O C¨¦sar o nada
Ser¨ªan ya cerca de las seis de la tarde. El fiscal, general de la Armada Jos¨¦ Manuel Claver, dio comienzo a sus peticiones definitivas de pena. En ese mismo momento el teniente general G¨®mez de Salazar, que preside interinamente esta causa, se puso en pie; con ¨¦l toda la Sala, por primera vez en esta unanimidad de respeto ante las sanciones que solicita el representante de la Sociedad. Los periodistas tomaban notas de pie y precariamente; algunos familiares lloraban; el respeto al momento procesal fue absoluto; y un punto de emoci¨®n se produjo en todos. Treinta a?os para Milans del Bosch, Armada y Tejero, como cabezas de la conspiraci¨®n y en pena ¨²nica; quince a?os para Torres Rojas, San Mart¨ªn, Ib¨¢?ez Ingl¨¦s y Pardo Zancada; doce para Manchado y Cortina;... etc¨¦tera.Desde por la ma?ana se especulaba en los corrillos campamentales que el fiscal mantendr¨ªa las peticiones de sus conclusiones provisionales. No obstante, algunos encausados (o al menos sus familiares) confiaban a¨²n en rebajas procesales de ¨²ltima hora. La tabulaci¨®n final de penas pedidas por el fiscal ha sido, si no sorprendente, s¨ª extra?a -m¨¢xime cuando no ha desglosado cada delito de cada, encausado-. Al general Torres Rojas le ha rebajado cinco a?os de petici¨®n, tres a?os al coronel Manchado (el jefe que facilita los guardias a Tejero), dos a?os al teniente coronel Mas (ayudante de Milans), un a?o al capit¨¢n Dusmet (acaba de remitir una carta a sus compa?eros de promoci¨®n en la que aduce que este es un juicio pol¨ªtico y pone a pan pedir a parte de la Prensa), otro a?o menos para el capit¨¢n Alvarez Arenas, otro menos para Pascual G¨¢lvez, tres a?os menos para el capit¨¢n Batista (el Garcilaso, amigo de los periodistas, que se presenta con sus hombres en una emisora de radio madrile?a), un a?o menos para el capit¨¢n Abad, otro menos para el capit¨¢n L¨¢zaro, un a?o m¨¢s (de seis a siete) para el capit¨¢n Mu?ecas y, en l¨ªnea descendente sobre las supuestas responsabilidades, una rebaja lineal de un a?o para el resto de los implicados. Las previsiones est¨¢n cumplidas.
S¨®lo el capit¨¢n Batista puede terminar salvando la carrera, si el tribunal es clemente. De ¨¦l para abajo (y en algunos casos para arriba) puede darse el caso de otros jefes y oficiales que salven sus guerreras: todos los tenientes de la Guardia Civil y, acaso, el capit¨¢n de nav¨ªo Camilo Men¨¦ndez, aunque s¨®lo sea por no agraviar a la Armada, siendo precisos jur¨ªdicamente con un asunto a la postre menor.
La clave de esta petici¨®n fiscal reside en las tres peticiones de pena ¨²nica: es la pena que suple a la capital. En la antigua pena de muerte (hoy solo v¨¢lida para tiempo de guerra) no cab¨ªan grados, obviamente. En su sustituta -la pena ¨²nica-, tampoco. C¨®mo cabecillas de la rebeli¨®n militar o son condenados Milans, Armada y Tejero a treinta a?os de reclusi¨®n o no son condenados a nada y se les tiene por inocentes. (Bien que podr¨ªan ser culpados de otros delitos). Fue ¨¦sta una figura contestada durante la reforma del C¨®digo de Justicia Militar y que puede ahora encontrar su contestaci¨®n pr¨¢ctica: hete aqu¨ª desde ayer a tres hombres que por su edad y gobierno ya no tienen nada que perder, desde el momento en que un fiscal solicita para ellos treinta a?os con sobrados argumentos jur¨ªdicos y sin posibilidad de recurrir a atenuantes. Ya son tres hombres de los que cabe esperar cualquier reacci¨®n.
Ha cambiado el clima de Campamento y no s¨®lo por el fr¨ªo. Las expectativas familiares son sombr¨ªas y ahora el tema de conversaci¨®n reside en los ocho dias h¨¢biles -hacia el filo del siete de Mayo- que tiene el Tribunal para acordar una sentencia. El n¨²mero impar de sus miembros -diecisiete- se ha roto con la enfermedad del Presidente, Luis Alvarez Rodr¨ªguez, pero no obstaculizara la sentencia, dado que el presidente (en este caso, en funciones) siempre tiene voto de calidad.
A partir de hoy expondr¨¢n sus conclusiones definitivas las defensas, comenzando por la de Milans. Despu¨¦s intervendr¨¢n los defensores militares, y finalmente cada encausado aducir¨¢ en su favor lo que tenga a bien. Algunos comentarios ten¨ªan por bueno que el Consejo se reuniera en alg¨²n parador de los alrededores de Madrid; sobre tal reuni¨®n no existen normas establecidas y el Presidente puede reunir su Consejo donde quiera y como quiera. El sabr¨¢. Si sobre alg¨²n encausado no existe mayor¨ªa simple respecto a la pena a aplicar, la mayor se suma a la menor. Por ejemplo: si reunido el Consejo, de los diecis¨¦is votos, siete son favorables a una pena elevada para un encausado y s¨®lo seis optan por una pena menor -los tres restantes se abstendr¨ªan-, la sentencia se inclina por esta ¨²ltima, sumando para s¨ª los siete votos m¨¢s graves.
Todo el d¨ªa ha sido del fiscal. Este ha sido su gran d¨ªa y debe ser analizado. El fiscal Claver es un hombre que nos hab¨ªa acostumbrado en dos meses de causa a su brillantez inquisitorial (del que inquiere). Muchos periodistas (muy lejanos en la Sala de su mesa) ni le conocen f¨ªsicamente. Pero la megafon¨ªa ya nos ten¨ªa acostumbrados a su tono amable, entrecortado en ocasiones, nunca hiriente, pero inquisitivo, y, en cualquier caso, a esa frase repetida hasta la saciedad -...le habla el Fiscal"- que hasta los interrogados escu chaban sobresaltados como si la voz en cuesti¨®n surguiera milagro samente de una pared. Durante dos meses hemos escuchado, en defintiva, la voz del fiscal. Ayer (no se como explicarlo) hemos escu chado algo menos. Para empezar, el fiscal Claver poco menos que pidi¨® excusas por ejercer su funci¨®n, aludiendo a lo penoso de su tarea (representar los intereses del Estado y la sociedad) y saludando al presidente saliente, al entrante y a sus compa?eros togados de la defensa. Como cortes¨ªa procesal es tuvo bien, en el entendido de que en materia de buenas costumbres ning¨²n exceso es excesivo. Acaso, por el resto de su larga intervenci¨®n, se echar¨¢ en falta mayor entusiasmo audible, oratorio, por la defensa de las libertades p¨²blicas presuntamente puestas en precario por los procesados. Pero bien es verdad que lo mejor es enemigo de lo bueno. Nadie pone en duda que el informe fiscal es jur¨ªdica mente irreprochable y que ha ter minado por desmochar las tesis relativas al Estado de necesidad y a la obediencia debida. Tal es as¨ª que algunos letrados de la defensa no ocultaban,ayer tarde su necesidad de reformar sus propios escritos tras las palabras del general Claver. Acaso quepa reprochar a la fiscal¨ªa el no hablar para la galer¨ªa, como puede que a partir de hoy hable buena parte de la defensa. Y en el reproche informativo se in cluye a unos servicios de informa ci¨®n del Estado tan torpes como para no prever que los informes de los defensores ser¨¢n filtrados sin rubor; en tanto el informe del fiscal, plet¨®rico de matices a estudiar, esperara el sue?o de los justos o el t¨¦rmino del proceso judicial para ver la luz al completo. La igualdad de oportunidades, pero al rev¨¦s, o el condenado por desconfiado.
Por lo dem¨¢s es de destacar la defensa que del papel del Rey ha hecho el Fiscal. Mejor dicho: su descalificaci¨®n de las abusivas atribuciones que los golpistas hicieron de la figura de Sus Majestades. Deshizo la trama en tres movimientos:
1.-Cron¨®logicamente no se pod¨ªa utilizar al Rey. Hasta el 10 de enero de 1.981 no empiezan -seg¨²n el sumario- a hablar del Rey Armada y Milans, y desde meses antes la conspiraci¨®n ya est¨¢ en marcha.
2.-Armada es el ¨²ltimo referente de unas referencias que al final niega. Puede que el Rey le hiciera comentarios pol¨ªticos -el Rey no es mudo y es poseedor de opiniones-, pero nadie, fuera de Armada (que adem¨¢s lo niega) aduce en esta causa que el Rey asp¨ªrara a modificar el curso normal de la vida pol¨ªtica del pa¨ªs.
3.-Ninguno de los conjurados, pese a sus posibilidades de conexi¨®n con el Rey -institucionales y personales- intent¨® la menor confirmaci¨®n de tan aventurada idea.
Todo ello sin contar con el papel -dram¨¢tico- de un Rey que aquella noche se dirige por radio y televisi¨®n a todo el pa¨ªs (y, por descontado, a sus generales) exigiendo el respeto a los poderes constitucionales, y que es desobedecido por las cabezas de la actual l¨ªnea de encausados en Campamento.
En suma: buen informe fiscal, lleno de enjundia en su fondo jur¨ªdico, y falto del entusiasmo hacia la galer¨ªa que se espera de los informes de muchas defensas. Bien es cierto que el Fiscal (general, a la postre) no desea herir a compa?eros suyos de armas, por m¨¢s que se vea obligado a hacer justicia; acaso ignore que ya sus compa?eros de armas -por supuesto que algunos- est¨¢n echando sus galones a los lobos en el mismo patio de Campamento, aduciendo ascensos y prebendas mal adquiridos.No es de extra?ar: en este malhadado patio de armas la difamaci¨®n y el malentendido tienen su capilla para todos; incluidos los m¨¢s torpes, que parecen ser algunos periodistas.
En 1.975 este cronista bajaba las desvencijadas escaleras de Iberia en El Aai¨²n. Abierta la portezuela del aparato que tan pocos y sospechosos pasajeros transportaba desde Las Palmas de Gran Canaria, una bofetada de aire caliente nos amilan¨®. A continuaci¨®n, mientras un tal comandante Sandino, que me recib¨ªa, daba instrucciones sobre el equipaje y el destino en aquella ciudad de aluvi¨®n y frontera, el sirocco -arena fin¨ªsima que busca hasta el ¨²ltimo repliegue de la piel-, y le cafard -esa locura que s¨®lo puede darse en el desierto-, cayeron sobre los desolados y bogartianos -"Casablanca", "Casablanca"-, pasajeros de aquel vuelo extra?o amenazado por la marcha verde marroqu¨ª. Llegados a la capital del Sahara solo hab¨ªa un destino: la plaza. A un lado el Gobierno General, a otro la residencia del Gobernador. Y cruzando la plaza la primera visi¨®n -al menos la m¨ªa- fue la de un general arrogante, vestido de chaleco de ant¨ªlope con el pecho y los brazos al aire, sin armas, enjuto, personaje de Jean Lartegy, golpeteando la bota con un peque?o l¨¢tigo, mirando al frente y charlando con los saharahuis que se le cruzaban en aquella plaza. Te quedabas parado ante aquella imagen llena de chuler¨ªa imperial y de valor personal. Despues o¨ªas a lo lejos unos redobles y por una calle lateral se te presentaba, como de improviso, una bandera del Tercio, con un carnero marcando el paso en primera fila. Ven¨ªan a la plaza de El Aaiun a arriar la bandera y los saharuis se retrepaban sobre las aceras medrosamente. Pensaras lo que pensaras te llenabas de un falso orgullo. La ca¨ªda mental del europeo f¨¢cilmente colonialista. (?Aquel Tercio Juan de Austria que se neg¨® a arriar la bandera en el Sahara, tal¨® el mastil, y se lo llev¨® a las Canarias!). Pues de aquel cafard de barato colonialismo decimon¨®nico uno de los generales que tuvieron claro lo que hab¨ªa que hacer fue el de la plaza y la fusta: G¨®mez de Salazar, gobernador general entonces, art¨ªfice de la buena retirada de nuestras tropas.
Nada tiene que envidiar su carrera a la de Milans, ni en medallas, ni en campa?as. Y G¨®mez de Salazar es anterior en el empleo al ex-capitan general de Valencia. Adem¨¢s presidi¨® el consejo de guerra contra los militares de la UMD y, acabar¨¢ firmando las sentencias contra los militares del 23 de febrero. En ese equilibrio est¨¢ el final de sus servicios al Estado. Puede que por todo lo anterior haya sustituido a un buen pr¨ªncipe del Ej¨¦rcito, como Alvarez Rodr¨ªguez, que ha llevado sobre su ¨²lcera sangrante lo peor de este juicio, y que lo ha hecho con gallard¨ªa, con prudencia, con honor y con habilidad. Mas no se pod¨ªa hacer, aunque se pueda hacer otra cosa en el futuro.
Pero, ahora, la historia que interesa es la del comienzo: tres jefes de nuestro Ej¨¦rcito que afrontan en justicia el lema borgiano de Aut Cesar, aut nihil; o treinta a?os o nada. Peor suerte tuivieron otros centuriones.
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