Coronada y El Soro
El autor camina con sus personajes, los lleva consigo. Ante una situaci¨®n espec¨ªfica es muy capaz de consultarles. O sea, inventar sus respuestas con la consecuencia que ellos pueden tener, inapelablemente, ante la consulta, oponi¨¦ndose incluso a la opini¨®n de su hacedor. No extra?e, pues, que yo haya ido a los toros, en estas fiestas de San Isidro, acompa?ado de Coronada, mi personaje de teatro, aunque me hubiera divertido m¨¢s con Esperanza Roy.La compa?¨ªa de Coronada me pone algo violento, porque a ella no le gustan los toros y a m¨ª s¨ª. Adem¨¢s voy con una muerta, porque la pobre se?orita muri¨® all¨¢ por el a?o 18 o 20 de este siglo, vilmente -pero oficialmente- asesinada por el, Ca¨ªn de su hermano, alcalde postrimero y supremo mandalcarajo en esta Espa?a de los 400 golpes.
Abanicos para los nervios y la emoci¨®n
El p¨²blico de la Monumental nos mira burl¨®n, porque la pobre v¨ªctima va con mantilla y lleva tres abanicos de reserva para destrozar con los nervios y la emoci¨®n. Es una mujer muy redicha, con una cultura de La Esfera y del Blanco y Negro que no me ofrece muchas garant¨ªas de comunicaci¨®n en este final de centuria. Me entero que ha le¨ªdo los cuentos antitaurinos de Eugenio Noel y, en sus expresiones, adivino la influencia de la prosa, a la vez abrupta y finolis, del escritor tremendista. Pero es una feminista muy femenina, con un inmenso coraz¨®n y una sensualidad que atemoriza, que se derrama por la plaza desde sus ojos con pesadumbre de p¨¢rpado morado a lo Romero de Torres.
A m¨ª me gusta la fiesta "por la otra punta", por donde no es apreciada por estos aficionados que solo se ocupan de si el toro sale canoro, de si tiene le?a en los cuernos, de si es petaquero o pilindongo. Y lo digo porque estos vocablos t¨¦cnicos, tan sombr¨ªos, tambi¨¦n me gustan... Pues, como dec¨ªa, a m¨ª me placen de la fiesta esas golondrinas de abril y mayo que vuelan rasantes sobre el pandero de la plaza, muy poco por encima de los toreros. Ah¨ª est¨¢ el diestro, tan sereno con su miedo, viendo c¨®mo se las arregla para que el toro muera con alegr¨ªa, que es lo m¨¢s cruel y contradictorio de la fiesta, cuando ?ras ... ! pasa una golondrina madrile?a con el mantoncillo desplegado. Y luego otras dos o tres, que deben ser primas suyas. (3iran un poco y luego se van como almas raudas y si te he visto no me acuerdo.
Un v¨®mito purp¨²reo y de circo romano
Pep¨ªn Jim¨¦nez mata su toro de una primera estocada, que no merece oreja porque el noble bruto tiene un v¨®mito purp¨²reo y de circo romano pintado por Casado del Alisal.
- Pero es una muerte leve, dentro de la violencia -dice Coronada- Ojal¨¢ todos mueran as¨ª, tan a la espa?ola, de un sofoc¨®n. Pero estos toros de Domecq parece que est¨¢n rellenos de co?ac, porque se distraen con una mosca, se desv¨ªan, miran a otro lado; yo dir¨ªa que no tienen carriles ni van por donde est¨¢ mandado.
- Son toreros modernos -le contesto yo-. Una cosa que no se sabe porqu¨¦ est¨¢ perdiendo eso que se llama casta. O, a lo mejor, es que lo de la casta nos lo inventamos hace mucho tiempo y se nos ha olvidado en qu¨¦ consiste. Puede que nunca hubiera casta.
- S¨ª que la hubo. ?Qu¨¦ me va,a usted a decir! En mi tiempo he visto toros espantosos, de color ladrillo, y otros completamente morados con salpicaduras leonadas, que daban una piel como para ponerla a los pies de la cama y asustar al sue?o. Eran toros que, al lado de estos parec¨ªan bastardos, hijos de mala madre. Y, sin embargo, ten¨ªan un arranque bajo y concentrado en la muerte que no pod¨ªa ped¨ªrseles m¨¢s. Iban al sacrificio como mandados por Mill¨¢n Astray, que es lo que ahora no se ve. F¨ªjese en estos, todos con uniforme negro hospicianos. Esta uniformidad los despersonaliza y ya no son dignos de llamarse Trabuque?o o Mondonguero. Su casta, a lo mejor, era la bastard¨ªa y la mezcla de corajes. En Espa?a todo tiene que salir de la contradicci¨®n vergonzante. Tambi¨¦n deber¨ªa haber ahora toreros algo m¨¢s bastardos, con menos publicidad y mucho m¨¢s morenos. A m¨ª tanto torero rubio me gusta, pero me dan mala espina. No son patizambos, como Belmonte, y con belfo de la decadencia. Se est¨¢ perdiendo la raza porque se va volviendo bonita.
El maestro de la aguja
Llegan los ocho pinchazos de Rafael de Paula y Coron.ada casi se me desmaya en los brazos.
Pues es un maestro -le digo yo-.
-?Pues parece un maestro de la aguja, un maestro sastre! Se lo puede bordar en sedas. ?Qu¨¦ horror! En fin, si tiene miedo, Dios lo bendiga. Y, si es as¨ª, empezando por los maestros; cuente usted que la fiesta se acaba pronto en spa?a. Am¨¦n.
-?Qu¨¦va! En otra ocasi¨®nestar¨¢ mejor. A su segundo, que le viene de seguida, porque los maestros los matan a pares y as¨ª lo manda el protocolo.
Pero el segundo del de Paula tambi¨¦n tiene muy mala muerte y el maestro no se ha lucido.
A la Coronada le gusta El Soro, que es torero valenciano y tiene de respaldo auton¨®mico a varias penas que llevan su nombre y se parten la car¨¢tula por el ni?o.
- Eso s¨ª que es alegr¨ªa, dejarse atropellar por su primer bestia y levantarse como un tentetieso blanco y ri¨¦ndose de su sombra, como si no hubiera pasado nada. Parece que se lo tiene estudiado y es una habilidad antigua, aprendida de Creta. Los valencianos son muy cretenses. Me encanta c¨®mo ponen las banderillas, porjotas y seguidillas. Este chico sabe bailar y es lo mejor de la tarde.
Pero la Coronada baja los ojos de tormento y pasi¨®n porque El Soro no cumple con la promesa coreogr¨¢fica hasta el final.
- No hay que avergonzarle ni hostigarle a que se exponga mucho m¨¢s. Es preferible que muera de un catarro y no atropellado por sus ganas de darle guisto a la asamblea deseosa de efectismos y patatuses.
Toros, decisi¨®n y color
La corrida se acaba. Coronada ha destrozado sus tres abanicos. Se han encendido las luces de la plaza y las lentejuelas de los trajes destellanean en el amarillo flotante del coso. Efecto -o efectismo- que ning¨²n pintor medio torero -ve¨¢se Goya o su bastardillo Zuloaga- pudo plasmar jam¨¢s. No estaba en sus premisas de crudeza. Acaso Anglada Camarasa lo presinti¨®, pero lleg¨¦ tarde para comprobarlo y no lo convirti¨® en un cuadro para portada de La Esfera.
La pertinaz Coronada vuelve a su mundo nada convencida, porqueest¨¢ muerta, bastante m¨¢s muerta que la fiesta. Porque afici¨®n la hay, mal que le pese. Una aficil¨®n que llena la plaza hasta la bandera, que pide toros, decisi¨®n y color. Bastar¨ªa que se los dieran. Su paciencia no tiene l¨ªmites.
Babelia
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