Manuel Vicent: "Cultivo una literatura de fin de semana"
Presentaci¨®n del libro 'Inventario de oto?o', a cargo de Juan Cueto
Esta tarde, en el madrile?o pub Pawlova, el ensayista Juan Cueto presentar¨¢ el nuevo libro de Manuel Vicent (1936), Inventario de oto?o (Editorial Debate), dentro de un acto promovido por la librer¨ªa Rafael Alberti. En este volumen se recogen veinticinco entrevistas, inicialmente publicadas en EL PA?S, ajenas por completo a los tributos de la informaci¨®n. La plasticidad de los retratos y el recuento confesional se funden en un juego arm¨®nico que el narrador desacraliza al hablar de una "literatura de fin de semana", aunque el trasvase puntual al libro permita una segunda lectura menos mediatizada por el contexto y por la urgencia.
Madrid se reabastece de citas ma?aneras para acabar con mayo, de un viaje, mientras la lluvia nos recuerda que lo mejor del pueblo queraish¨ª muri¨® tres metros antes de alcanzar las cisternas, sin por ello dejar de percibir que los alrededores de la plaza de Col¨®n se agitan como versi¨®n gallega de El Cairo, cosa que en nada impide una canci¨®n de El Puma para desperezarse: "No soy animal salvaje, / con cari?o me contento. / Yo soy como los ciclones, / que vienen de tiempo en tiempo".Luego, que es el decir m¨¢s simult¨¢neo, uno se entrega al saludable ejercicio gimn¨¢stico de repasar de cerca las entrevistas de Manuel Vicent, las fotos de Ricardo Mart¨ªn, la ¨¦poca nunca traicionada de Pascua y naranjas, alg¨²n encuentro tambi¨¦n lluvioso en manifestaciones, la amistad y la hierba m¨¢s pr¨®xima de Angeles o ne¨®fitos.
El novelista aguarda ya, al t¨¦rmino del sentimental pre¨¢mbulo, con la mirada encima de una taza vac¨ªa de caf¨¦ con leche; soporta la adhesi¨®n de una cerveza, la propina para siempre intacta de un cubito de tortilla empapado de pl¨¢stico amarillo y dos esbozos excremenciales de salchicha canina. Brindamos por Conchita Piquer. Ruido de d¨¢tiles, divinidades secundarias, cubiertos con carm¨ªn. Es la hora y pico de la audiencia.
Y en esto que Vicent dice que piensa, en eso semejante a Gide, que lo m¨¢s profundo es la piel. Pero, como sospecha que a uno le causan v¨¦rtigo las profundidades a la hora del desayuno, ¨¦l no extiende la suya sobre la mesa.
Contempla las preguntas en el aire ahumado. Responde a su aire, con una inquebrantable sonrisa, ni exagerada ni neutra, la del entrevistador entrevistado que se sabe a la perfecci¨®n todos los textos targ¨²micos y ha hecho de madrugada todas las abluciones.
Pregunta. ?Ha retocado o corregido el autor las entrevistas a la hora de decidir su mudanza del peri¨®dico al libro?
Respuesta. Ni un pelo. Incluso figuran las erratas. Yo reivindico lo que sea con tal de no entregarme al suplicio de corregir pruebas. El azar tiene derecho a intervenir. Si yo ve¨ªa a Alberti con el bolsillo repleto de entradas y resulta que luego aparece escrito entra?as, ?por qu¨¦ voy a modificar tan maravillosa enmienda? No voy a ser yo m¨¢s estrecho que su bolsillo hospitalario.
P. ?C¨®mo le vino la tentaci¨®n de dedicarse a destrabar la lengua a todos esos personajes de la tercera edad?
R. Pues resulta que me las promet¨ªa yo muy felices con la idea de un reportaje veraniego, consistente en sorprender a los famosos en ba?ador, junto a la playa. Pero empec¨¦ a sentir una enorme pereza ante esa peregrinaci¨®n playera.
P. Y supongo que los modelos de ba?ador no constitu¨ªan un aliciente.
R. Todo lo contrario. As¨ª que, por pura comodidad, me fui a entrevistar a quien ten¨ªa m¨¢s a mano: Luis Calvo. Es un buen amigo, un se?or al que quiero mucho. Y esa entrevista result¨®. Lo mismo sucedi¨® con Pedro Sa¨ªnz Rodr¨ªguez. Entonces me di cuenta de que los se?ores mayores eran mucho m¨¢s libres que los j¨®venes, los pol¨ªticos o los artistas en activo.
P. Fue un caer en la cuenta real o una justificaci¨®n h¨¢bil de su comodidad?
R. Descubr¨ª que estos se?ores, como lo tienen todo hecho, largan much¨ªsimo. No tienen nada que defender ni pretenden escalar puesto alguno. En consecuencia, hablan con una libertad envidiable. Son gente con densa biograf¨ªa a sus espaldas, ya al margen de la pol¨ªtica o de las tablas, atiborrados de experiencias y con un ciclo vital ya cerrado. Dada la coherencia tem¨¢tica del resultado, pens¨¦ que la serie se ce?¨ªa a la estructura de un libro. Y ah¨ª est¨¢.
P. Est¨¢ como contrapunto elocuente de la moda juvenil, como afirmando con hechos apalabrados la supremac¨ªa de la experiencia sobre el proyecto.
R. Es que son se?ores individuales, individualistas e individualizados. Yo quise hacer una serie sobre el mundo de los rockeros, pero vi que todos eran intercambiables, cada uno se parec¨ªa al otro como una gota de agua a otra. Por otra parte, quedan los seres de mediana edad, los que est¨¢n triunfando en la vida. No dicen nada de inter¨¦s. Est¨¢n mediatizados al m¨¢ximo. Un pol¨ªtico puede mentirte como un bellaco si lo juzga conveniente. Un artista en candelero se pone guantes para no herir a nadie, para no malograr su carrera a causa de un desliz. A mis viejos, en cambio, los encontr¨¦ totalmente libres, pasaos en el sentido m¨¢s moderno de la palabra. Luis Calvo, por ejemplo, es m¨¢s pasota que cualquier joven rebelde que vaya por ah¨ª con la guitarra. Cada uno de ellos ha logrado la individualidad, que es lo atractivo.
P. ?Ha procurado inventar m¨¢s que inventariar?
R. Ambas cosas confluyen. Est¨¢ el resumen de una vida y, al tiempo, yo he jugado a inventarme una personalidad de cada protagonista.
P. ?Pero ha predominado el entrevistador o el narrador que se entrevista con alguien?
R. Yo les he tirado de la lengua para que hablasen tranquilamente. No me interesaban sus opiniones personales, sino el relato de su vida. Despu¨¦s, con todas esas impresiones desplegadas, yo hac¨ªa el retrato. Ahora bien, cuando ellos hablan en primera persona, jam¨¢s he intervenido como manipulador.
P. ?C¨®mo explica, pues, que Juana Mord¨® se horrorice por la opini¨®n que ella daba de Aranguren o Concha Piquer por la evocaci¨®n que hac¨ªa de Rafael de Le¨®n?
R. Yo s¨®lo he suprimido lo que carec¨ªa de inter¨¦s o el interesado me rogaba que silenciase. Esos problemas veniales que mencionas son fruto de temores posteriores ante la reacci¨®n virtual del aludido.
P. ?Se reconoci¨® Celaya en su retrato?
R. Me llam¨® por tel¨¦fono, me dio las gracias educadamente y a?adi¨® que el retrato no le hab¨ªa favorecido en nada.
P. ?Alg¨²n problema m¨¢s de esa especie?
R. Mira, yo tengo cierta atracci¨®n por describir f¨ªsicamente al personaje. Y, claro, a la gente t¨² la puedes llamar sinverg¨¹enza, asesino o lo que sea. Todos los insultos son tolerables. Ahora, como le llames bajito o digas que tiene la cabeza gorda, eso ya no lo traga.
P. Usted se centra en lo f¨ªsico. pero en el retrato de Gil Albert, por ejemplo, hay cierto retint¨ªn de atm¨®sfera, una especie de ramalazo a contrario que modifica incluso el estilo. ?Es consciente de eso?
R. Para nada. Y me sorprende mucho lo que dices. Lo que sucede es que a m¨ª me atrae todo lo que sea un poco extra?o, aquello que no cae en el gris marengo, lo que se aleja de eso considerado est¨²pidamente como normal, cualquier desviaci¨®n de lo convencional y anodino.
P. S¨ª, pero introduce en la cama de Gil Albert un libro de Gide y no se acuerda de colocarle a Luis Calvo, entre las s¨¢banas, las Memorias, de Casanova.
R. (Risas). Te juro que no soy consciente de eso. Lo que s¨ª puedo a?adirte es que jam¨¢s he abordado nada con la idea de introducir un reproche moral.
P. ?Altera mucho el retrato la adoraci¨®n o el desprecio que usted puede llegar a sentir por el modelo?
R. Creo que s¨ª. A m¨ª algunas personas me han ca¨ªdo muy mal. Entonces he tenido que frenarme un poco, porque tampoco se trata de herir a nadie. Trato de no dejarme llevar por eso. Un retrato cabal no puede ser ni ditir¨¢mbico ni demoledor.
P. ?Modifica en. alguna medida su escritura por el hecho de que inicialmente vaya destinada a un peri¨®dico?
R. Jam¨¢s. Yo escribo como escribo. Eso es todo. Un se?or que escribe es un se?or que escribe, lo haga en una pared, en un diario o en un libro. Aunque sea ya un t¨®pico, conviene repetirlo: no hay g¨¦neros separados. Lo que a m¨ª no me interesa es la entrevista informativa. En el fondo, todas las entrevistas son falsas. Lo que se oye en ellas es la voz de cada entrevistador. O sea, que, puestos a partir de esa ficci¨®n, lo mejor es hacer la entrevista a tope.
P. ?No le tienta invent¨¢rselas de cabo a rabo?
R. Hombre, eso no.
P. ?Perturba m¨¢s el entrevistado conocido que el que acabamos de conocer?
R. Sin duda alguna. A mayor abundancia de datos, mayor confusi¨®n para discernir los que poseen inter¨¦s. A la mayor¨ªa de mis entrevistados los he conocido durante una hora. S¨®lo me interesaba, como al caricaturista, que soltaran un punto clave. Si los conoces en exceso, entonces se agiganta la falta de control que asoma entre el conocimiento y la palabra.
P. ?El paso del diario al libro conlleva una lectura diferente?
R. Cabe imaginar que s¨ª. El libro permite otro ritmo. En el peri¨®dico yo hago literatura, de fin de semana, literatura de puente a¨¦reo.
P. Cuente con los retrasos en la sala de espera.
R. La informalidad siempre es gratificante.
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