Guatemala no cambia
GUATEMALA HA celebrado, como se sospechaba, unas elecciones para nada. Estaba decidido por cooptaci¨®n en el estamento dominante que el general An¨ªbal Guevara fuese el nuevo presidente y los colegios electorales no han tenido otra posibilidad que la de confirmarlo; la oposici¨®n -de extrema derecha, moderada o de izquierdas- denuncia que el escrutinio, largo, lento y equ¨ªvoco, se ha prestado a toda clase de manipulaciones. Guevara es el cuarto militar que llega a la presidencia, despu¨¦s de M¨¦ndez Montenegro, de la izquierda moderada, que gobern¨® de 1966 a 1970; 1970, coronel Arana Osorio; 1974, general Laugerud, y 1977, general Romeo Lucas. Esta perpetuaci¨®n de una misma clase y de un mismo poder justifica la acci¨®n de las guerrillas, que no ven la posibilidad de que el pa¨ªs se estabilice por una v¨ªa legal.Probablemente, el mejor homenaje que se puede rendir a la idea de la democracia es esta forma de falsifica ci¨®n a la que se entregan algunas dictaduras: necesitan, fingir algunas de sus bases elementales -el recambio peri¨®dico de la presidencia y del poder legislativo, la base: de unas elecciones por sufragio universal- para ser recibidos en sociedad y para tratar de ocultar la verg¨¹enza de? asalto permanente al poder por medios de violencia. Es, en el fondo, un juego convenido: esta ficci¨®n se acepta solamente en las sociedades a las que conviene y que: hasta patrocinan la gran farsa. Se ha convenido que en Guatemala un presidente militar ceda el puesto cada. cuatro a?os a su ministro de Defensa, y quiz¨¢ el cumplimiento de esta ley ser¨¢ suficiente para que Estados Unidos refuerce su ayuda material al Gobierno ante el riesgo, expresado por Alexander Haig, de que Guatemala se convierta en otro Salvador. Washington, sin duda, hubiera preferido otro presidente -se dice que favorec¨ªa al democristiano Maldonado- para que esta renovaci¨®n, formal de Guatemala se lavase mejor la cara; y porque: puede temer que, precisamente, la perpetuaci¨®n de un. poder militar hacia el infinito sea lo que provoque una, situaci¨®n salvadore?a,- pero no le puede ser enteramente: desagradable el general Guevara, que ha conducido personalmente la lucha contra las guerrillas: unas guerrillas que van teniendo cada vez m¨¢s la personalidad de un Ej¨¦rcito, y cuya acci¨®n se asemeja m¨¢s que a la cl¨¢sica, operaci¨®n guerrillera a una guerra civil.
Al caer Maldonado se esfuma la esperanza de una soluci¨®n pol¨ªtica que deb¨ªa conllevar la apertura de una tregua y la posibilidad de entablar negociaciones: una soluci¨®n que nunca han aceptado los militares, por su seguridad de que pueden ganar la guerra y exterminar al enemigo sin darle ninguna oportunidad pol¨ªtica, y por su, rechazo de vieja casta dominante a ponerse a las ¨®rdenes de un civil, que hab¨ªa hablado en su campa?a de realizar una especie de actualizaci¨®n y reorganizaci¨®n de las, fuerzas armadas.
La opci¨®n pol¨ªtica era, evidentemente, de dudoso resultado, tanto por la posibilidad de que los militares continuasen llevando sus acciones m¨¢s all¨¢ de lo previste, por un presidente civil, como por la desconfianza de los guerrilleros hacia una forma de pacto sin garant¨ªas reales. Pero a¨²n va a ser m¨¢s dificil ganar la guerra por el uso de las armas: los sucesivos generales-presidentes han fracaso, y no hay raz¨®n ninguna para pensar que el guevarisnio -palabra que usa por s¨ª mismo el nuevo pre-, sidente para personalizarse, individualizarse, dentro del bloque militar que le sostiene- con una oferta de amnist¨ªa condicionada (para los que "no tengan las manos manchadas de sangre" y para quienes acepten incorporarse "a la vida normal dentro de la ley", a partir de lo cual se intentar¨ªa "un nuevo esfuerzo hacia la justicia social") vaya a cambiar la situaci¨®n.
Por el contrario, las acusaciones de violaci¨®n de las leyes electorales, de falsificaci¨®n de las actas, pueden hacer perder las esperanzas a los moderados y a los sectores que a¨²n pod¨ªan buscar un apaciguamiento por la v¨ªa electoral. La exasperaci¨®n, y la ya seguridad de lo que hasta ahora era s¨®lo sospecha -que los militares y quienes les sostienen no abandonar¨¢n su presa- puede radicalizar una lucha que alcanzaba ya alturas elevadas de violencia.
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