El taco
Para una sociolog¨ªa del taco -Cela ya hizo oportunamente su Diccionario secreto-, habr¨ªa que considerar c¨®mo el taco ha pasado en muy pocos a?os -los ¨²ltimos- de cierta izquierda a cierta derecha, c¨®mo las expresiones directamente sexuales o blasfematorias ya no se encuentran s¨®lo entre los obreros (el taco, dialectal) o entre los intelectuales (el taco como subversi¨®n del idioma), sino primeramente entre las marquesas (ciertas marquesas).Digamos que el taco se ha movilizado, se ha militarizado. En el taco proletario hab¨ªa una revancha idiom¨¢tica del subconsciente colectivo. Una de las pocas libertades que el pueblo pod¨ªa tomarse: la libertad de hablar mal. (No sab¨ªan ellos que eso era hablar bien, en cl¨¢sico.) El pueblo, curiosamente, utiliza el taco de una manera metaf¨®rica, o utiliza el taco conversativo: "A ver si nos vemos, co?o, un d¨ªa de ¨¦stos, co?o, y nos tomamos, co?o, unas copas, que ya est¨¢ bien, co?o". Cela, aparte meter la palabra co?o en la Academia (adem¨¢s de variadas razones, porque no hay otra para designar lo designado), ha retomado el taco ¨¢ureo de los cl¨¢sicos y los barrocos. Pero nuestro pueblo, tan malhablado, cuando efectivamente ha de designar las zonas anat¨®micas a que alude el taco, acude a la per¨ªfrasis o el cultismo: si hay un accidente en la calle y yo me acerco, en seguida un obrerete me explica: "La iseta parece que ha da?ado al caballero en sus partes pudendas". Ana Bel¨¦n -la amo, la amo- es la c¨®mica que mejor lleva el hablar mal. Los tacos y blasfemias continuos suenan a coro de novicias en su boca de m¨²sica.
La derecha / derecha, que siempre hab¨ªa obviado el taco como panoplia verbal "para hombres solos" -Lauro Olmo tiene en cuenta donde un buen burgu¨¦s se suicida porque se le ha escapado un co?o en la mesa-, la derecha / derecha, digo, ha entrado en tromba en el diccionario (como en la bandera y otras propiedades nacionales) a partir del "se sienten, co?o". Elegid¨ªsimas damas de esa derecha elogian ya por su nombre m¨¢s callejero el testiculario de Tejero (no olvidemos los test¨ªculos de oro que se le ofrecieron, real o simb¨®licamente), e inculpan continuamente a la democracia, o a sus m¨¢s concretos representantes, de "no tenerlos de oro, o bien puestos". No dir¨¦ que esta evaluaci¨®n sexual de la gen¨¦tica masculina (en esta derecha femenina s¨ª que se da la freudiana envidia del pene) sea cosa tribal.
Las tribus primitivas, por el contrario, eran mucho m¨¢s rituales y protocolarias, seg¨²n los Tristes tr¨®picos, de L¨¦vi-Strauss, que en nuestra gente bien son tristes tropos. Alguien dijo que lo que a Freud le asombr¨® no fue descubrir la sexualidad como clave del hombre, sino que esa sexualidad fuese tan intelectual: tan simb¨®lica. Desde las Venus auri?acenses, el hombre, m¨¢s que pornograf¨ªa, ha hecho erotismo, sexo simbolizado, o pre o post, resulta, pues, anterior a las cavernas, ya que en todo ello (y Mart¨ªn Prieto lo ha constatado bien, con su altruista observaci¨®n) no hay simbolismo ni intelectualizaci¨®n, sino un reduccionismo envilecedor de los problemas nacionales a problemas testiculares. Un c¨®mico acaba de exigir (no ante m¨ª), que yo le diga a la cara lo que he escrito sobre ¨¦l. ?Y c¨®mo quiere este c¨®mico que yo improvise un articulo verbal, lleno de oraciones compuestas, para ¨¦l solo, en el bar de Televisi¨®n? Pierdo dinero.
Cuando la clase espa?ola de la palabra culta y las buenas costumbres (no aludo en absoluto a la Sociedad as¨ª denominada) entra en el Diccionario por sus partes bajas y lo usa como arma arrejadiza contra el resto de los espa?oles, es porque est¨¢ bastante desesperada. Pero, a pesar de todo, aqu¨ª tranquilos, y se sienten, co?o.
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