Reflexi¨®n desde la Zarzuela
Querido G.: perdona que te conteste por medio de una carta abierta, pero puesto que la alarma que me notificas fue provocada p¨²blicamente, as¨ª debe ser tambi¨¦n la reparaci¨®n. Seg¨²n me cuentas, cuando alg¨²n maliciosote inform¨® de que yo hab¨ªa ido "a la Zarzuela" cre¨ªste, en primer t¨¦rmino, que se refer¨ªa al teatro del mismo nombre y que me contaba entre las arrobadas v¨ªctimas del hechizo canoro de la Caball¨¦. Despu¨¦s, con dolorido asombro, supiste que se trataba del palacio y que, sucumbiendo tambi¨¦n yo a los halagos del poder, asist¨ª a la recepci¨®n real a los intelectuales del pasado 23 de abril. No es que tu amistosa cortes¨ªa me pida explicaciones de ning¨²n tipo, pero me haces llegar un suave reproche cordial que tiene m¨¢s de queja que de recon versi¨®n: a fin de cuentas, un tu quoque... Otro republicano que se apresura a estrechar la mano del Rey; otro intelectual de izquierdas que prefiere ser reconocido por el poder que contra el poder. Ya sabes que no valgo para las excusas y que padezco una ineptitud cong¨¦nita para el remordimiento: como Spinoza, pienso que el arrepentimiento envilece a¨²n m¨¢s al criminal, en lugar de rescatarle de su culpa. Pero en este caso, adem¨¢s, es la culpa misma la que no acabo de asumir como tal. No me amparar¨¦, pues, diciendo que fui a palacio para saludar de nuevo a Octavio Paz -a quien de otro modo quiz¨¢ no hubiera podido ver durante este viaje a Espa?a-, ni siquiera recurrir¨¦ a la coartada que me sugieres al hablar de la Caball¨¦, y no invocar¨¦ la forza del destino. Tampoco he de apelar a las bien sabidas flaquezas personales (curiosidad, vanidad, etc¨¦tera), pese a que hoy suelen contar, al ser confesadas, con amplia indulgencia y hasta complicidad. M¨¢s bien quisiera hacerte part¨ªcipe de algunas de las reflexiones que acompa?aron mi toma de decisi¨®n de asistir este a?o a la recepci¨®n regia (hab¨ªa sido invitado ya en otras ocasiones, pero entonces la tentaci¨®n fue menor) y contribuyeron a disipar mis escr¨²pulos m¨¢s notables. Porque escr¨²pulos, sin duda, los tuve, esto s¨ª que debo admit¨ªrtelo en buena ley; pero tambi¨¦n escr¨²pulos contra el escr¨²pulo, escr¨²pulos contra la tiran¨ªa escrupulosa.Como todav¨ªa no soy ex nada, ni tengo un pasado que ocultar o del que renegar, el sarpullido pol¨ªtico que me resulta m¨¢s ajeno es la mala conciencia. Y de ¨¦sta provienen las dos actitudes m¨¢s comunes entre quienes fueron y ahora apenas ya son, o son lo contrario de lo que fueron: el cinismo y el puritanismo. El primero es una forma, quiz¨¢ menos logradamente agresiva de lo que suele creerse, de resignaci¨®n ante lo irremediable; el segundo (me refiero, por supuesto, a su versi¨®n pol¨ªtica) es una modalidad de autocastigo por no haber logrado remediarlo..., o quiz¨¢ una mortificaci¨®n penitencial para purgar la terrible sospecha de que uno no ha querido nunca remediar nada. ?No te da la impresi¨®n de que hay algunos jacobinos que se niegan dignamente a estrechar la mano del gobernador civil o del Rey por miedo a tener que decirse a s¨ª mismos al sentir el apret¨®n: "?Pero si esto es lo que yo en el fondo quiero ser!"? Querido amigo, ?no sientes t¨² tambi¨¦n a estas alturas un cre ciente empacho, y hasta ciertos atisbos de repulsi¨®n, ante los manejos de los minipartidos ultragochistas, hacia sus embrio nts de inquisici¨®n y hacia sus ministerios en esbozo, hacia quienes llevan a cuestas la pat¨¦tica y siempre da?ina baza, de "cuanto peor, mejor" como ¨²nico parapeto te¨®rico y miden la intengible pureza de una postura pol¨ªtica por su rigurosa esterilidad pr¨¢ctica? El inevitable descontento de todo coraz¨®n recto ante la injusticia y la brutalidad de lo establecido, ?no sirve de coartada a demasiados resentidos, trepadores sin suerte hist¨®rica o simples incapaces? Estar fuera, no es, ciertamente, se?al de que uno no quiere o ha querido entrar; que nadie se haya molestado en pagar nuestro precio no quiere decir que no estemos en venta... El amor al poder y su fascinaci¨®n no siempre crecen con la aproximaci¨®n al poderoso: frecuentemente aumentan a distancia. En fa recepci¨®n del otro d¨ªa hab¨ªa muchos escritores de corte (varios de ellos, ayer, lo fueron de checa) y numeros¨ªsimos funcionarios de la cultura, a los que no disgustar¨ªa que les tomasen por creadores; pero tambi¨¦n algunos qu¨¦ nada tenemos (te mon¨¢rquicos, que hemos insistido y seguimos haci¨¦ndolo p¨²blicamente en lo mucho que distancia nuestra situaci¨®n pol¨ªtica actual de una democracia en sentido pleno que preferimos pasar por desestabilizadores que por c¨®mplices de la tortura tolerada y las violaciones de derechos humanos por razones de Estado, que, en una palabra, so?amos con algo que tampoco est¨¢ en los programas pol¨ªticos de la izquierda, pero que est¨¢ expl¨ªcitamente negado por los de la derecha. Y lo curioso es que nadie nos pidi¨® que renunci¨¢semos a lo que creemos para ser invitados el a?o pr¨®ximo: se dir¨ªa que fuimos llamados por lo que somos, y no solamente a pesar de lo que somos. No s¨¦ si el poder pretende una astuta maniobra integradora o simplemente consagra con su bonach¨®n desd¨¦n nuestra inoperancia: s¨®lo s¨¦ que quien intenta lealmente hacerse o¨ªr y dar voz a lo callado o perseguido (en un pa¨ªs donde, durante tanto tiempo esto fue imposible, y hoy rnismo hay muchos que quieren que vuelva a serlo), no se mancha suponiendo lealtad en esta mano que sin condiciones se le tiende. Es hora ya de curarse de la esperanza beata y de la impotente paranoia.
Planteado as¨ª el asunto y triscando ya m¨¢s o menos despreocupadamente por el c¨¦sped de la Zarzuela, tambi¨¦n se le ocurren a uno ciertas cosas. Por ejemplo, lo mal que sientan. ciertos entusiasmos mon¨¢rquicos de guardarrop¨ªa a la figura del Rey. Los que le ensalzan hasta las nubes y le proclaman salvador absoluto de la democracia preparan, sin quererlo, el camino a los que pretenden presentarlo como un aut¨®crata constitucional y achacarle las culpas de los golpistas. Se, hace hincapi¨¦, coino es l¨®gico, en que el Rey no autoriz¨®, ni mucho menos orden¨®, la intentona sediciosa del 23-F, pero para mi gusto no se insiste lo suficiente en que ¨¦sta no hubiera sido menos sediciosa si la hubiese autorizado u ordenado. Los que amparan su comportamiento anticonstitucional escud¨¢ndose en el Rey fingen ignorar que aunque ¨¦ste, contra toda evidencia, hubiese estado de su parte, ello no les har¨ªa menos culpables: son los mon¨¢rquicos sensatos los que deber¨ªan record¨¢rselo. Ante este enemigo com¨²n, se ponen de acuerdo adversarios seculares, pues a fin de cuentas hoy conspiran contra la Monarqu¨ªa democr¨¢tica los mismos l¨²gubres energ¨²menos que hicieron inviable la Rep¨²blica democr¨¢tica. Sin embargo, y aunque esto sea un viejo resabio republicano, uno desear¨ªa ver cuanto antes al Rey libre de ese adjetivo de providencial con que gustan de llenarse la boca los que ciertamente ignoran cu¨¢n inescrutables y peligrosamente ir¨®nicas son las v¨ªas de la providencia. A quienes, por cuesti¨®n de principios y de raz¨®n pol¨ªtica, seguimos afirm¨¢ndonos republicanos se nos suele cerrar la boca diciendo: "?D¨®nde v¨¢is a encontrar un Rey mejor que ¨¦ste?". Probablemente, en ninguna parte, pero lo que los republicanos decimos no es que este Rey sea malo, sino que si fuese malo no ser¨ªa menos inevitablemente Rey. Por mi parte, me har¨¦ mon¨¢rquico de coraz¨®n el d¨ªa que las libertades p¨²blicas de mi pa¨ªs est¨¦n lo mismo de seguras con un rey malo que con uno bueno. Entre tanto, sin que ello suponga descortes¨ªa para nuestro noble y amable anfitri¨®n del pasado d¨ªa, seguir¨¦ fiel al ideal pol¨ªtico de plena separaci¨®n de la enigm¨¢tica providencia y la voluntad popular, y de reforzamiento de cuanto en las instituciones p¨²blicas ponga el pacto entre iguales por encima de la predestinaci¨®n de uno solo. Quiz¨¢ sea misi¨®n aqu¨ª y ahora de los republicanos conservar vivo lo que puede librar a la propia Monarqu¨ªa de la corrupci¨®n y el despotismo ilustrado.
Bueno, dir¨¢s que para no tener mala conciencia doy demasiadas explicaciones a quien, a fin de cuentas, no me las pide. Y es que entre nosotros la amistad puede ser ciega, pero no tiene por qu¨¦ ser muda. Recibir y dar palabras de franqueza es, din duda, una de las formas m¨¢s leg¨ªtimamente aristocr¨¢ticas de afecto. Y no me negar¨¢s, querido G., que t¨² y yo tambi¨¦n somos pr¨ªncipes...
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