Los rostros olvidados
Sus nombres fueron reproducidos hasta la saciedad en la Prensa de entonces. Sp¨ªmola, Costa Gomes, Vasco Gon?alves, Rosa Coutinho, Otelo Saraiva de Carvalho. ?Qu¨¦ fue de ellos?
Una semana de abril, hace ocho a?os, una noticia inesperada daba la vuelta al mundo: la m¨¢s vieja dictadura de Europa acababa de derrumbarse, con fracaso, pero sin sangre. Las fotos publicadas por la Prensa internacional ilustraban un Portugal ins¨®lito: las calles de Lisboa invadidas por muchedumbres delirantes, militares y civiles, abrazados, claveles rojos por todas partes, en las bocas de los fusiles y en las sola-pas de los soldados.
El mundo aprendi¨® los nombres de un pu?ado de militares portugueses, estudi¨® sus rostros, intentando adivinar sus intenciones. Y, uno tras otro, fueron desapareciendo de la escena, v¨ªctimas de los golpes y contragolpes que accidentaron el regreso de Portugal a la democracia. Primero se fue Sp¨ªnola, despu¨¦s de dos intentos de recuperar el control de unos acontecimientos que lo sobrepasaban, en septiembre de 15,74 y marzo de 1975. Luego, Vasco Gonjalves, en agosto de 1975, despu¨¦s de un a?o a la cabeza de cuatro Gobiernos que coincidieron con la fase revolucionaria del proceso. Otelo y Rosa Coutinho desaparecieron despu¨¦s de las convulsiones de noviembre de 1975, que marc¨® la derrota de las dos tendencias radicales del Ej¨¦rcito: la izquierdista y la comunista. Costa Gomes se qued¨® hasta julio de 1976: transmiti¨® sus poderes de presidente de la Rep¨²blica al general Eanes, primer jefe de Estado portugu¨¦s elegido por sufragio universal en m¨¢s de medio siglo.Ninguno de ellos se considera v¨ªctima de la Revoluci¨®n. Unos siguen pol¨ªticamente activos. Otros volvieron al anonimato. Todos consideran su mayor m¨¦rito probar que pod¨ªan derrumbar una dictadura sin implantar otra.
Un se?or de guerra del antiguo r¨¦gimen
Antonio de Sp¨ªnola tiene ahora 71 a?os. Primer jefe de la Junta de Salvaci¨®n, primer presidente de la nueva Rep¨²blica, acaba de ser nombrado mariscal, por voluntad del presidente Eanes, conjuntamente con su sucesor, Costa Gomes.
Sigue usando el mon¨®culo que le hizo famoso, pero sus fracasos, m¨¢s que los a?os, pesan sobre los hombros del que fue uno de los m¨¢s arrogantes y prestigiosos hombres de guerra del antiguo r¨¦gimen. Sp¨ªnola debe a su gloria pasada, y a la amistad personal que le conserva el general Eanes, que fue su subordinado, el hecho de no responder delante de los tribunales de sus ¨²ltimos actos pol¨ªticos.
Por orgullo y por prudencia, Sp¨ªnola se mantiene estrictamente alejado de la Ribalta. Vive, la mayor parte del tiempo, en su confortable piso de Lisboa, justo enfrente de la Embajada sovi¨¦tica. No presta declaraciones, ni recibe periodistas. Pero tiene su c¨ªrculo de amigos fieles. Oficiales que sirvieron bajo sus ¨®rdenes y que ocupan hoy cargos importantes, en la polic¨ªa, en el Ej¨¦rcito y hasta junto al presidente Eanes, siguen manifestando p¨²blicamente, siempre que es posible, su respeto y su amistad hacia el viejo.
No confirma que est¨¦ escribiendo sus memorias. Jinete em¨¦rito, conserva una pasi¨®n por el hipismo y todo lo que se relaciona con los caballos. Un concurso h¨ªpico o una fiesta de los antiguos alumnos del colegio militar son los pocos acontecimientos capaces de hacerle abandonar su retiro.
Sus resentimientos por el curso seguido por la revoluci¨®n portuguesa no le han llevado a reunirse con los nost¨¢lgicos del antiguo r¨¦gimen. Todos los esfuerzos de la extrema derecha para arrancarle una condena del actual r¨¦gimen, de una contribuci¨®n a la campa?a contra el presidente Eanes, han sido vanos. Quiso rechazar el mariscalato por haberle sido atribuido conjuntamente con Costa Gomes. Lo hizo por carta, cuyo contenido no ha sido revelado. Su pedido fue rechazado. Sp¨ªnola se call¨®.
Enamorado por un cuadro
Francisco Costa Gomes, el otro ex presidente y nuevo mariscal, e todo lo contrario de Sp¨ªnola. Es -siempre fue- discreto y prudente, pero es tambi¨¦n capaz de extraordinaria continuidad en sus acciones.
Considera a¨²n hoy que el principal m¨¦rito de su mandato es el haber evitado que Portugal fuese arrasado por una guerra civil en 1974-1975.
Hoy ha transferido su lucha al campo internacional aceptando una de las presidencias del Consejo Mundial de la Paz. La derecha le persigue ahora por sus declaraciones en favor del desarme, contra la bomba de neutrones, contra la instalaci¨®n de armas nucleares en Europa. Le llama comunista, lacayo de Mosc¨².
Contrario, como siempre, a todos los extremismos, a todos los radicalismos, preocupado por las tensiones que siente crecer en la sociedad portuguesa, observa y teme las consecuencias de la crisis social y pol¨ªtica. Pero rechaza con firmeza las insinuaciones de un grupo que quiso que en 1980 se candidatura a la presidencia de la Rep¨²blica, y que se obstina en presentarlo como "la reserva de la Rep¨²blica".
Vive solo con su mujer, en un modesto piso del barrio de las Nuevas Avenidas, de Lisboa, Nada en el exterior o en el interior de la casa indica que vive all¨ª un ex presidente de la Rep¨²blica.
El ambiente de la casa es calmo, ordenado, peque?oburgu¨¦s. Hay muchos libros, y cuadros. Uno de ellos, famoso: es un retrato de Mar¨ªa Estela, la esposa del mariscal. Costa Gomes no tiene inconveniente, al contrario, a que se relate, una vez m¨¢s, la historia del cuadro, de su deslumbramiento por la belleza de la mujer retratada que le llev¨® a querer conocerla y a casarse con ella. Este hombre, que dicen calculador, como matem¨¢tico eximio que es, habla con ternura conmovedora de Estela, de los cuidados que le inspira su salud, del hijo ¨²nico, hoy radicado en Brasil, y que espera hacer carrera en el periodismo.
El ingeniero Vasco Gon?alves
Vasco Gongalves fue uno de los pocos oficiales superiores (era coronel desde 1971) que participaron activamente en el movimiento de los capitanes, primer ministro del segundo al quinto Gobierno provisionales, y concentr¨® todos los poderes en la fase m¨¢s caliente de la revoluci¨®n portuguesa.
Ha dado su nombre a una era, el gon?alvismo, a¨²n hoy invocada para justificar todos los males actuales de la sociedad portuguesa.
Pero si el gon?alvismo ha quedado como sin¨®nimo de una forma lusitana y especialmente virulenta de comunismo primitivo, el hombre ha desaparecido de la escena. Se han apagado, en las manifestaciones callejeras, los ¨²ltimos gritos de "Vasco volver¨¢".Vasco Gon?alves no quiso, no quiere, ser tampoco el s¨ªmbolo de la revancha posible, el heraldo del "d¨ªa en que la tortilla de la vuelta". No acept¨® ser el candidato del partido comunista a la presidencia, en 1976, y las romer¨ªas de comisiones de trabajadores o de asociaciones de vecinos lo conmueven sin vencer su voluntad de no volver a las andanzas pol¨ªticas.
Este hombre t¨ªmido, algo enfermizo, necesitaba del calor de los m¨ªtines y de las grandes manifestaciones para metamorfosearse en tribuno inspirado y violento.
Es dif¨ªcil forzar la puerta del modesto piso de Lisboa donde vive "el ingeniero Vasco Santos Gon?alves" cuando uno se anuncia como periodista. Su mujer abre la puerta, simple, simp¨¢tica, sin sombra de maquillaje u otras; sofisticaciones, un ni?o al cuello. El general se ha olvidado de la cita. Fue a arreglar una bomba de un pozo que se estrope¨®. Volver¨¢
Los rostros olvidados de la revoluci¨®n
para el almuerzo, como siempre.M¨¢s que a una relaci¨®n de fuerzas nacionales o internacionales, Vasco Gon?alves atribuye la derrota suya y de los suyos a las malas artes de algunos. "No fueron honestos". Una acusaci¨®n que nunca nadie formul¨® contra ¨¦l, a pesar del proceso expedito que fue utilizado para eliminarlo simult¨¢neamente del Gobierno y de las fuerzas armadas: Vasco Gon?alves fue la ¨²nica v¨ªctima de una ley de excepci¨®n dictada expresamente para su caso por el Consejo de la Revoluci¨®n
El 'almirante rojo'Antonio Alva Rosa Coutinho es una excepci¨®n, al menos aparente, entre los vencidos de la revoluci¨®n. M¨¢s a¨²n, por ser el almirante m¨¢s antiguo en el escalaf¨®n, a pesar de su juventud, deber¨ªa, por tradici¨®n, ser el jefe de Estado Mayor de la Marina. Pero no se hace ilusiones: nunca m¨¢s pisar¨¢ un barco de guerra portugu¨¦s, a no ser que haya otra revoluci¨®n, y no piensa que esto pueda ocurrir en los a?os inmediatos. Es almirante en casa, una casa tambi¨¦n modesta, llena de libros y revistas, muy frecuentada. Porque Rosa Coutinho no ha perdido nada de su buen humor y de su talento para escalpelizar, en t¨¦rminos agudos y contundentes, las situaciones, los personajes, la geopol¨ªtica mundial.
No es hombre para luchar contra las sombras: despu¨¦s de noviembre de 1975, vencido en un combate en el que no lleg¨® a mezclarse, decidi¨® que ya no ten¨ªa lugar en la direcci¨®n militar de la revoluci¨®n y se retir¨® antes de que lo echasen. Pero se defendi¨® con u?as y dientes cuando tuvo que comparecer ante el Consejo Superior de Disciplina y logr¨® salir bien del paso. Y cuando, a pesar de todo, el jefe de Estado Mayor quiso expulsarlo del servicio activo, Rosa Coutinho obtuvo del supremo tribunal militar el reintegro.
La derecha tiene contra ¨¦l un motivo principal de odio: nombrado por la Junta de Salvaci¨®n Nacional como su representante en Angola, Rosa Coutinho fue acusado de haber ayudado al MPLA a reorganizarse y rearmarse, venciendo as¨ª, en 1975, la carrera hacia el poder en Angola. En los peri¨®dicos de la extrema derecha se lee a¨²n hoy que el almirante rojo, el careca (calvo), fue el obrero de la entrega de Angola al imperialismo ruso.
"?C¨®mo van las cosas en Espa?a?", pregunta. Est¨¢ preocupado. Mejor que la mayor¨ªa de los pol¨ªticos portugueses, entiende que el pasado reciente de Portugal se jug¨® fuera de las fronteras y que seguir¨¢ siendo as¨ª. No es un pacifista y tiene moral de luchador.
El Fidel Castro de Europa
Otelo Saraiva de Carvalho no necesita de presentaci¨®n: su nombre basta. Ser¨¢ recordado cuando todos los otros sean olvidados. Con raz¨®n o sin ella es para siempre el estratega del 25 de abril, el capit¨¢n de abril por excelencia, el hombre que pudo ser el Fidel Castro de Europa y no quiso, o no supo. El ex general de los trabajadores, hoy mayor (comandante) en la reserva, por decisi¨®n de los tribunales militares.
Se recuerda que en 1975 una muchedumbre quiso llevarlo a hombros a la presidencia de la Rep¨²blica. No quiso. "Hubiese significado la guerra civil". Ya era tarde entonces. El gran error, seg¨²n ¨¦l, fue abril de 1975, las elecciones a la Asamblea constituyente. Con la distancia y la experiencia que dice haber adquirido, Otelo considera que era un contrasentido, despu¨¦s de haber proclamado, en marzo de 1975, la revoluci¨®n socialista, hacer elecciones burguesas para entregar todo el poder "a los partidos burgueses". Si fuese posible volver atr¨¢s, ?tomar¨ªa el poder?: "Tal vez s¨ª...", responde so?ador.
Es el ¨²nico que insiste en recib¨ªrme fuera de su casa: el lugar de encuentro es el local de la Fuerza de Unidad Popular, la organizaci¨®n que Otelo cre¨®. "Es un movimiento, no un partido; soy antipartido, pero no antiorganizaciones.
Segundo en las elecciones presidenciales de 1976, con un 17% de los votos; tercero en 1980, con el 1,6%, Otelo no se rinde. Si puede, estar¨¢ tambi¨¦n en la carrera de 1985. Tiene tan s¨®lo 45 a?os, y si su cabello es totalmente cano, su mirada sigue siendo la de un ni?o.
En la sala donde espero, todas las luchas de liberaci¨®n del mundo parecen haberse dado cita. Decenas de carteles gritan: "Solidaridad con Namibia", "Freedom for occuped Palestine", "Chile, organizaci¨®n y lucha", "El pueblo de El Salvador vencer¨¢", "Polisario". El mayor de todos lleva un gran punto de interrogaci¨®n; es de la FUP y pregunta: "?E ago'ra?". ?Y ahora, Otelo?, pregunto yo: "?Ahora?, aqu¨ª estoy...", y se r¨ªe. Ha sido el ¨²nico grande que conoci¨® la prisi¨®n por unos d¨ªas. Sabe que podr¨ªa volver a la c¨¢rcel un d¨ªa. No parece importarle.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.