Jethro Tull, demasiado, viejo para ser joven, demasiado joven para abandonar
Fue como un circo. Jethro Tull pertenece ya a ese subg¨¦nero del rock que, semejante a la gran carpa de los milagros, permite que la gente (en el pabell¨®n del Madrid, el pasado s¨¢bado) disfrute a medias entre lo conocido y lo inesperado, entre la sorpresa nueva y el reencuentro at¨¢vico. Y as¨ª como un circo no es tal sin fieras, trapecistas o payasos; Jehtro Tull debe incluir en su repertorio los n¨²meros de siempre. Hay ese utilizar la flauta como un volatinero, hay esa voz de cuando en cuando pla?idera y a veces amenazadora, hay la guitarra del calv¨ªsimo Mart¨ªn Barre, hay canciones cl¨¢sicas como Aqualung, hay gozo redivivo.Pero, al igual que en el circo, tambi¨¦n debe haber novedades que son canciones, o el enorme mandoble que da t¨ªtulo a su ¨²ltimo album o una procesi¨®n de oficinistas que corren por el escenario cuando suena Watching You. Y todo est¨¢ medido, cada uno de los movimientos es preciso y sin posibilidad de cambio porque aqu¨ª, amigos, no cabe: la espontaneidad, ni se busca ni se pretende. Ver¨¢n, si estos m¨²sicos se desmadraran, se salieran de sus casillas, aquellas luces tan bellas ya no les iluminar¨ªan como deben, aquellos ecos tan bien programados no entrar¨ªan donde deben y aquella escenograf¨ªa tan sencillamente compleja ser¨ªa poco m¨¢s que un barullo.
Esto es el circo, digo, y la gente parece entenderlo as¨ª cuando deja su malicia en casa y disfruta con lo que ya conoce y espera o se asombra alborozada con los efectos efectistas. Y tambi¨¦n cuando sabe o supone que debe participar y enciende las lucecitas bic en el momento preciso y dise?ado. Habr¨¢ quien opine que todo esto s¨®lo demuestra la falsedad de una antigua, estrella y la estupidez de unas personas. Tanto peor para esas gentes c¨ªnicas. La gente no es est¨²pida, sabe lo que quiere; el artista no es mentiroso, da lo que puede.
lan Anderson, el gran l¨ªder, se mueve a sus treinta y cinco a?os con una fuerza extra?a, simb¨®lica y estereotipada. Hace lo de siempre, pero no igual. Y, al fin, ?quien va contemplar a Clark Gable y no espera su sonrisa? o ?quien escucha a Dal¨ª y no exige una boutade? Ian Anderson, despu¨¦s de mucho tiempo viene a mostrar la evoluci¨®n que se produce en esta m¨²sica desde el vanguardismo a lo gen¨¦rico. S¨®lo unos pocos pueden estar innovando constantemente. El resto, los que un d¨ªa fueron grandes creadores tienen ahora un recurso: ser fieles a s¨ª mismos, repetir el antiguo rito y la vieja farsa para que unas gentes vuelvan a sentir la magia. Sin mucha trascendencia pero con honradez.
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