Ignacio Montoya
Aqu¨ª en Espa?a, las eras hist¨®ricas, pol¨ªticas, las ?eras imaginarias? de Lezama Lima (que todo son imaginaciones de Madrid, sin contraste con la realidad geogr¨¢fica?, aqu¨ª los sistemas pol¨ªticos empiezan siempre a pudrirse por Andaluc¨ªa, lo mismo el canotier dandy de don Alfonso XIII que el sombrero duro de Aza?a.Cuidado con el Sur, con el hondo Sur, donde el guerra-civilismo latente no se nutre de ideas y contraideas, como en las regiones donde se come bien, sino del fulgor y la sangre del olvidado e inolvidable Ignacio Aldecoa. Una vez m¨¢s, el fulgor ha vuelto a dispararse contra la sangre, y el analfabeto del ciclomotor se llamaba Ignacio Montoya, era de Lebrija (hoy ya tan m¨ªtico com0 el Lebrijano) y cuando hab¨ªa que firmar, pon¨ªa no sabe. Cuidado con el Sur, que a¨²n suena a Cortes de C¨¢diz y repercute a Casas Viejas (para que vean que tambi¨¦n pongo ejemplos del otro lado), cuidado con el viento solano y aquello de Jos¨¦ Hierro: ?Somos mala gente que pasa cantando por los campos?. Ya el d¨ªa que le echaron mano a Francisco Casero, l¨ªder bracero con caracolillo de pelo en la frente, como un capit¨¢n popular de los parados visto por un Zuloaga o un Julio Romero de izquierdas, me acord¨¦ de Francisco Cabral, coraz¨®n noblemente forajido, alma facinerosa y generosa que pas¨® de ser enca?onado por los guardias en Lebrija, como robagallinas ideol¨®gico, a ser enca?onado por los guardias (no s¨¦ si los mismos guardias) en el Congreso, como diputado en su esca?o. Aqu¨ª nunca se sabe, siendo andaluz y bracero, cu¨¢ndo est¨¢ uno robando una gallina al cacique del pueblo o cuando le est¨¢ robando un gallinero de votos al Gobierno de Madrid. En cualquiera de los casos puede dispararse el arma reglamentaria, por supuesto. Cuidado con Andaluc¨ªa, ya digo, que Andaluc¨ªa no elige exquisitamente sus v¨ªctimas -Olarra no, Ybarra, s¨ª-, sino que en Andaluc¨ªa, de pronto, los cuchillos lucen ?bellos de sangre contraria?, y hasta la v¨ªctima se llama Montoya, como Soledad, la moza de Garc¨ªa Lorca, en cuyos pechos gem¨ªan ?canciones redondas?.
Porque la verdad es que el Pa¨ªs Vasco no pasa hambre, ni el Pa¨ªs Catal¨¢n, ni el Pa¨ªs Valenciano, y toda la disputaci¨®n metaf¨ªsica sobre el sexo de las autonom¨ªas y otras angeolog¨ªas la estamos montando en torno o al margen del hambre andaluza, de la pobreza y del paro del Tercer Mundo espa?ol, que es lo que digo siempre que me invitan a visitar, escribir o describir el tercermundismo remoto:
-No, gracias, si est¨¢ aqu¨ª mismo. Me monto en Atocha, paso las chabolas ex madrile?as de La Celsa y La China (que Andaluc¨ªa empieza en seguida, yendo por tren), y ya estoy en el Tercer Mundo.
No hacen comandos ni guerrillas porque no se han apuntado a las tramas negras, las tramas rejas ni las tramas civiles, a lo mejor porque no saben firmar, a lo mejor porque no quieren, pero de cuando en cuando les embaulan a Cabral, a Casero, le pegan semejante perdigonada a Ignacio Montoya, de dieciocho a?os, entre Lebrija y Trebujena, cuando iba en el ciclomotor aqu¨ª con un conocimiento, a toda aspirina, que sale en pingaleta por el aire, quieto un instante en la tarde parada, como un Nijinsky tr¨¢gico, y se muere, ni siquiera de perfil.
No hacen comandos, pero son cipresales humanos del pare, en las plazas leprosas de luz, hasta que el barroquismo del fuego, como un mar que cambia de sexo tierra adentro, incendia las cosechas electoreras de Fraga y la Becerril. Perd¨®n, lector, por el tropo, la metonimia y la met¨¢fora, pero es que, si no, el campamento verdeoliva dice que aqu¨ª la Prensa, o sea, nos pasamos.
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