Una cuesti¨®n de soberan¨ªa
Argentina y el Reino Unido est¨¢n en guerra -no declarada formalmente hasta el momento- por una cuesti¨®n de soberan¨ªa. ?Qu¨¦ es la soberan¨ªa? Los expertos en Derecho pol¨ªtico coinciden en la confusi¨®n conceptual que este t¨¦rmino implica. Parece, empero, que se tratar¨ªa de la facultad de ejercer la autoridad suprema de forma independiente. Argentina hubiera aceptado retirar las tropas de las islas Malvinas, negociar en el marco de la ONU una soluci¨®n pac¨ªfica al contencioso, instaurar una administraci¨®n conjunta o internacional... si se respetaba su soberan¨ªa. Los brit¨¢nicos han dejado ver claramente que hasta la soberan¨ªa es negociable, pero denostan el uso de la fuerza como sistema de resolver conflictos. Todos los imperios coloniales se han deshecho, no obstante, bajo el ¨ªmpetu de la revoluci¨®n y la guerrilla. Y hasta la protesta no violenta de Gandhi en la India enlazaba con una historia de guerras coloniales que inspir¨® algunas de las mejores p¨¢ginas de la literatura universal. Los brit¨¢nicos estaban, en cualquier caso, dispuestos a negociar, pero no a reconocer la soberan¨ªa argentina de antemano por el simple hecho de la ocupaci¨®n militar de las islas.Pasa a la p¨¢gina 13
Viene de la primera p¨¢gina
Y en torno a esta palabra se ha montado un despliegue armamental y log¨ªstico, una gran ceremonia de alineamientos y todo un marem¨¢gnum de declaraciones oficiales y ardores patri¨®ticos con curas que enardecen a las masas porte?as habl¨¢ndoles por radi¨® desde los islotes y pa?uelos al aire para despedir a la flota de la Union Jack en el puerto de Portsmouth. Ya se han hecho todas o casi todas las consideraciones posibles sobre el caso. El car¨¢cter brutal de la Junta que preside Galtieri; el "problema colonial de fondo", como eufem¨ªsticamente describe la situaci¨®n, mediante nota escrita y sin dar la cara nadie, el Gobierno de Madrid; la ofensa imperialista de los brit¨¢nicos hacia un Tercer Mundo que se agrupa casi sin excepciones en torno al ocupante de las islas. Pero quiz¨¢ no se haya hecho suficiente hincapi¨¦ en el aspecto burda y trasnochadamente nacionalista que las opiniones de unos y otros adquieren. El nacionalismo ha sido a un tiempo la mentira y el detonador de las guerras de nuestro siglo. Bajo su consigna, las masas han ido enardecidas a luchar y a morir por la patria, sin tener una idea suficiente de qu¨¦ cosa la patria pueda ser. Un nacionalismo exacerbado y rid¨ªculo, frente a las corrientes pol¨ªticas y morales universalistas que recorr¨ªan el mundo, lanz¨® a los pa¨ªses a una de las guerras m¨¢s destructoras e in¨²tiles que pueda recordar la Historia: la primera guerra mundial. Los problemas que con aquella matanza universal pretendieron atajar -seg¨²n dec¨ªan- los que la organizaron no s¨®lo pervivieron, sino que aumentaron. La segunda Gran Guerra fue fruto de un esp¨ªritu nacionalista a¨²n m¨¢s torcidamente acusado. A su t¨¦rmino, sin embargo, el mundo pod¨ªa resultar confortado con la ilusi¨®n de que la victoria sobre el fascismo pudiera dar origen a un h¨¢lito nuevo en las relaciones internacionales. Vana esperanza. Todos los esfuerzos de cooperaci¨®n entre las naciones se han visto rotos cada vez que los intereses ego¨ªstas de los Estados soberanos se ve¨ªan amenazados por ese progreso de la comunidad internacional. Pero, al mismo tiempo, la aparici¨®n del arma nuclear, el desarrollo de la electr¨®nica y de las comunicaciones y los acuerdos de Yalta se encargaban de poner entre par¨¦ntesis la propia definici¨®n de la facultad soberana de los Estados.
Es por eso casi rid¨ªculo o¨ªr hablar a argentinos e ingleses de la soberan¨ªa sobre las Malvinas en un mundo donde la concentraci¨®n del poder econ¨®mico y del poder nuclear ha echado por tierra los conceptos b¨¢sicos del Estado-naci¨®n, sobre los que todav¨ªa la ciencia pol¨ªtica y la verborrea oficial planean indecisamente. Argentina es una naci¨®n cuya proclamada voluntad independiente se basa en una deuda externa de 30.000 millones de d¨®lares -de ellos, 2.000 millones con bancos brit¨¢nicos-, pero reclama airadamente su soberan¨ªa sobre los islotes del mar austral. El Reino Unido ha perdido en los ¨²ltimos cuarenta a?os grandes extensiones territoriales (la India, Rodesia, Kenia, Palestina). En Suez enton¨® el canto del cisne de su arrogancia colonial. Y, sin embargo, ahora lanza su flota, con un pr¨ªncipe al frente, a una batalla naval sin precedentes por la soberan¨ªa sobre un trozo de tierra habitado por 1.800 ciudadanos, cuyos derechos son utilizados como argumento para intentar mantener una plataforma m¨ªnima -y qui¨¦n sabe si alguna vez ¨²til para Londres- que hab¨ªa casi abandonado en la lejan¨ªa del mar. No son las Malvinas ni su soberan¨ªa lo que est¨¢ en juego; es el retorno de un torvo esp¨ªritu nacionalista, del militarismo convertido en raz¨®n de Estado y en aglutinante de los orgullos patrios lo que traslucen a un tiempo las actitudes de Galtieri y Thatcher. Argentinos e ingleses se han sentido, por lo visto, humillados. Pero la ¨²nica humillaci¨®n visible es la de unos gobernantes temerosos de perder su poder, que agitan las pasiones nacionales como argumento de su propia intemperancia. En ambos casos es preciso restaurar el sentimiento patrio. No porque de su restauraci¨®n se devengue una mejor forma de vida para nadie -argentinos, brit¨¢nicos o malvinenses-, sino porque, si no se hace as¨ª, esa nueva y vieja forma de imperialismo que somete a los hombres en nombre del nacionalismo podr¨ªa venirse abajo. Y con ello, todo un sistema de ordenaci¨®n de las cosas, del que escapan no pocos grandes temas supuestamente reservados a la soberan¨ªa de los pa¨ªses, pero que respeta, en cambio, considerables intereses de los respectivos poderes establecidos. Me pregunto cu¨¢ntas vidas de soldados ingleses y de soldados argentinos vale entonces esta cuesti¨®n de la soberan¨ªa de las Malvinas.
En el mismo contexto debe analizarse el papel de Espa?a en el conflicto y las dificultades que encara ahora el Gobierno frente a la OTAN y el Mercado Com¨²n. ?Cu¨¢les son sus posibilidades de llevar a cabo una pol¨ªtica exterior no s¨®lo proclamada, sino verdaderamente, soberana?. Pues ahora resulta que el servir la vocaci¨®n hist¨®rica de Am¨¦rica nos lleva a un conflicto con nuestra vocaci¨®n hist¨®rica europea. Siempre he sospechado que la petici¨®n espa?ola de ingreso en la Alianza Atl¨¢ntica se basaba, en cierta medida, en algunas renuncias previas cuyo reconocimiento resultaba poco brillante. Argumento decisivo fue la negativa rotunda del Gobierno de Estados Unidos a negociar un tratado bilateral fuera del marco de la OTAN y la falta de alternativa espa?ola a semejante e intransigente posici¨®n (probablemente por temores a un debilitamiento interno de nuestra todav¨ªa delgada estructura pol¨ªtica). Resplandec¨ªan el sometimiento a voluntades ajenas de nuestra propia voluntad soberana y la suposici¨®n, a mi juicio infundada, de que el otanismo era la ¨²nica vacuna eficaz contra el militarismo golpista. Todo parece trastocado ahora. Y bien se ve que las cauciones y recomendaciones que se hac¨ªan en el caso OTAN no eran necesariamente fruto de sentimientos prosovi¨¦ticos o antinorteamericanos, sino dictadas muchas veces por el simple sentido com¨²n. ?Qu¨¦ clase de aliada va a ser Espa?a -parecen preguntarse hoy los europeos- que en una guerra del Reino Unido con un pa¨ªs tercero se muestra simpatizante de este ¨²ltimo? ?C¨®mo hubiera funcionado el bloqueo econ¨®mico de Europa a Buenos Aires si Espa?a ya hubiera formado parte de la CEE? Pero ?qu¨¦ clase de aliados vamos por otra parte a tener los espa?oles -pueden nuestros ciudadanos interrogarse- que sostienen una situaci¨®n colonial en nuestro territorio y utilizan sus facilidades log¨ªsticas para emprender esta guerra decimon¨®nica y absurda que pagar¨¢ su precio en vidas humanas y en un peligroso aumento de la tensi¨®n internacional? Una cuesti¨®n de soberan¨ªa en torno a las Malvinas ha cancelado por el momento nuestras aspiraciones a una soluci¨®n negociada sobre la propia soberan¨ªa de Gibraltar. Lo que es peor: pone en entredicho la capacidad del Gobierno espa?ol de mantener actitudes seriamente independientes -?soberanas?- en pol¨ªtica internacional. Nada nuevo ni peculiar de este pa¨ªs o de este r¨¦gimen, ni de este partido en el poder. Todo el nacionalismo franquista no pudo impedir la entrega de las colonias africanas, el desastre de Ifni o la retirada del Sahara. El reconocimiento de la propia, debilidad en un mundo subyugado por la fuerza no puede, por lo dem¨¢s, ser nunca humillante. Lo humillante fue reproducir esa forma de imperialismo exterior que padec¨ªamos con el imperialismo nacional aplicado sobre la espaldas de los espa?oles. Y, sin embargo, es preciso suponer que entre el todo y el nada, aun en este mundo dependiente al mil por ciento de la amenaza nuclear, los tipos de inter¨¦s de un solo pa¨ªs y los acuerdos entre poderosos, las naciones peque?as o medianas como la nuestra tienen y pueden desempe?ar un papel propio sin ser siempre sucursales de los intereses de las grandes potencias. Es en esto en lo que se ha mostrado balbuciente Espa?a en su m¨¢s reciente historia, precisamente por ese empe?o en suponer que s¨®lo la pol¨ªtica exterior basta para afianzar el edificio interno de la pol¨ªtica, y que una actitud de alineamiento incondicional con Estados Unidos era el ¨²nico e indicustible rumbo a seguir. Hace ahora dos a?os que el canciller mexicano Casta?eda vino en visita oficial. a Madrid con una propuesta probablemente ut¨®pica, pero que trataba de romper, siquiera desde el s¨ªmbolo, esta dependencia casi absoluta que la mayor¨ªa de los Estados sufren respecto de los m¨¢s poderosos. Su oferta parec¨ªa simple. Creemos -dec¨ªa- una sociedad de naciones de clase media, de pa¨ªses no enteramente desarrollados, pero claramente alejados de las estructuras y realidades del Tercer Mundo, que nos permita intentar escapar del dictado de los grandes. Aqu¨ª ni siquiera fue escuchado. Obsesionados con el proyecto otanista y equivocados en la manera de negociar nuestra incorporaci¨®n a Europa, Latinoam¨¦rica s¨®lo parec¨ªa un juego de palabras. Nuestras relaciones con Cuba, con Nicaragua, con el propio M¨¦xico, con el Pacto Andino, han sido consciente y casi cient¨ªficamente obstruidas por el inmenso vecino del Norte. Mientras Francia y la Rep¨²blica Federal de Alemania enviaban armas a la Junta sandinista, Espa?a se negaba a las peticiones que en ese sentido se le hac¨ªan; mientras algunas potencias europeas buscaban en El Salvador una soluci¨®n diferente a la que representaba la propuesta de Napole¨®n Duarte, Espa?a se alineaba con las visiones cargadas de prejuicios del Departamento de Estado. No hay que echarle la culpa a un ministro, ni siquiera a la sucesi¨®n de ellos en el palacio de Santa Cruz. Lo que aqu¨ª ha faltado desde hace a?os ha sido una definici¨®n p¨²blica -que se ha querido paliar con declaraciones generalizadas cuya inoperancia es ahora palpable- sobre cu¨¢les son los intereses y las preocupaciones esenciales espa?olas en materia de defensa y pol¨ªtica exterior. Y las opciones recientes se tomaron no tanto por atender a nuestros principales problemas de seguridad como por servir una concepci¨®n del mundo previamente establecida, que dif¨ªcilmente Espa?a va a poder cambiar en solitario, pero que sin dudase encuentra en un proceso de cambio. Es preciso preguntarse si ten¨ªamos necesidad de correr a colaborar en su conservaci¨®n, y a qu¨¦ precio.
?Puede Espa?a, despu¨¦s de las Malvinas, integrarse en la OTAN sin encontrar una soluci¨®n previa a Gibraltar, si es Gibraltar, como dicen, una cuesti¨®n de soberan¨ªa? Esta es la m¨ªnima pregunta que se hacen hoy parad¨®jicamente incluso aquellos que opinan que lo de la soberan¨ªa comienza a ser el embuste sobre el que los Gobiernos edifican y justifican las m¨¢s absurdas de las arrogancias. Como ¨¦sa de lanzar a los hombres a una guerra de cuyas consecuencias, sin comerlo ni beberlo empezamos a sufrir los espa?oles, y entre cuyas causas, envueltas en las grandes palabras, s¨®lo es posible discernir la ambici¨®n de unos gobernantes dispuestos a mantenerse en el poder, electoral o dictatorialmente. Aunque sea a base de cimentar los mitos barrocos de la patria sobre la sangre inocente y perpleja de unos cuantos marinos de veinte a?os.
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