Mondo?edo no existe
El autob¨²s que me lleva de Lugo a Mondo?edo no pasa por Villalba. Cuando el conductor atraviesa el alto Mi?o por la puerta de R¨¢bade, ya metidos hasta el alma en la Terrach¨¢, gira el volante sin contemplaciones en direcci¨®n Este y enfila decidido hacia Abad¨ªn por humedades donde todav¨ªa destacan las blancas cortezas del abedul diur¨¦tico y ya empieza a florecer el salgueiro, como por aqu¨ª le dicen al sauce llor¨®n. Y, sin embargo, jurar¨ªa que era preceptivo tocar la patria chica de Fraga Iribarne, sobre todo ahora que el villalb¨¦s ilustre es mucho m¨¢s que profeta en su nacionalidad.Incluso creo recordar que, en otros viajes de similar objetivo cunqueiriano, el destartalado, rugiente y oloroso autob¨²s de la empresa Ribadeo, la l¨ªnea propiamente dicha, hac¨ªa parada y fonda de cinco minutos en Villalba, entre un establecimiento de quesos c¨®nicos de San Sim¨®n, tocados con la bandera espa?ola, y una plaza ajardinada que preside un severo busto en bronce del padre -madre y esp¨ªritu santo- de Alianza Popular; un alto en el camino que yo siempre interpretaba a modo de propaganda pol¨ªtica astuta, "subliminal" dir¨ªa un terrible comunic¨®logo.
Ser¨¢ que el conductor vot¨® otra cosa en las elecciones. O, m¨¢s probablemente, ser¨¢ que andamos sin saberlo por el c¨¦lebre camino de quita-y-pon que Merl¨ªn trajo enrollado de Breta?a en canuto de hierro, y sirvi¨® un d¨ªa memorable para sacar al Basileo de Constantinopla del galimat¨ªas del desierto, como es fama para todo el mundo menos para Borges, que en ese mismo desierto -infinito- meti¨® el de Buenos Aires a otro monarca y por el vasto laberinto de arena sigue vagando el infeliz.
Es mejor as¨ª, en cualquier caso, porque si a este brusco giro en la ruta hacia Mondo?edo parece exagerado calificarlo de copernicano, resulta justo decirle giro cunqueiriano. Que el escenario primordial de las andanzas de Merl¨ªn, el Sochantre, Tona Teacha, Fanto Fantini, Simbad y tantas otras gentes menores, es el mismo que atraviesa la l¨ªnea bullanguera, por entre tribus fluviales, urracas y mirlos picoamarillentos de vuelo alegre y grit¨®n, y sierras amigas del lobo y del se?or zorro. Ahora, sierras hoscas y duras, porque el roble, el casta?o y el nogal de los pa¨ªses del Norte son tipos muy cumplidores con la meteorolog¨ªa oficial y no quieren enterarse de que es primavera hasta despu¨¦s de las ferias de san Jos¨¦, casi como los del Corte Ingl¨¦s, aunque ya suene la alondra desde principios de febrero y todo huela a tierra reci¨¦n abierta.
Hay en estos parajes, sin embargo, bastante m¨¢s que escenograf¨ªa cunqueiriana. Tambi¨¦n desde la ventanilla del autob¨²s contemplo sin dificultad la forma literaria de Cunqueiro. Quiero decir: contemplo ese estilo "solazado y sabroso, con cierto regodeo en los meandros", como ¨¦l mismo sol¨ªa decir de su prosa y de la de fray Antonio de Guevara; y es juicio ¨¦ste que tanto vale para hablar de sus escribires irrepetibles como para encerrar en frase estos paisajes lucenses que serpentean hacia Mondo?edo sin pasar por Villalba, por donde toponimias que llenan la boca de gozo pros¨®dico y la imaginaci¨®n de fabulaciones (cuevas del rey Cintolo, el Padornelo, la Xesta, la Terrach¨¢), desv¨ªos melanc¨®licos que hacen algo m¨¢s que suspender la l¨®gica itinerante de Obras P¨²blicas, bosques de la rama dorada habitados por h¨²medos mitos a la manera de Breta?a, analog¨ªas que saltan a la vista y proceden de las grandes aventuras inici¨¢ticas, y que el conductor de la l¨ªnea me va subrayando con inconfundible estilo cunqueiriano.
No es f¨¢cil volver a Mondof¨ªedo al a?o del entierro de Alvaro. Siempre tuvo a esta villa episcopal de "tellados de a,eiro e prata", silencio de siglos, vivir lento y medieval e intenso sabor a gregoriano y chocolatada de can¨®nigos, como una de las capitales de la ficci¨®n literaria, de la misma envergadura narrativa que Macondo, Uqbar, Castroforte de Baralla o Comala. Pasear las callejas empedradas del atardecer, beber el agua de la Fuentevieja, o¨ªr el toque a ¨¢nimas en memoria del mariscal Pardo de Cela, entrar en la imprenta del flautista Jes¨²s L¨®pez, sucesor de Mancebo, a fisgar papeles viejos y escuchar la ¨²ltima haza?a publicitaria de o rey das tartas, era el mismo placer que el vagabundeo por las p¨¢ginas de Cunqueiro. Porque entrar en Mondo?edo siempre fue para m¨ª como un entrar de pleno el privilegio de la ficci¨®n, algo que s¨®lo hab¨ªa experimentado en Nueva York, pero all¨ª por nostalgia de cin¨¦filo.
Ya todo es diferente en Mondof¨ªedo, un a?o despu¨¦s, sin Cunqueiro. Falta el narrador y eso se nota. Me lo confirma el poeta y periodista Pepe D¨ªaz J¨¢come, sucesor de Alvaro en el cargo de cronista oficial de la villa episcopal: "Hay un gran vac¨ªo desde entonces. El de ahora es un silencio diferente". Y es cierto, que por m¨¢s que lo intento no logro incurrir en ficci¨®n cunqueiriana. Al contrario, esta vez se me apareci¨® la realidad.
El establecimiento del sucesor de Mancebo anda cerrado por defunci¨®n: acaba de morir el primer impresor de Cunqueiro y con ¨¦l desaparece el m¨¢s extra?o y m¨¢gico flautista del mundo, inclu¨ªdo el de Hamel¨ªn, que don Jesus soplaba en el agujero de la parte superior de la flauta, con naturalidad, "y le sal¨ªan gotas de salivilla por la parte inferior, en lenta lluvia". El toque de ¨¢nimas de las cinco me suena l¨²gubre. En la Fuentevieja, un grupo de se?oras comenta lo ¨²ltimo de Dallas. Aquellos "latines lit¨²rgicos que volaban al par que los murci¨¦lagos", ahora que pongo atenci¨®n, no son latines. En el caf¨¦ principal se anuncian conjuntos subrockeros y tambi¨¦n un videoclub, mientras una tragaperras titulada Xeitora, ruidosa, puede con el silencio mindoniense que Alvaro ve¨ªa crecer desde la balconada de su casa.
Mondo?edo ya no existe. Todo fue un espejismo literario que se desploma cuando falta el narrador. Ahora s¨®lo es ciudad de carne y hueso, piedra y cementerio, ferias de san Lucas y Relojeros. Huyo de Mondo?edo en direcci¨®n a Foz, a meterme en la mejor discoteca rockera de las Mari?as, y jugar en las videom¨¢quinas sin complejos literarios. Cerca de la parada de la l¨ªnea le pregunto a un viejo por el pr¨®ximo autob¨²s hacia el Norte. El tipo duda unos segundos, me mira melanc¨®lico y, con el mismo acento que Cunqueiro emit¨ªa para contar las cosas de Mondo?edo, me responde: "Todos los horarios est¨¢n tergiversados".
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