La chica que quer¨ªa un reportaje
Estampas de una d¨¦cada. No quer¨ªa salir con un payaso de trapo entre las piernas abiertas. Hija de un cabrero de C¨¢ceres, hab¨ªa aterrizado en M¨®stoles con esperanza de Regar a la gloria. Hab¨ªa visto las -grandes estrellas en los cines de su barrio y estaba dispuesta a no ser una chica como las dem¨¢s, con un novio tendero y la media corrida esperando el autobus en el extraradio. Quer¨ªa que le hiciesen un gran reportaje. Para ello empez¨® a visitar el gran mundo, fue una vez al caf¨¦ Gij¨®n y comenz¨® a moverse en el ambiente de la bohemia en espera de un papel que la Revase a los cines de la Gran V¨ªa. Pero tropez¨® con un gangster de segunda y termin¨® degollada en un apartamento de la calle Cartagena. Su caso fue objeto de un gran reportaje.
Desde que naci¨® hasta que la degollaron con un cuchillo de cocina hab¨ªan pasado veintitr¨¦s a?os, y exactamente no se sabe si la chica fue feliz. Tal vez su mejor momento hab¨ªa sido aquella tarde de junio cuando la llam¨® el representante para decirle que le hab¨ªa encontrado un papel en el coro de un auto sacramental de Calder¨®n. Ten¨ªa que ir al teatro romano de M¨¦rida, vestirse de s¨ªmbolo de alguna virtud, salir con una cornamenta celestial en la frente y decir cuatro frases en verso. Eso era un trabajo de actriz y no lo de andar por los antros, detr¨¢s de la Gran V¨ªa, ense?ando el culo a los salidos, que despu¨¦s del strip-tease intentaban alcanzarte las tetas a cambio de un matarratas de ginebra. Aunque, a fin de cuentas, aquello tampoco estaba mal; peor era lo de antes, cuando ten¨ªa que limpiar pescado en el mercado de abastos. La carne es para el pueblo -la carne de una servidora, se entiende-, siempre que haya un foco por medio. Ella iba un poco de cabra loca por la vida, igual que aquella cabra de verdad que de ni?a apacentaba en un chozo de latifundio, donde naci¨®.-De peque?a yo quer¨ªa coger el horizonte. Suena un poco cursi, pero es as¨ª. Mi padre era cabrero a sueldo de un se?orito al que no vi nunca. Viv¨ªamos en una caba?a, y all¨ª no hab¨ªa nada m¨¢s en diez kil¨®metros a la redonda, si se descuentan conejos, gallinas y el capataz que ven¨ªa una vez a la semana, en mula, para pasar lista al reba?o. Se le ve¨ªa un poco mosca. Tem¨ªa que alguno de la familia se comiera una cabra por aburrimiento. Yo estaba obsesionada por el horizonte, ya te digo. Quer¨ªa cogerlo con las manos, porque me parec¨ªa f¨¢cil. Comenzaba a andar por las colinas. Y el horizonte se alejaba. Entonces me perd¨ªa.
-?Y qu¨¦ m¨¢s?
-?Te parece poco, gilipollas?
En aquella campa de C¨¢ceres la chica descubri¨® el sexo palp¨¢ndose a s¨ª misma en una libertad compartida con las alima?as. El resto todo era paisaje y una anemia precoz que le dej¨® la cara de rat¨®n con dos lacitos. Su infancia no tiene m¨¢s historia. En la caja de fotos, que ella cuidaba mucho para promocionarse como actriz, no hab¨ªa un solo recuerdo de aquel tiempo salvaje. Nunca hab¨ªa pisado una escuela, de modo que la chica tampoco pod¨ªa ense?ar ese retrato con un mapa en la espalda, dos libracos sobre la mesa, un tintero, la pluma en la mano y su imagen con el morrito apretado. De geograf¨ªa s¨®lo conoc¨ªa los barrancos de su propio paraje y algunos nombres de matojos; nada m¨¢s, porque ning¨²n conejo, hasta hoy, ha sido profesor de Aritm¨¦tica ni las cabras dan clases de Gram¨¢tica. Las fotos m¨¢s antiguas eran de sus primeros a?os ya en Madrid, adonde lleg¨® con la familia inmigrada. Un primo carnal hab¨ªa tirado de la parentela del cabrero desde una barriada de M¨®stoles, en plan cabeza de puente, y aqu¨ª estaban ya para hacer fortuna de pe¨®n de alba?il, de criada para todo, a lo que saltara, eso que suele pasar cuando no hay un duro Entonces se llevaba minifalda. As¨ª se la ve¨ªa.
-Aqu¨ª estoy con mi hermana el novio en un bautizo. Esta foto es con una amiga en el Retiro.
-?Y ¨¦sta?
-La boda de mi primo. Este es mi padre un mes antes de que pasara la desgracia.
-?Y aqu¨ª?
-Tirando con el rifle en un barrac¨®n de feria, con un compa?ero del trabajo. Al pobre lo mat¨® un coche.
Fotos con el culo al aire
Se la ve¨ªa esmirriada, con ojos fam¨¦licos, en aquellas fotos de bautizos y bodas familiares, im¨¢genes de domingo en el suburbio, merendolas en el bar con un gesto deslumbrado entre botellas de tinto y gaseosa, tar des de la Casa de Campo con el cuello mimoso junto a mozalbetes de vaquero ce?ido, una sonrisa con el acueducto de Se govia detr¨¢s, fogonazos al minuto en la verja del parque o dando cacahuetes a los monos.
Despu¨¦s estaban las otras, eso que se podr¨ªa llamar im¨¢genes de promoci¨®n, fotos de estudio en poses de diva ya con las ancas fuera, el pecho desnudo, la mirada turbia de misterio, la silueta del cuerpo en la ventana, los muslos entre rocas. Eran cosas del trabajo. El representante necesitaba un primer plano del trasero a la intemperie para correr la mercanc¨ªa.
En aquella colmena de apartamentos con moqueta, hilo musical y contestador autom¨¢tico viv¨ªan algunas chicas como ella, carne de ca?¨®n para strip-tease en los bajos de la ciudad, oscuras actrices sin trabajo con un novio argentino que so?aban con un gran papel en el Mar¨ªa Guerrero mientras le daban un masaje a un gato de provincias para ir tirando. As¨ª iba la cosa. Lo dem¨¢s ya se sabe. Cuatro meses sin pagar el alquiler, piscina en la terraza, amenazas del administrador, vestidos de gasa comprados en un saldo, alguna bronca nocturna con visita de la polic¨ªa, crisis de histeria, el potaje compartido en caso de necesidad, el amigo que te echa una mano, el representante que no llama, alguien que pide socorro por el patio de luces, un empresario que te contrata para que te desnudes a los postres de un almuerzo social, clases de expresi¨®n corporal y algunos d¨ªas s¨®lo dos tomates para comer robados en la tienda de la esquina. En el contestador autom¨¢tico siempre hab¨ªa llamadas raras con acento suramericano, pero la que ella esperaba nunca terminaba de llegar, esa de un autor de teatro que le hab¨ªa prometido un papel de segunda dama. Hab¨ªa que hacerse ropa y encontrar a un periodista que le escribiera un reportaje para una revista del coraz¨®n. Eso era lo importante ahora.
-No quiero salir con un payaso de trapo entre las piernas abiertas. Ni desnuda con un delantal asando un filete en la cocina. Me gustar¨ªa un reportaje en un museo de escultura, en ese que hay debajo de un puente.
-Pides mucho.
-Alg¨²n d¨ªa me ver¨¢s de figura en el teatro Espa?ol. Todav¨ªa tengo que aprender a caminar. Necesito que alguien me ense?e a mover las manos y hablar bien. Lo dem¨¢s lo llevo todo en esta cabeza de chorlito.
En aquel apartamento ella no conservaba nada de su adolescencia proletaria. En la pescader¨ªa de abastos lo hab¨ªa pasado mal, no por nada, sino porque era una vida que iba contra sus sue?os. Estar diez horas al d¨ªa entre sardinas y que la fantas¨ªa te vuele por las estrellas es muy mala cosa. Ahora se daba mucha crema, pero todav¨ªa le quedaban cicatrices de saba?ones y en la cara ten¨ªa algunos granos tercermundistas, aunque el cuerpo le hab¨ªa respondido bien y pod¨ªa exhibir unas cachas de primera calidad. Entonces sucedi¨® aquello. El cabrero de Extremadura no hab¨ªa podido adaptarse a los mazacotes de M¨®stoles. Tampoco encontr¨® trabajo. Se pasaba el d¨ªa con las manos en los bolsillos de pana a la sombra de un chopo canijo, rodeado de coches, con la furia del ruido en las orejas, en la calle, con el horizonte cerrado con ladrillo. No lo pens¨® mucho, aunque nadie se explica que el cabrero lograra descubrir que en Madrid hab¨ªa un puente muy alto, a la medida de sus planes. Una tarde se tir¨® por el Viaducto.
-Aquello no me traumatiz¨® nada.
-Es raro.
-En el fondo admir¨¦ aquella decisi¨®n. Mi padre no era nada tonto. Se ve que tuvo un momento de lucidez y supo la vida perra que le esperaba.
-Ya.
-Tampoco pasa nada. Es la cosa m¨¢s natural.
-Depende.
-Cuando te entra esa man¨ªa es por algo. Mi padre estaba acostumbrado a las cabras, al silencio del campo. Ya me dir¨¢s qu¨¦ hac¨ªa en M¨®stoles. El caso es que se mat¨® y yo ni siquiera me qued¨¦ perpleja. Le conoc¨ªa muy bien.
La muerte del padre la dej¨® suelta a los diecis¨¦is a?os, con todo Madrid por delante. Ella hab¨ªa visto a las grandes estrellas en los cines de su barrio, una mitolog¨ªa secreta que le poblaba la imaginaci¨®n compartida con las sardinas y lenguados de cada jornada. No sab¨ªa exactamente qu¨¦ le pasaba dentro de la cabeza, pero estaba decidida a no ser una chica como las dem¨¢s, con un novio tendero y la media corrida esperando el autob¨²s en el extrarradio. Hab¨ªa o¨ªdo hablar de otro mundo y sab¨ªa m¨¢s o menos d¨®nde estaba. Una noche de s¨¢bado, acompa?ada de una amiga, se decidi¨® a hacer la primera descubierta por las luces de la ciudad. Era una de esas chicas que al iniciarse la d¨¦cada de los setenta, cuando las batallas por la libertad llenaban de guerreros barbudos los bares de Madrid, entr¨® por primera vez en el caf¨¦ Gij¨®n haciendo pompas con el chicle, pidi¨® un vaso de leche al camarero y se sent¨® con las rodillas pegadas a un velador entre pintores desgre?ados y poetas de media tostada.Cagarrutas en el pelo
Cay¨® bien, porque parec¨ªa un ni?o rebelde que a¨²n tra¨ªa cagarrutas en el pelo de rat¨®n y usaba reflejos de gato. En aquel ambiente resabiado de artistas insomnes, en las madrugadas de humo en Oliver y Bocaccio, ella llevaba el olor a chozo, tan primigenio; la desenvoltura de analfabeta, tan natural; la rapidez mental del hambre canina. Y as¨ª se fue convirtiendo en una cara conocida en aquel circuito bohemio, y se dejaba invitar a un bocadillo mientras preguntaba qui¨¦n escribi¨® el. Quijote. La dulzura de la juventud, y las ganas de triunfar en la vida, salir de la miseria dando el campanazo, y la sangre que te pega en las paredes del cuerpo hicieron lo dem¨¢s. Ya no hab¨ªa duda. Aquel era su mundo.
-?Qu¨¦ hay que hacer para ser actriz?
-Servir.
-?Y qu¨¦ m¨¢s?
-Trabajar. Tal vez.
-?Y qu¨¦ m¨¢s?
-Tener suerte. O compartir el catre con alguien que mande en esto.
-Bueno.
Entonces opt¨® por dar el primer salto sin red. Dijo adi¨®s a las merluzas, a las sardinas y a los lenguados y empez¨® la carrera que probablemente la llevar¨ªa a encapamarse en los grandes cartelones de cine en la Gran V¨ªa con su nombre, Paloma Conde, parpadeado por neones rojos. Pero de momento quer¨ªa un caf¨¦ con leche y un pepito de ternera. Tuvo suerte. Un pintor le hab¨ªa tomado cierto cari?o y a un bohemio surrealista, magnate de electrodom¨¦sticos, le ca¨ªa muy bien. El pepito de ternera lo ten¨ªa asegurado, mientras se abr¨ªa camino, sin pedirle nada a cambio. En aquel tiempo muri¨® Franco; las noches de Madrid eran muy bellas, la libertad se compraba en los estancos hab¨ªa cierta dulzura de gas lacrim¨®geno, y en el mercado se produjo una gran demanda de carne para abastecer los garitos. Era lo m¨¢s f¨¢cil. Y la chica entr¨® por ah¨ª.
-Todo lo que hay que hacer es desnu darse.
-Vale.
-Mientras toca el saxof¨®n te vas quitando ropa, hasta quedar pelada como una liebre.
-?Y despu¨¦s?
-Nada. Despu¨¦s, en la barra, eres muy libre de hacer lo que quieras con los clientes. T¨² ver¨¢s. Depende de gustos o de la pasta que necesites.
Era un poco s¨®rdido, pero a ella la salvaba cierta clase de amigos. Ense?aba el culo todo lo que hiciera falta, por lo visto no hab¨ªa m¨¢s remedio, eso le servir¨ªa para hacer tablas, aparte de que nadie le hab¨ªa ofrecido otra cosa; de momento no hab¨ªa m¨¢s escuela de arte a su alcance, era el primer paso, y cuando la depresi¨®n le golpeaba estaban aquellos pintores, poetas, tan serios, intelectuales con corbata, actores famosos que hablaban de pol¨ªtica en el caf¨¦ y la dejaban sentar a su lado sin poner mala cara.
Era una cosa rara. Hab¨ªa logrado digerir a Garc¨ªa Lorca y sent¨ªa una atracci¨®n irresistible por la gente dura; le¨ªa deletreando a Herman Hesse, le gustaba rodearse de tipos con clase y, al mismo tiempo, notaba un tir¨®n hacia los bajos fondos, donde se mueve un mundo marginado con moral propia, que se deja matar por un amigo, pero que te puede pegar un navajazo si rompgs el c¨®digo. De modo que tampoco fue muy raro que se viera envuelta en aquella aventura con un atracador colombiano. Se cre¨ªa lista, pero cay¨® como un pajarito.
-Yo quer¨ªa mucho a ese hombre. Y un d¨ªa me pidi¨® que fuera a su casa a recoger un paquete para guardarlo, porque ¨¦l ten¨ªa que salir a hacer un trabajo urgente.
-?Un paquete de qu¨¦?
-Ropa. No s¨¦. Un paquete. Cuando llegu¨¦ all¨ª, a las once de la ma?ana, encontr¨¦ la puerta abierta y a la polic¨ªa dentro. El tipo hab¨ªa intentado atracar un banco y lo hab¨ªan cazado con una pistola en el refajo me rodeando la sucursal. Llevaba mi nombre en su agenda. Y aquellos se?ores me llevaron a los s¨®tanos de la Puerta del Sol.
-?Sab¨ªas algo?
- Sab¨ªa que aquel colombiano no era un profesor de Bot¨¢nica. Nada m¨¢s. Dentro de lo suyo era un tipo con mucho honor. De los que no se van de la lengua aunque los maten.
-?Y t¨² qu¨¦ tal?
-En la Direcci¨®n me trataron bien. Durante el interrogatorio me tragu¨¦ la p¨¢lida como un hombre. No cant¨¦ nada.
No cant¨® nada porque este pich¨®n no sab¨ªa nada. Son cosas que pasan en la vida. La dejaron ir despu¨¦s de ficharla. Y ella, durante alg¨²n tiempo, le llev¨® a su amor en la c¨¢rcel una manta, camisas planchadas y latas de bonito en aceite. Existe un c¨®digo que hay que respetar. Dentro de lo que cabe, la chica guard¨® fidelidad y admiraci¨®n a aquel p¨¢jaro enjaulado.
Necesitaba un gran reportaje
En aquel apartamento quedaban a¨²n sus sue?os de gloria, una peque?a estanter¨ªa con libros o¨ªdos al vuelo, de esos que debe tener una actriz culta; carteles de teatro clavados con chinchetas en las paredes Wride aparec¨ªa su nombre en el reparto, aunque hab¨ªa que leerlo con lupa; fotograf¨ªas de su pasado er¨®tico; el contestador autom¨¢tico lleno de llamadas raras con acento suramericano; la espera diaria de la voz de su representante art¨ªstico que le anunciara que por fin hab¨ªa llegado el momento de su revelaci¨®n. De cualquier modo, era la m¨¢s fuerte de todas. En aquella colmena viv¨ªan chicas como ella que ya se hab¨ªan cortado las venas en dos ocasiones.
-Un d¨ªa vino Cheryl y me dijo que se iba a suicidar.
-Y qu¨¦.
-Yo la cre¨ª. Se despidi¨® de m¨ª como si se fuera a la compra.
-?Hiciste algo?
-Nada. Sab¨ªa que se estaba matando ah¨ª, en el apartamento de al lado. Lo hab¨ªa intentado otras veces. Pero esta vez iba de veras. Mientras ella se tragaba un tubo de pastillas yo abr¨ª mi ventana y comenc¨¦ a hablar con las estrellas, deseando que le fuera bien. Me pidi¨® que no hiciera nada por ella. A la ma?ana siguiente la llam¨¦ por tel¨¦fono.
-?Se hab¨ªa matado?
-A ver.
Su fantas¨ªa lo ten¨ªa todo previsto. Clases de danza, masajes, manicura, ejercicios de memoria, estudios de maquillaje. Hab¨ªa que cuidar la imagen y dejarse ver en los sitios, apropiados del brazo de su representante, cenar en los mejores restaurantes, acudir a las salas de moda en compa?¨ªa de un intelectual con melena y levantarse al tocador en el instante preciso, como hacen las grandes estrellas. La verdad es que hab¨ªa dejado el trabajo de ense?ar el culo por los cabar¨¦s de tercera y que el administrador la hab¨ªa echado del apartamento por falta de pago. No se sab¨ªa que hiciera nada. S¨®lo un viaje al Brasil. Hab¨ªa desaparecido del mapa, hasta que dos d¨ªas antes me llam¨¦. Necesitaba dinero urgente para salir de un apuro y quer¨ªa vender unos cacharros de cer¨¢mica de Talavera, entre otras cosas porque no le cab¨ªan en el cuchitril, casi una carbonera, donde viv¨ªa ahora. Estaba extremadamente p¨¢lida, con las ojeras moradas; ten¨ªa la boca seca y la dentadura postiza.
-?Je pinchas?
-Qu¨¦ va.
-Cu¨ªdate. Tienes mala cara.
Ma?ana me voy a Ibiza. Dos d¨ªas. S¨®lo para dormir. Necesito dormir. Despu¨¦s me voy a Grecia.
Llevaba los folletos de la agencia, y all¨ª se ve¨ªan islas blancas, m¨¢rmoles contra el cielo azul, yates atracando en puertos de pescadores. En su dedo brillaba un garbanzo de mediana calidad. Todav¨ªa habl¨¦ de sus proyectos. Necesitaba un gran reportaje. All¨ª estaban esas fotograf¨ªas con una mirada misteriosa de gran diva, con la boca entreabierta. Hab¨ªa que promocionar su nueva imagen. El arte a tope.
La noticia salt¨® primero por la radio. Un sujeto de mala cala?a, con cara de lobo, traficante de drogas, con el que al parecer la chica conviv¨ªa, la hab¨ªa apu?alado con un cuchillo de cocina la tarde del s¨¢bado en un apartamento de la calle de Cartagena, cuando se supon¨ªa que la actriz deb¨ªa estar en Ibiza, durmiendo. Le dio siete viajes en el cuerpo, dos de ellos en el cuello, que le segaron la m¨¦dula. Al d¨ªa siguiente la estrella sali¨® de cabecera, la primera en el reparto de las p¨¢ginas de sucesos en todos los peri¨®dicos. Al o¨ªr los gritos un vecino salt¨® por la terraza y se encontr¨® con la carnicer¨ªa. La actriz estaba en el suelo en medio de un charco de sangre. Era esa chica que quer¨ªa un reportaje.
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