El VI Congreso del PSUC
EL PARTIDO Socialista Unificado de Catalu?a, es decir, el partido de los comunistas catalanes, fue durante largo tiempo el modelo en el que se inspiraron las corrientes renovadoras Y modernizadoras del comunismo espa?ol en su conjunto. La influencia sobre el PSUC de la pr¨¢ctica pol¨ªtica del PCI y de las ideas de Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti contribuy¨® a que su s¨®lida implantaci¨®n entre los trabajadores manuales marchara en paralelo con su penetraci¨®n en otros estamentos sociales y profesionales y con la aceptaci¨®n de su existencia por otras fuerzas pol¨ªticas. Mientras el resto de los comunistas espa?oles luchaban todav¨ªa por salir del ghetto de rechazo social y pol¨ªtico al que les hab¨ªan conducido el clima de guerra fr¨ªa, los recuerdos del conflicto b¨¦lico de 1936 y el anticomunismo emocional cultivado por la propaganda del interior r¨¦gimen, el PSUC lograba adelantarse en la ruptura de ese aislamiento y se incorporaba de forma mucho menos traum¨¢tica a los primeros acuerdos globales de la oposici¨®n antifranquista.De a?adidura, los comunistas catalanes, superado el turbio episodio en el que Joan Comorera -acusado de desviacionismo nacionalista, trotskista y peque?oburgu¨¦s- desempe?¨® el inmerecido papel de v¨ªctima propiciatoria, acertaron en la tarea de articular en un mismo programa la cuesti¨®n nacional, los planteamientos de un partido obrero, las exigencias de democratizaci¨®n de toda la sociedad y la solidaridad con el resto de los espa?oles. La pol¨ªtica del PSUC, equidistante del catalanismo pasional y del centralismo irresponsable, contribuy¨® de manera decisiva a impedir el surgimiento en Catalu?a de esos n¨²cleos de nacionalismo radicalizado que se hallan en los or¨ªgenes de la violencia y el terrorismo en el Pa¨ªs Vasco, donde socialistas y comunistas, en cambio, fracasaron estrepitosamente a la hora de afrontar las graves resporisabilidades que les correspond¨ªan.
La implantaci¨®n social de los comunistas catalanes durante la ¨²ltima etapa del franquismo y el comienzo de la transici¨®n no se manifest¨® tan solo en los apoyos que recibi¨® de intelectuales, profesores o artistas -como militantes, simpiatizantes o votantes de sus siglas- sino que reflej¨® tambi¨¦n de manera espectacular en las elecciones de junio de 1977. El PSUC logr¨® en los comicios el 18,20 de los votos emitidos en Catalu?a y 8 diputados, frente al 6% de los sufragios y los 12 congresistas conseguidos por los comunistas en el resto de Espa?a. La nutrida presencia de representantes del PSUC en la C¨¢mara Baja -un 40% del grupo parlamentario comunista- recibi¨®, de a?adidura, el refuerzo del triunfo de las candidaturas unitarias de Catalu?a para el Senado. Aunque la considerable ventaja comparativa del PSUC respecto al PCE se reducir¨ªa en las elecciones de 1979, la distancia sigui¨® siendo notable. En cualquier caso, Catalu?a permanec¨ªa para los comunistas espa?oles como el el ¨²nico espacio social en el que las esperanzas de la revoluci¨®n de la mayor¨ªa y de la conquista de la hegemon¨ªa ofrec¨ªan horizontes que no fueran meros ensue?os.
Sin embargo, la grave crisis que viene arrastrando el PSUC desde hace mas de un a?o amenaza con arrebatarle su caracter de adelantado a la italiana de los comunistas espa?oles, tanto en lo que se concierne a su implantaci¨®n electoral y social como en lo que respecta a la plena incorporaci¨®n de los principios democr¨¢ticos al funcionamiento interno de su organizaci¨®n. El regreso a los puestos claves de la direcci¨®n del PSUC de Gregorio L¨®pez-Raimundo y Antonio Gutierrez D¨ªaz tras este VI Congreso ha contado con el decidido apoyo de Santiago Carrillo. Sin embargo, los conflictos internos entre los comunistas catalanes comenzaron precisamente con las cr¨ªticas formuladas, a lo largo de 1980, por el secretario general del PCE contra ambos dirigentes. El V Congreso del PSUC, celebrado a comienzos de 1981, sirvi¨® de escenario para el dram¨¢tico despliegue de esa larvada crisis pero con el resultado final -seguramente inesperado para quienes contribuyeron inconscientemente a desencadenarla- de que las posiciones pro-sovi¨¦ticas fueran defendidas por un buen n¨²mero de delegados, que recibieron el sobrenombre de afganos. La profanaci¨®n del r¨®tulo o el tab¨² del eurocomunismo y la modificada correlaci¨®n de fuerzas en el seno de la organizaci¨®n empujaron a Gregorio L¨®pez-Raimundo y Antonio Gutierrez D¨ªaz a dimitir irrevocablemente de sus puestos directivos, pese a que el V Congreso los hubiera reelegido sin dificultades, y elev¨® a los cargos de m¨¢xima responsabilidad, con el apoyo de los pro-sovi¨¦ticos representados por Pedro Ardiaca, a los representantes de una tercera tendencia habitual pero impropiamente bautizada como leninista. A lo largo de 1981, sin embargo, esa imp¨ªa alianza termin¨® por romperse con estr¨¦p¨ªto y los pro-sovi¨¦ticos, tras abandonar el PSUC, se disponen ahora a celebrar el Congreso fundacional de su nuevo partido. Abandonados por los afganos, para quienes los pactos del V Congreso fueron tan solo una argucia t¨¢ctica, los componentes de la tendencia encabezada por Francisco Frutos no ten¨ªan otra salida que convocar un nuevo Congreso que establec¨ªera una nueva alianza con la tendencia eurocomunista, repusiera en sus cargos a los antiguos dirigentes dimitidos y sellara definitivamente la paz con Santiago Carrillo.
En este sentido, el VI Congreso no ha deparado mayores sorpresas. Gregorio L¨®pez-Raimundo, un dirigente hist¨®rico respetado por casi todo el mundo, ocupa de nuevo la presidencia y Antonio Gutierrez D¨ªaz, un pol¨ªtico profesional de notable capacidad, gran perseverancia y prometedor futuro, recupera la secretar¨ªa general. Aunque la maniobra de los derrotados en el V Congreso para hacer pagar caros sus devaneos a los llamados leninistas y reducirles a su m¨ªnima expresi¨®n en el Comit¨¦ Central no sali¨® finalmente triunfadora, el mal ganar de los ahora vencedores ha obsequiado a Francisco Frutos, un dirigente obrero de reconocida honestidad aunque probablemente poco dotado para la pol¨ªtica profesional, con un humillante voto de castigo en las votaciones finales.
La historia, as¨ª, trenza en ocasiones in¨²tiles vueltas para regresar simplemente al punto de partida. La crisis del PSUC, iniciada con los empellones dados a Antonio Gutierrez D¨ªaz por Santiago Carrillo a lo largo de 1980, se cierra con la reintegraci¨®n a su puesto del secretario general voluntariamente dimitido en enero de 1981. Tras los descalabros sufridos por los comunistas en estos catorce meses, incluida la escisi¨®n catalana de la corriente pro-sovi¨¦tica y la expulsi¨®n de los renovadores en Madrid y en el Pa¨ªs Vasco, el mal menor, encarnado por Antonio Gutierrez D¨ªaz, adquiere los perfiles del bien supremo. Pero tal vez el PSUC, a lo largo de esta prolongada y profunda crisis, haya sufrido da?os irreparables para el futuro. Los pro-sovi¨¦ticos parecen haber arrastrado consigo a una parte de la militancia obrera del PSUC. Las desconfianzas y recelos mutuos entre los vencedores del V Congreso y los ganadores del VI Congreso seguramente han abierto heridas de dif¨ªcil cicatrizaci¨®n en el seno de la organizaci¨®n. El electorado, en consecuenc¨ªa, tal vez refleje negativamente en las urnas, en los pr¨®ximos comicios, su desconcierto y desencanto ante esas escisiones y conflictos. En esa perspectiva, el PSUC, frenada la din¨¢mica que permit¨ªa a las diversas corr¨ªentes y tendencias tolerarse rec¨ªpocramente y coexistir bajo unas mismas siglas, podr¨ªa dejar de ser el modelo a la italiana de los comunistas espa?oles para transformarse, perdida su singularidad pol¨ªtica y arru¨ªnado el clima de pluralismo de sus debates ideol¨®gicos, en una federaci¨®n mas del PCE, severamente castigado, a su vez, por los abandonos y escisiones de pro-sovi¨¦ticos y renovadores.
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