Una declaraci¨®n y un desprop¨®sito
Los treinta y dos encausados -Garc¨ªa Carr¨¦s contin¨²a ausentese retiran de la sala por una puerta lateral que comparten con sus abogados y codefiensores. En un l¨®gico intento de aproximaci¨®n fi¨ªica a sus familiares casi llegan a mezclarse con las filas de periodistas. En una de estas peque?as mel¨¦es varios informadores pudieron escuchar un comentario dirigido por el teniente coronel Tejero a otro guardia civil procesado: "Esto es lo que pasa por no hacer lo que ten¨ªa que hacer. Si en vez de la zancadilla le doy con la pistola en la cara, las cosas habr¨ªan sido de otro modo". Se refer¨ªa Tejero a los p¨¢rrafos de su propia declaraci¨®n en los que explicaba el incidente en el Congreso en el que, ayudado por otros guardias., estuvo a punto de derribar al entonces Vicepresidente en fanciones para la Defensa, teniente general Guti¨¦rrez Mellado.Es un detalle menor y judicialmente ajeno a la vista, pero que ayuda a desvelar la personalidad de este oficial vehemente, impulsivo, acaso compulsivo, vivaz, que ayer fue protagonista de la sesi¨®n. El fiscal togado solicit¨® del Tribunal la lectura de nuevas declaraciones y careos, entre ellas la lectura ¨ªntegra de las cuatro declaraciones sumariales; de Tejero. En ellas el teniente coronel deviene en bomba volante incontrolable que va salpicando incardinaciones golpistas a diestro y siniestro. Estas l¨ªneas est¨¢n escritas con el respeto que se le debe a toda persona, el encausado inclu¨ªdo, pese a su condena anterior y algunos de sus actos no ya p¨²blicos, sino televisados. Pero la impresi¨®n que producen sus testificaciones es la de un intento kamikaze de llev¨¢rselo todo por delante en un proceso de siembra de sospechas del que nadie se libra.
Algunos socialistas, seg¨²n Tejero, estaban en la conspiraci¨®n y esperaban la consigna ha llegado el elefante para lograr su colaboraci¨®n. Afirma que Armada dej¨® entreverle la colaboraci¨®n t¨¢cita de los generales Aramburu (director general de la Guardia Civil) y Toquero (jefe de Estado Mayor del Cuerpo y ahora responsable del gabinete de prensa del Ministerio de Defensa). Con Aramburu llega a ser cruel; niega haberle amenazado cuando ¨¦ste intent¨® reducirle en el Congreso y, a este respecto, se extiende voluntariamente en una declaraci¨®n que muy poco aporta a su defensa: que su pistola estaba encasquillada y Aramburu no puso excesivo ¨¦nfasis en disuadirle o reducirle. Un punto de maldad o de rencor se advierte en su deseo de recordar sumarialmente presuntos comentarios del general Aramburu contra los propios n¨²meros de la Benem¨¦rita en un di¨¢logo a la puerta (del Congreso:
-Este hombre os va a matar a todos.
-Ya nos est¨¢n matando uno a uno.
-Pues mejor as¨ª.
Tejero parece: un hombre que a¨²n ante un Tribunal quiere seguir pegando en la cara.
El comandante Cortina, ex responsable de operaciones especiales en el Centro Superior de Inteligencia de la Defensa, es otro de los acusados en la declaraci¨®n de Tejero, como supuesto hombre-contacto con Armada. Cortina niega sus entrevistas con Tejero o su vinculaci¨®n con el general y es, junto con el capit¨¢n G¨®mez Iglesias (tambi¨¦n del CESID) el ¨²nico que niega con la cabeza las imputaciones que leen los relatores.
De la conversaci¨®n entre Tejero y Milans en el domicilio madrile?o del ayudante de este ¨²ltimo (teniente coronel Mas) extrae el jefe de los asaltantes al Congreso la ¨²ltima razon generalizada de la bondad moral de todos los golpistas: la cantinela insistente de que el Rey lo quer¨ªa. En un deslizamiento alegre sobre el te digo que me lo dijeron Tejero detalla afirmaciones de Milans sobre hipot¨¦ticas confidencias de Armada. Que el Rey deseaba un golpe a la turca concitando la voluntad de un reducido grupo de capitanes generales. Que no hab¨ªa sido posible tal conjunci¨®n de m¨ªnimas voluntades y que la Reina optaba por un gobierno de militares y el Rey por uno de civiles presidido por un militar. Y una frase atribuida a la Reina."Alfonso, t¨² eres nuestra ¨²nica salvaci¨®n".
Es este un pa¨ªs en que se da menos el accidentalismo en materia de forma del Estado que la identificaci¨®n intuitiva con la procura general del bienestar pol¨ªtico. Y es absolutamenmte obvio que la madrugada del pasado 24 de febrero gener¨® notables y hasta ins¨®litas adscripciones mon¨¢rquicas en una sociedad que se sinti¨® protegida de la barbarie por su Rey. La involucraci¨®n del Monarca ni m¨¢s ni menos que en tentaciones turcas descalifica por los caminos del sentido com¨²n a quien lo diga y a quien le d¨¦ p¨¢bulo. Y hasta puede acabar resultando ¨²til afirmar una barbaridad para restablecer la sensatez de los razonamientos, en base a la filosof¨ªa irrebatible atribuida a Rafael el Gallo de que lo que no puede ser no puede ser, y adem¨¢s es imposible.
En cualquier caso se va presentando como patente el cesarismo de los conspiradores. Un cesarismo trufado de bonapartismo en el que mitad-mitad se cree que con f¨®rmulas castrenses pueden despejarse las inc¨®gnitas de los problemas de la sociedad civil y que todo es excusable si se consigue colocar al n¨²mero uno como tel¨®n de fondo. As¨ª, quienes en la obediencia al Rey se pretenden amparar desprecian el hecho de que el Rey constitucional no puede ir contra la Constituci¨®n que le consagra. Ni el Rey los ampar¨® en la noche del 23 de febrero, ni su figura, tan tra¨ªda y llevada interesadamente por las p¨¢ginas del sumario, podr¨ªa en ning¨²n caso invocarse como exculpaci¨®n o atenuante.
La largu¨ªsima declaraci¨®n de Tejero, como una bomba de fragmentaci¨®n, salpica por doquier. "Sois unos t¨ªos cojonudos" les dice Tejero a los comisarios Dopico y Ballesteros, que pululan por los pasillos del Congreso. En verdad que, objetivamente, es preferible no ser objeto de una declaraci¨®n del teniente coronel Tejero, ni para bien ni para mal.
Una suposici¨®n, mecanicista pero sensata, es comentada por medios jur¨ªdicos: la firme y mon¨®tona decisi¨®n del fiscal togado de solicitar tanta lectura previa en gran parte conocida (y pese al ambiente que flota en la sala de que el juicio se tramitar¨¢ con rapidez) evitar¨¢ a la hora de los interrogatorios duplicidades farragosas. Siempre podr¨¢ arg¨¹irse que de tal tema ya tuvo conocimiento el Tribunal por declaraciones previas a trav¨¦s de la relator¨ªa. As¨ª las cosas, es l¨®gico especular con la posibilidad de que el ministerio fiscal cargue la mano de sus interrogatorios en aquellos aspectos del sumario sobre los que no ha solicitado lectura.
La declaraci¨®n del coronel Ib¨¢?ez Ingl¨¦s, segundo jefe de Estado Mayor de la III Regi¨®n Militar (bajo el mando de Milans) ocup¨® otra buena parte del tiempo de la sesi¨®n de ayer. La figura de este coronel, poseedor familiar o personal de sociedades mercantiles en cuyos despachos hay sistemas de grabaci¨®n telef¨®nica incorporados a las mesas de despacho, no deja de ser enigm¨¢tica. El mismo reconoce que la presunta conversaci¨®n telef¨®nica entre Milans y Armada (de la que el primero quiso tener por testigos unilaterales al declarante y a Pardo Zancada) no la grab¨®, pulsando un bot¨®n bajo la mesa del estudio de arquitectos de su hijo, por respeto a su jefe natural. S¨®lo hay as¨ª constancia con testigos de un lateral de aquella ¨²ltima conversaci¨®n que supuestamente dio luz verde al golpe.
Ib¨¢?ez Ingl¨¦s, por sus propias declaraciones, es un at¨ªpico segundo jefe de un Estado Mayor. Su jefe directo es sistem¨¢ticamente marginado hasta el punto de que un jefe militar tan celoso de sus prerrogativas como Milans se ve obligado en el ¨²ltimo momento a pedir excusas a su jefe de Estado Mayor por no haber puesto en su conocimiento informaci¨®n vital que pose¨ªa en cambio su subordinado. Se vislumbra una relaci¨®n personal entre Milans y su segundo del Estado Mayor que no acaba de explicarse s¨®lo por la teor¨ªa aducida de que es estilo de mando en el teniente general el despachar asuntos de inter¨¦s sin sacralizar la escalilla.
De la declaraci¨®n de Ib¨¢?ez Ingl¨¦s cabe deducir que Milans ten¨ªa posibilidades de no decir toda la verdad al mando supremo en la noche de autos. Brevemente: una Alerta Roja preparada de antemano preve¨ªa un ejercicio t¨¢ctico para cerrar los accesos a Valencia por el Norte; una Operaci¨®n Turia establec¨ªa sistemas de protecci¨®n militar dentro de la ciudad. Todo ello anterior al 23 de febrero y normal en la mec¨¢nica preventiva de una Regi¨®n Militar. Pero cuando el Jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito, aquella noche, ordena a todas las Capitan¨ªas Generales la Alerta 2 (acuartelamiento de tropas dentro del sistema cautelar de la Operaci¨®n Diana, para casos extremos) Milans parece que obedece cuando retira su personal Alerta Roja de la periferia valenciana. La realidad, ignorada por Gabeiras, es que los tanques de la divisi¨®n Maestrazgo estan reforzando la Operaci¨®n Turia y entrando en la ciudad.
Milans gana tiempo en esta confusi¨®n, cuida las apariencias de estar siempre obedeciendo ¨®rdenes, pero hasta el Rey se impacienta y le urge por tel¨¦fono y por t¨¦lex para que acuartele a sus tropas, ante la tardanza obvia en cumplirlas. Aqu¨ª se presentan dudas razonables sobre este pr¨ªncipe de la milicia. Pues si Milans segu¨ªa las ¨®rdenes simplemente, no necesitaba la cautela de dirigir su Capitan¨ªa salt¨¢ndose la cadena de mando o de trabar dos supuestos t¨¢cticos que, unidos a la Alerta-2, sembraron un confusionismo en Madrid favorable a los designios del golpe. Por lo dem¨¢s la sesi¨®n de ayer depar¨® la novedad de que la defensa rompi¨® levemente su silencio. Ram¨®n Hermosilla, defensor del general Armada, pidi¨® del Tribunal lectura de una rectificaci¨®n en la declaraci¨®n de Ib¨¢?ez Ingl¨¦s respecto a una de sus entrevistas leridanas con el general Armada. Era casi obligado, tras dos sesiones en las que Armada -a quien f¨ªsicamente se advierte envejecido y abrumado- ha sido sometido a un vapuleo de declaraciones y careos sumariales, que su defensa interrumpiera, a¨²n cuando solo fuera simb¨®licamente, la arremetida fiscal.
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