Marxismo: otro miedo infundado
Hace poco, uno de estos se?ores que tan p¨²dicamente nos limitamos a llamar empresarios, en unas declaraciones a la Prensa espa?ola, ped¨ªa -urg¨ªa, m¨¢s bien- la constituci¨®n de un frente antimarxista, a la vista de no s¨¦ qu¨¦ amenazas obvias. Obvias para ¨¦l, desde luego. Porque el espectador de la vida pol¨ªtica local no necesita ser un lince para advertir que, aqu¨ª y ahora, hay menos marxistas que nunca, y, dicho sea de paso, tampoco nunca hubo demasiados. Ni siquiera de boquilla. Los socialistas, por ejemplo, siempre procuraron escurrir el bulto ante la opci¨®n te¨®rica que Marx ofrec¨ªa. Quiz¨¢ en alg¨²n momento, tal o cual prohombre de la tendencia, o ciertos pasajes de programa de partido, dejaban filtrar en sus formulaciones un residuo de fraseolog¨ªa marxiana, y no pasaban de ah¨ª. La mayor¨ªa se quedaba en el terreno vago y confuso de la ret¨®rica fabiana: reformista, levemente pragm¨¢tica y, sobre todo, vac¨ªa de contenido doctrinal expl¨ªcito. Basta leer a Iglesias o a Serra Moret, a Besteiro o a Campalans, a don Fernando de los R¨ªos...Mal pod¨ªan ser marxistas cuando no hab¨ªan le¨ªdo a Marx o no alcanzaron a digerirle. Por otra parte, la progresiva desmarxistificaci¨®n de los partidos socialistas ha llegado ya a un extremo escandaloso. Lo de menos es que nuestros suaves socialdem¨®cratas todav¨ªa levanten el pu?o y entonen La Internacional: son meros ritos, y adem¨¢s no necesariamente vinculados a Marx. La letra de La Internacional, pese a todo, tiene m¨¢s de ¨¢crata que de marxista, y el gesto agresivo del pu?o cerrado no coincide con la inclinaci¨®n parlamentaria y, m¨¢s en concreto, antirrevolucionaria que estos grupos practican. Peor a¨²n: si no han renegado expl¨ªcitamente de Marx -y muchos ya lo hicieron-, lo relegan a la categor¨ªa. abstracta de cl¨¢sico, de arqueolog¨ªa respetable. No juzgo -ni me incumbe- esta actitud: me limito a constatarla. No es por ah¨ª que los empresarios han de buscar al marxista feroz y enemigo. M¨¢s bien encontrar¨¢n unos aliados imprevistos: su acceso al poder, dentro del esquema de la democracia burguesa, viene condicionado por sus mismas renuncias previas.
?Los comunistas? Dejemos a un lado lo que ocurre o pueda ocurrir en los pa¨ªses de r¨¦gimen que calificamos habitualmente as¨ª. En ellos el marxismo ha sido remodelado seg¨²n unas necesidades dispersas, y no es lo mismo la URSS y su ¨¢rea que China
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purg¨¢ndose de Mao, o que la pe quena Albania empecinada. Los diversos comunismos occidentales han abandonado a Stalin, a Lenin, y si todavia invocan a Marx es porque no les queda otro remedio. Hablo igualmente de los partidos oficiales.
La curiosa invenci¨®n del eurocomunismo -y a la espera de un de un amerocomunismo, et sic de caetera (?es correcto el latinajo?)- ha servido para echar agua al vino, adoptando ideas y t¨¢cticas que no encajan con el Manifiesto ni con su escol¨¢stica.
Sus l¨ªderes se guardan mucho de hablar de revoluci¨®n. Ya se contentan con que les dejen respirar y con los trucos electorales asequibles, que no son excesivos. De hecho, Funcionan como un aval de la democracia burguesa. De hecho, objetivamente, una democracia que prohiba la existencia de un partido comunista -o de veinticinco- parecer¨ªa que es democracia, pero menos.
Por otro lado, el caso franc¨¦s -actual- demuestra que en un Gobierno de la OTAN pueden haber ministros comunistas sin que tiemblen los cimientos de la Alianza Atl¨¢ntica.
No era este mi tema. O s¨ª. Pero, tras un examen circunspecto de las circunstancias, la conclusi¨®n es di¨¢fana: Marx, el Marx-Marx, viene descartado. Y no pienso en el Marx-soci¨®logo o en el Marx-economista, m¨¢s o menos erosionado por una historia -p¨®stuma para ¨¦l- que no pod¨ªa prever. Los empresarios ligeramente ilustrados ya lo saben: sus intelectuales org¨¢nicos les tienen al corriente. Pero el marxismo temido es otra cosa: es la revoluci¨®n. En ciertos espacios, la palabra revoluci¨®n ya suena a arca¨ªsmo. Es nuestro caso. Iberoam¨¦rica es otro asunto, y tr¨¢gico. ?Y qu¨¦ decir de esas amenas revoluciones isl¨¢micas de que nos hablan los peri¨®dicos, a base de coroneles piadosos y morabitos fulminadores? La distorsi¨®n sem¨¢ntica -sem¨¢ntica y social-facilita el embrollo. Personalmente soy de los que creen imposible, en Occidente, cualquier revoluci¨®n. Y hasta muy dif¨ªcil el reformismo. Esa torva maniobra intoxicadora acerca del terrorismo que nos aflige -nos aflige el terrorismo, y que me lo digan a m¨ª, y nos aflige la intoxicaci¨®n- trata de convertir cualquier an¨¦cdota turbia en argumento amedrentador. ?Con Marx?
Lo que no admite duda es el desarme verbal -y conceptual- que se ha producido en los ¨²ltimos a?os. Ya raramente se habla de lucha de clases, incluso ni siquiera se utiliza la palabra clase con rigor; ni de conciencia de clase, ¨²nicamente clara en los empresarios: ni de plusval¨ªa, ni de modos de producci¨®n, ni de todo eso que el Manifiesto explica. El mecanismo descrito por don Carlos, sin duda, no vale ya para la situaci¨®n presente. Pero no se trata del mecanismo -de su ¨¦poca-, sino de un plan redentorista: Marx nos promet¨ªa el oro y el moro en un plazo pr¨®ximo. Y ah¨ª falla el asunto. Y la culpa no es de Marx. Marx cre¨ªa -era una fe-que el capitalismo se hundir¨ªa en sus propias contradicciones, y resulta que, con sus contradicciones y con sus crisis, el capitalismo hoy es m¨¢s s¨®lido que nunca. O tanto como siempre. ?A pesar de Marx? Hay que decirlo todo: Marx es un oc¨¦ano de letra impresa, y a menudo de lectura agobiante. No ha de extra?ar que tenga escasos clientes. Adem¨¢s, ya han procurado academizarlo: hacerle un hom¨®logo hist¨®rico de Kant, de santo Tom¨¢s, de Parm¨¦nides. Y no era eso. O era eso, y m¨¢s.
A partir de un cierto momento proliferaron los marxianos a costa de los marxistas. Es otro dato a contemplar. Me temo que, tal como soplan los aires, dentro de poco habr¨¢ m¨¢s marxianos que marxistas. El marxista, aqu¨ª, en el ruedo ib¨¦rico, es un animal ins¨®lito. Como en todo el orbe de la OTAN, si se me permite improvisar una demarcaci¨®n geogr¨¢fica. Y si hay marxistas, no saben que lo son: lo son sin saberlo, como monsieur Jourdain hablaba en prosa y no se daba cuenta de lo que hac¨ªa. ?Fue Largo Caballero -pongamos por caso- marxista? No lo fue Prieto, por supuesto. Largo actu¨® como marxista, aproximadamente, pero resulta muy dudoso que hubiese le¨ªdo a Marx, ni siquiera que llegara a enterarse de nada. Le animaba un instinto de clase m¨¢s que una consciencia de clase. Me lo parece. Es una cuesti¨®n de eruditos. Y su tiempo no era el nuestro, o el nuestro no es el que fue suyo. El estuquista Largo, hoy, ser¨ªa inconcebible en las filas de su partido.
Y a lo que iba: ni en estos pagos ni en sus aleda?os existe ese m¨ªnimo de marxismo que, como un fantasma terror¨ªfico, preteriden exhibir los empresarios de alto copete. A lo sumo han de enfrentarse con unos reformistas que, cada d¨ªa que pasa, aspiran a menos reformas. Pacto sumado a pacto, a prop¨®sito de esto o de lo otro, los dos grandes partidos parlamentarios espa?oles han terminado por ser gemelos, y el ciudadano subalterno interpreta estas complicidades a su manera: todos son unos y los mismos, y las discrepancias son para despistar. Unos son m¨¢s de derechas; los otros, un poco, un poquit¨ªn, de izquierdaes. Y no van a pelearse por eso. Al contrario. Y lo peor es que, en esta "Restauraci¨®n", ni Calvo Sotelo es C¨¢novas ni Felipe Gonz¨¢lez es Sagasta, ni siquiera Sagasta. Y Santiago Carrillo se abstendr¨¢ de citar a Marx. Marx espanta a los poderes f¨¢cticos. Pero, aunque Carrillo citase sus fuentes, abominando de Stalin y hasta de Lenin, ?podr¨¢ desprenderse de Marx? Seguro que s¨ª: Marx es un individuo remot¨ªsimo e ilegible... La patronal, en su propaganda antimarxista -bien remunerada-, descubrir¨¢ que combate contra la nada...
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