Un congreso internacional de la familia
EL RECIENTE Congreso Internacional de la Familia, celebrado en Madrid con el objetivo central de aprobar una Declaraci¨®n Universal sobre los Derechos Familiares, fue un encuentro at¨ªpico en su convocatoria y funcionamiento. A pesar de la relativa homogeneidad de los participantes, pronto se puso de manifiesto, sin embargo, que el modelo familiar subyacente al anteproyecto de Declaraci¨®n Universal, entregado por los organizadores a los participantes al comienzo del Congreso, respond¨ªa fundamentalmente a la visi¨®n tradicional de la familia en el mundo occidental y no daba cabida a la variedad de culturas que han recuperado su identidad y la conciencia de sus valores, tras una larga etapa de eurocentrismo y colonialismo, durante las ¨²ltimas d¨¦cadas. Parece evidente, en cualquier caso, que cualquier carta magna en torno a esa instituci¨®n social tendr¨ªa que desarrollar un concepto de familia que no abarcara s¨®lo a la familia jer¨¢rquica y paternalista caracter¨ªstica de nuestro pasado occidental -y que es precisamente la que se halla en crisis, seg¨²n el criterio de la mayor¨ªa de los soci¨®logos-, sino que tambi¨¦n incluyera otras tradiciones culturales, como por ejemplo la de ese delegado del Zaire en cuyo clan originario domina la familia matriarcal de la que el padre f¨ªsico no forma parte.Tan ambicioso proyecto resultaba obviamente excesivo para un Congreso condicionado por asociaciones cat¨®licas m¨¢s bien conservadoras. El resultado de las dificultades para un di¨¢logo sincero y sin prejuicios fue que el Congreso, incapaz de aprobar el anteproyecto de Deelarac¨ª¨®n Universal preparado por los organizadores, se viera forzado a concluir con una abstracta declaraci¨®n de principios. En este sentido, se podr¨ªa decir que esta reuni¨®n internacional ha fracasado en sus objetivos. Algunos dirigentes de la Confederaci¨®n Cat¨®lica de Padres, n¨²cleo motor de este congreso, no dejaron de proclamar el car¨¢cter pluralista y aconfesional que el asociacionismo familiar tendr¨ªa que revestir en la pretendida Declaraci¨®n Universal, lamentando la automarginaci¨®n de los sectores m¨¢s cr¨ªticos. Sin dudar de la sinceridad de sus declaraciones no se puede olvidar, sin embargo, que esta organizaci¨®n se declar¨® particularmente beligerante contra la ley del divorcio y en favor del discutible Estatuto de Centros Docentes y que ha defendido en varias ocasiones posturas ultraconservadoras a prop¨®sito de los contenidos educativos. Dicha Confederaci¨®n tambi¨¦n ha levantado la bandera antiabortista sin las mas m¨ªnima matizaci¨®n de car¨¢cter social o sanitario y sin pararse a diferenciar entre las condenas morales del aborto y el ¨¢mbito muy distinto de las sanciones penales de privaci¨®n de libertad contra las mujeres que interrumpen voluntariamente su embarazo. Con este punto se identificaron, por lo dem¨¢s, la gran mayor¨ªa de los asistentes al Congreso, que respondieron con una rotunda condena al fallo absolutorio de los jueces de Bibao contra las mujeres acusadas del delito de aborto. Pero la realidad definitiva es que el concepto de familia cristiana burguesa que se pretendi¨® imponer en la asamblea desdice de la realidad constatable y menosprecia los problemas concretos que la organizaci¨®n familiar suscita en el mundo actual.
El loable esfuerzo de quienes intentan sensibilizar a la opini¨®n p¨²blica sobre los derechos y los deberes de la familia no deber¨ªa ser metido en el mismo saco con las abusivas pretensiones de un tipo de asociacionismo que trata de reducir al silencio a las instituciones democr¨¢ticas y de erigirse en mediador privilegiado o exclusivo entre el individuo y las instituciones estatales. La cr¨ªtica a las insuficiencias o a los errores de la pol¨ªtica familiar de los partidos, en si misma leg¨ªtima y necesaria, adopta una significaci¨®n condenable cuando lleva sus pretensiones hasta el extremo de negar a los partidos representatividad suficiente para defender una pol¨ªtica global sobre los intereses de la familia. Se llega as¨ª a planteamientos mucho m¨¢s cercanos al corporativismo pol¨ªtico, emparentado con el Tercio Familiar de la democracia org¨¢nica de anta?o, que a la aceptaci¨®n de los valores y de los principios del sistema constitucional de libertades. Es cierto que las democracias se consolidan en la medida en que se multiplican las iniciativas sociales y se desarrolla el asociacionismo. Pero no se puede olvidar que un instrumento imprescindible de mediaci¨®n democr¨¢tica entre la vida p¨²blica y el individuo son precisamente los partidos, por fiecesarias que sean, en su ¨¢mbito, las asociaciones familiares. Por esta raz¨®n, resultar¨ªa inadmisible que el Estado financiase una pol¨ªtica familiar formulada exclusivamente desde los sesgados y parciales puntos de vista de una forma espec¨ªfica de asociacionismo, empe?ado en marginar de sus proyectos la valoraci¨®n por aquellos ¨®rganos de representaci¨®n pol¨ªtica que son, por mandato constitucional, el veh¨ªculo fundamental para la participaci¨®n de los ciudadanos en la formaci¨®n y manifestaci¨®n de la voluntad popular.
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