Lionel Hampton
El chaleco turquesa, el pelo cortado a taz¨®n, setenta y muchos tacos, toda la lengua fuera, en la sonrisa, rosada lengua de negro, y su vibr¨¢fono de m¨²sica y memoria. Lionel Hampton. La media docena averiada de figuras legendarias del viejo jazz de los cincuenta. Uno de los pocos que quedan. Ha venido a Madrid en un clima entre municipal y juvenil, creando para nosotros, recreando un domingo de entonces, mediado el siglo, cuando el jazz era el aullido salvaje de nuestra adolescencia cruel, que llevaba dentro un lobo solitario, un estepario lobo antifranquista. Porque aquello del franquismo era una estepa. Me lo dice al lado una vieja carroza que est¨¢ con su se?ora:-Con el franquismo, Hampton s¨®lo pudo venir una vez a Espa?a, aqu¨ª a Madrid.
Nosotros le o¨ªamos todos los d¨ªas. Benny Goodmann, Louis Armstrong, Duke Ellington, Glenn Miller, Lionel Hampton. Media vida escuch¨¢ndoles, bailando su m¨²sica, hablando de ellos. (Aqu¨ª en Madrid segu¨ª el rollo con Manuel Alvarez Ortega, el gran poeta de m¨²ltiples especialidades, de fecundos ocios, experto en jazz: qu¨¦ gozada.) Entre los hilos sutiles y pueriles que tej¨ªan nuestra alma de adolescentes desalmados, estaba, en los cincuenta, el hilo musical de Lionel Hampton (Laionel, como dec¨ªamos ya, llenos de pretenciosidad juvenil). Qu¨¦ figuras se inventa la libertad, cuando no es libre. Hasta un negro zumb¨®n con cadena en el vientre y velocidad en el alma. Qu¨¦ domingo de entonces nos ha tra¨ªdo ayer, anteayer, el viejo brujo, zumbando como un viento negro, h¨²medo y dulce, el ca?averal rubio de nuestras adolescentes, que en seguida han empezado a bailarlo sobre las sillas del Ayuntamiento, comprendiendo de pronto sus or¨ªgenes y los nuestros, que todos venimos de eso, la m¨²sica vibrada de un siglo, que el rock no es sino un jazz blanco y epil¨¦ptico, sin la majestad en harapos de lo negro. Qu¨¦ movida. Una joven fot¨®grafo (me resisto a escribir fot¨®grafa, contra acad¨¦micos, contra feministas) me trae un bote de pepsi y me lo dice:
-Yo no sab¨ªa que era tan bueno ni tan famoso el negro ¨¦ste.
Ignoran su origen y por eso son j¨®venes. Ya en Madrid, digo, iba diciendo, el jazz de los sesenta en Bourbon's Street (Diego de Le¨®n), con Nuria Torray, que era la contestaci¨®n femenina de entonces, o en Villamagna Club, que ya no existe, a la luz baja de la conspiraci¨®n y la resistencia de los grandes poetas: Gabriel Celaya, Angel Gonz¨¢lez, esos, ellos. Protesta espiritual, protesta social, voz muda de los garajes cerrados de Harlem, lo que hab¨ªa sido el jazz en Am¨¦rica, lo fue para nosotros durante veinte, treinta a?os.
El r¨ªo de un Her¨¢clito negro y presocr¨¢tico, anterior al falso socratismo aristot¨¦lico de la dictadura. (Una ni?a escribi¨® no hace mucho en un examen: "La primera de las Leyes Fundamentales del Movimiento era la Ley del Alzamiento Nacional".) Y acertaba, como aciertan siempre los ni?os. El jazz nos puso un alma donde no la ten¨ªamos y luego fue la m¨²sica fluvial y oscura en la orilla de nuestras rebeliones. Ahora, blancos, negros, cuarterones, mulatos, en el mestizaje sonoro de la gran orquesta de LH. Se explica el saxo, viaja la trompeta, hace espirales la flauta, acerca un fondo de manigua el bong¨®, enloquecen p¨¢jaros en el vibr¨¢fono de Hampton.
Instrumentos hermoseados por el verd¨ªn de su m¨²sica, fueron las armas de nuestra adolescente inerme. Jazz, Sartre, Aleixandre, Neruda. Era lo que ten¨ªamos, El jazz es un dulc¨ªsimo y prolongado no del negro contra el car¨¢cter asertivo del blanco. Su duraci¨®n se llama Lionel Hampton.
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