨ª¨¦tico, pero sin un punto final claramente determinado entre quienes consideran el comercio, la tecnolog¨ªa y las rinanzas como cuestiones privadas, sujetas exclusivamente a consideraciones de mercado, y quienes ven las relaciones econ¨®micas, especialmente con el mundo socitlista, como un asunto tan esencial para el futuro, tanto de Oriente como de Occidente, que puede convertirse en parte inherente de la postura p¨²blica de Estados Unidos.
Las tensiones originadas por la competencia entre estos puntos contrapuestos dentro de la Administraci¨®n han sido muy evidentes en las semanas que siguieroii a la represi¨®n en Polonia. Estas tensiones se dejar¨¢n sentir en la pol¨ªtica tambi¨¦n duralte los pr¨®ximos meses, hasta que la Administraci¨®n se decida a resolverlas, dise?ando para ello un concepto de estrategia, recursos y objetivos generales americanos en el mundo. llasta que no se resuelvan estas cuestiones ser¨¢ imposible, ¨ªncluso para el l¨ªder m¨¢s sensato, dar sentido de forma permanente a la gania de opciones que le presenten cada d¨ªa sus asesores y sobre las que deber¨¢ decidir.
Si controlamos estas cuest.iones y creamos as¨ª una pol¨ªtica coherente, la crisis polaca producir¨¢ un beneficio duradero. Si no lo conseguimos, recordaremos estos ineses como un hlto decisivo en la historia occidental, en el que no podremos pensar sin avergonzarnos.
Copyright 1981, The New York Times.
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