Ram¨®n Carande y su galer¨ªa de raros
La palabra "raro" tiene, seg¨²n el viejo diccionario de autoridades, varias acepciones, de las cuales hoy la m¨¢s usual es la de extraordinario, poco com¨²n o frecuente. Pero tambi¨¦n se sigue usando para designar a un corto n¨²mero de cosas o personas, de modo espec¨ªfico. Lo de emplear la voz como equivalente a insigne, sobresaliente o excelente no es ya tan com¨²n, y menos todav¨ªa el empleo de una acepci¨®n que da el mismo diccionario en cabeza, ilustr¨¢ndola con cierto ejemplo sacado de obra bastante poco conocida: la traducci¨®n de Argenis debida a Gabriel del Corral. Seg¨²n este ejemplo "raro" en s¨ª, los raros son unos hombres que tienen floxas las membranas del celebro; tambi¨¦n delgadas. Por ello aptas para recibir las "im¨¢genes que llamamos phantasmas". Son raros por la rara sustancia de su mollera, que tiene poca densidad y muchas posibilidades de dilataci¨®n. Sospecho que esta explicaci¨®n de por qu¨¦ son como son los hombres raros, sacada de un texto del siglo XVII hoy olvidado, no le satisfar¨¢ al autor de la Galer¨ªa de raros m¨¢s recientemente publicada; hombre raro ¨¦l mismo y que ha escogido un seud¨®nimo m¨¢s raro todav¨ªa: el de Regino Escaro de Nogal. Los raros de esta galer¨ªa son diecisiete y la mayor¨ªa de ellos no vive m¨¢s que en el recuerdo del que hoy da fe de su existencia con pelos y se?ales y en el de algunos que les vimos pasar de refil¨®n y m¨¢s o menos cerca hace ya muchos a?os. ?Qu¨¦ les une entre s¨ª? Algo esencial, el que todos produjeron el inter¨¦s y congruencia, tambi¨¦n la admiraci¨®n y la amistad a nuestro gran Ram¨®n Carande. ?Eran aptos para recibir las im¨¢genes de lo que llamamos phantasmas, seg¨²n el texto traducido de Barclai o, m¨¢s bien, eran ellos mismos entes phantasmales? Yo me inclino a pensar esto ¨²ltimo: pero he de confesar que cuanto m¨¢s me voy cargando de a?os m¨¢s tendencia tengo a confundir la realidad pasada con la fantas¨ªa, lo vivido con lo so?ado. "La vida es sue?o", pero sobre todo para los viejos. Y yo ahora puedo llegar a preguntarme: ?existieron en verdad Luis Garc¨ªa Bilbao, Jos¨¦ Mar¨ªa Soltura o Francisco de las Barras y Arag¨®n, o son creaciones de la fantas¨ªa de Ram¨®n Carande en su vejez fecunda? Yo creo que existieron all¨¢ en su ni?ez, en la adolescencia o en la primera. juventud. Creo tambi¨¦n haberlos visto en Madrid. Y me parece que incluso trat¨¦ a alguno. Pero ahora me doy cuenta de lo que realmente eran: fantasmas, visiones, representaciones que no ten¨ªan realidad corp¨®rea casi. Proyectos de algo muy grande, no realizado. Varios fueron casi ¨¢grafos, pero influyeron en hombres ilustres que de ¨¢grafos no ten¨ªan nada. A otros se los llev¨® la Parca sin dejarles tiempo para dar medida de sus fuerzas, y otros pocos, s¨ª, la dieron cumplida; alcanzaron la gloria, como Santiago Ram¨®n y Cajal... Y, sin embargo, Cajal queda bien incluido en la serie, porque un no s¨¦ qu¨¦ le un¨ªa a los otros, a los humildes, a los ¨¢grafos, a los olvidados. Observar a don Santiago sentado en el viejo caf¨¦ del Prado y leyendo cosas que parec¨ªan de una inocencia paradisiaca, era espect¨¢culo delicioso que nos lo acercaba. Como era otro estupend¨ªsimo visitar a Francisco de las Barras en el Museo Antropol¨®gico y encontrar a la entrada al viejo tenor jubilado Cerd¨¢, que con unos zorros quitaba el polvo al esqueleto del "gigante extreme?o", mientras cantaba un ari a de Il trovatore, La traviata o L'elisir Xamore. Y all¨¢, en la calle Ancha, ver entrar a Garc¨ªa Bilbao en una librer¨ªa con aire de dudar de su propia existencia, mientras que Canseco luc¨ªa su ingenio en proporci¨®n de aquello a que le convidaban.?Qu¨¦ desfile de raros y aun de "rarillos"! En la universidad, tambi¨¦n un helenista que era el menos griego de los hombres, un orador de c¨¢tedra y de mitin,, socialista, conocido por su inmensa sordera. M¨¢s all¨¢, un bi¨®logo distra¨ªdo, al que los disc¨ªpulos amargaban sus frecuentes y modestas libaciones en las tabernas, haci¨¦ndose los encontradizos. ?Son reflejo de la realidad estas imagenes vetustas? Ya no sabe uno qu¨¦ pensar. De todas formas, en el celebro propio est¨¢n. Tambi¨¦n en el de Ram¨®n Carande y en los de algunos otros amigos suyos y m¨ªos; as¨ª es que hay vehementes sospechas para suponer que s¨ª, que reflejan algo que existi¨®. Mas imitando al predicador portugu¨¦s, en su deseo de paliar los efectos de un serm¨®n magn¨ªfico y tremendo, podr¨ªamos acotar -pero hace tanto tiempo que pudiera ser que fuese mentira.
Diecisiete raros nos acompaf¨ªan ahora y nos dan una imagen fant¨¢stica de un mundo desaparecido. Hay que pedir al que como por arte de magia los ha resucitado que resucite otros que conoci¨® y de los que cuenta hechos y pensamientos peregrinos. Porque Ram¨®n Carande, que vio pasearse montado a caballo a comienzos de siglo, en Berl¨ªn, al emperador de los helenistas, es decir, a Ulrich von Wilarnowitz-Moellendorff, que asisti¨® a las clases de Simmel, que vio en Suiza a Lenin..., fue tambi¨¦n confidente de alg¨²n gran maestro del ballet y tambi¨¦n del cardenal Segura.. As¨ª es que puede ampliar la galer¨ªa hacia arriba, hacia abajo, hacia afuera o hacia adentro. Y lo ¨²nico que le inquieta algo al que esto escribe es que el mismo don Ram¨®n, en acto p¨²blico y .solemne, le ha catalogado ya entre los raros existentes, vivos, de suerte que tabr¨ªa que en una nueva serie quedara la imagen de su exigua persona (no ¨¢grafa precisamente) fijada junto a otras que la dejaran chata y enana al lado de pr¨ªncipes de la Iglesia, de la revoluci¨®n o del ballet.
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