Havemann y el 'socialismo real'
Cuando a¨²n no estaba declarada la guerra fr¨ªa, en 1945, apareci¨® en un peri¨®dico norteamericano una caricatura que mostraba dos cerdos, uno degollado y colgando de un muro, el otro rezongando feliz; el primero con los rasgos de Hitler y el segundo con los de Stalin. "?Maldita sea, hemos matado al cerdo que no tocaba!", se explic¨® el dibujante. Por aquellos d¨ªas, Churchill acu?aba la met¨¢fora del tel¨®n de acero, el mundo occidental se sum¨ªa en una ola anticomunista que tuvo m¨¢s de defensa que de doctrina, y el estalinismo remachaba los ¨²ltimos clavos de un edificio del que ya estaban siendo arrojados, a sangre, terror o silencio, millones de discrepantes.A partir de entonces, no tendr¨ªan que preocuparse los reaccionarios por buscar argumentos. Se los daban hechos. Es m¨¢s, Stalin estuvo a punto de hacer buena la teor¨ªa de L?wenthal seg¨²n la cual no hay que ser fascista para ser anticomunista sino que hasta los dem¨®cratas estar¨ªan obligados a esa militancia que Thomas Mann llam¨® la estupidez fundamental de nuestro tiempo. Por eso, son muchos los pensadores comunistas (y, con m¨¢s raz¨®n, los socialistas) que recuerdan aquella caricatura publicada en el New Yorker, en 1945. Para colmo, no siempre iba a ser verdad que a todos los cerdos les llega pronto su San Martin. Algunos hasta mueren de viejos, en la cama, completado el ciclo (o el gulag) que se propusieron.
Que el estalinismo caus¨® m¨¢s da?o al movimiento comunista que el propio anticomunismo es una opini¨®n pol¨¦mica que casi siempre ha sido mal planteada. Cierto que, desde entonces, vale como emblema electoral el dilema socialismo o libertad (lo utiliza hasta el b¨¢varo Strauss), al igual que desde Lenin lo hab¨ªa sido el de socialismo o democracia. Pero hay otros textos y otras lecturas del marxismo (y no necesariamente firmados por Marx) que desmienten esas teor¨ªas, sin necesidad de esperar al Eurocomunismo o al apasionante experimento de la malograda primavera de Praga, en 1968.
Robert Havemann, el disidente germano-oriental fallecido el pasado d¨ªa 11 de abril despu¨¦s de un militancia ejemplar contra los abusos del socialismo real que gobierna en la RDA, fue quien mejor explic¨®, y con mayor entusiasmo y eficacia desde el Este, que la palabra socialismo no excluye sino que exige los conceptos de libertad y democracia. Conciencia cr¨ªtica de quienes, como el actual jefe del partido y del Estado, Erich Honecker, fueron sus compa?eros en las prisiones nazis y en los primeros a?os del r¨¦gimen de Ulbricht, Havemann no acept¨® el exilio a pesar de las continuas insinuaciones y hasta puentes de plata que le tendieron las autoridades, y ejerci¨®, por ello, la m¨¢s demoledora de las cr¨ªticas que puede recibir un sistema: la emitida por quien siempre estuvo dentro del santuario y sigui¨® creyendo, a pesar de todo, en su posible bondad. "El cepo m¨¢s duro, puesto en las piernas de la revoluci¨®n socialista y que le impide avanzar con libertad, somos nosotros, la RDA", repiti¨® muchas veces. Como antes Einstein y Ernst Bloch, tambi¨¦n Havemann fue expulsado (en 1966) de la Academia de Ciencias de Berl¨ªn. El mismo pens¨®, cuando Bloch era empujado al exilio, que despu¨¦s de la expulsi¨®n de Einstein por los nazis, deber¨ªa de haber quedado absolutamente fuera de lugar el que otro miembro de la Academia de Prusia (este fue su
nombre primero), pudiera ser excluido de nuevo por motivos pol¨ªticos, ideol¨®gicos o racistas. Pero los caminos de la verguenza, en determinados reg¨ªmenes pol¨ªticos, no tienen fin ni atienden a comparaciones, aunque ¨¦stas puedan resultar clamorosamente odiosas.
Cient¨ªfico de prestigio como Sajarov, disidente de buena y demoledora pluma como Djilas o Solyenitsin, recluido domiciliariamente y borrado de todos sus cargos p¨²blicos (incluida su c¨¢tedra de F¨ªsica en la Universidad Humboltd de Berl¨ªn), es ocioso preguntar por los motivos que marginaron a Havemann de la primera plana de la disidencia internacional. Al fin y al cabo, tampoco su muerte ha tenido mayor eco, por mucho que la fecha en que sucedi¨®, el S¨¢bado Santo, fuese la indicada para esconder noticias que exigen alguna meditaci¨®n. Si la postura disidente de Havemann fue una pesadilla para los pol¨ªticos que satelizaron (y siguen) a la RDA en torno a las consignas de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, no ha sido menos inc¨®moda para quienes tienen por costumbre utilizar en beneficio propio la delicada posici¨®n de otros exiliados m¨¢s famosos. Con Havemann nunca fue posible el espect¨¢culo Solyenitsin. Por ejemplo.
Havemann fue siempre un convencido socialista que crey¨® que, de los dos Estados alemanes, "el mejor con diferencia" (pensando siempre en el futuro de un socialismo en libertad) es el de la RDA. Desde esa posici¨®n, un exiliado no podr¨ªa, sin perder autoridad, publicar corrosivos ataques contra el sistema neoestalinista (le su pa¨ªs de nacimiento. Ser¨ªa criticado, "y con raz¨®n" pensaba ¨¦l, por muchos de sus amigos del Oeste a causa le su salida, y estar¨ªa en el blanco de las suspicacias burguesas si, en cambio, destacaba lo bueno que, a pesar de todo, encontraba en ese sistema. "Si yo abandonara la RDA", declar¨® en 1973, "decepcionar¨ªa a todos mis amigos de aqu¨ª. Y lo malo no ser¨ªa la decepci¨®n que sintieran respecto a mi persona. Lo peor es que les dar¨ªa motivos para durar de la raz¨®n de nuestra causa".
El autor de Autobiograf¨ªa de un marxista alem¨¢n estaba convencido de que el futuro de los pa¨ªses del llamado socialismo real depende de los habitantes que no han perdido la fe en el socialismo a secas, el de la libertad como necesidad, t¨ªtulo de otra de sus obras publicadas en Espa?a. "Ser¨ªa verdaderamente una traici¨®n si uno de nosotros, sin una necesidad forzosa, les abandonara", dec¨ªa. Y se qued¨® para siempre en la RDA, contra el deseo de unas autoridades que intentaron criminalizar su postura pol¨ªtica cr¨ªtica con un juicio por evasi¨®n de divisas en el que ni siquiera pudo ser defendido (muros de entrada y de salida) por su abogado, el espa?ol Enrique Gimbernat.
La disidencia del profesor Havemann, ejercida ya desde su importante posici¨®n de cofundador del partido comunista, diputado de la C¨¢mara Popular y cient¨ªfico afamado, es muy temprana. Se inicia, a finales de los a?os cuarenta, con su oposici¨®n a la bomba at¨®mica; se vuelve insoportable cuando cr¨ªtica el muro de Berl¨ªn (1961); se agrava cuando en 1956 se hacen p¨²blicos los cr¨ªmenes del estalinismo en el XX Congreso del PCUS, (que recibi¨® "con asco y verguenza"); y se desborda con la entrada de los tanques del Pacto de Varsovia en Praga, que agostan de ra¨ªz la ¨²nica primavera del Este en la que parec¨ªa darse cumplimiento a un viejo y ya casi increible sue?o: el de que el socialismo y la democracia pueden (deben) caminar juntos. Aquella siega brutal le pareci¨® a Havemann "el d¨ªa m¨¢s aciago y negro de la historia del movimiento comunista".
Pero no son los hechos criticados los que le caracterizan como el disidente m¨¢s importante de su pa¨ªs. Son los argumentos que utiliza. Havemann es, adem¨¢s de hombre de ciencias o de letras, un pol¨ªtico, un fil¨®sofo marxista de rara capacidad cr¨ªtica y, sobre todo, un soci¨®logo con no escasos conocimientos de econom¨ªa, que utiliza para dejar al descubierto, una tras otra, las continuas contradicciones de los gobiernos del llamado socialismo real. As¨ª, sus compatriotas no s¨®lo est¨¢n obligados a vivir en una nevera ideol¨®gica, sino que tampoco tienen ventajas econ¨®micas que les compense esa falta de libertad (si es que hay algo que pueda compensar tal ayuno).
Entre las muchas pruebas que impone Havemann, hay una contundente y sencilla: el Muro de Berl¨ªn. ?Cu¨¢ntos germano-orientales lo cruzar¨ªan camino de Occidente, si abrieran sus puertas? Huir¨ªan en masa, dice el ¨²nico de todos ellos que fue empujado a marcharse y rechaz¨® el puente de plata. Porque so?aba con el d¨ªa en que habr¨ªa de romperse desde dentro esa desconfianza del pueblo hacia el Estado y del Estado hacia el pueblo, ese infernal c¨ªrculo vicioso. Bertolt Brecht, tras los sucesos de junio de 1953, vio el desenlace con desencanto: "El gobierno debe elegir un nuevo pueblo". A Havemann, menos ir¨®nico en su largo sufrimiento, le resultaba m¨¢s dif¨ªcil ajustar cuentas con la propia injusticia.
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