?Ay!, Schwartz, Schwartz
Desde luego, se?or Schwartz, es usted persona realmente admirable, produce fascinaci¨®n contemplar su vigor por defender contiendas inexplicables. Ahora, y no es nuevo, la diana de sus obsesiones ha sido el comunismo, los comunistas, el PCE. Era de esperar.Cualquiera que observe desde una cierta distancia el enredado mundo de la econom¨ªa asistir¨¢, ciertamente extra?ado, al contradictorio personaje que usted representa, se?or Schwartz. Yo, que no me tengo por genial, a Dios gracias, me incorporo a sus espectadores ocasionales utilizando quiz¨¢ mi escaso tiempo para preguntar c¨®mo es posible que est¨¦ siempre hablando de libertad una persona que aparentemente manifiesta una especial intransigencia en sus juicios hacia los dem¨¢s.
Elegancia barroca
En todo el tinglado que se ha fabricado cuidadosamente, del cual forma parte esa elegancia barroca que le caracteriza, es exigencia imperativa el que todos aquellos que no est¨¦n en el terreno de sus ideas sean colocados en lugares que corresponden a los ignorantes, limitados intelectuales o a los que, por supuesto, tienen tapujos. Todos ellos, naturalmente, podr¨ªan ser descalificados a priori por falta de responsabilidad moral demostrada. ?Se da cuenta ad¨®nde puede conducir un leve exceso de vehem¨²ncia verbal? Adem¨¢s, cuando critica al PCE, y le falta contenido en su argumentaci¨®n para delimitar el concepto de izquierda, cuando dicha conceptualizaci¨®n se queda coja y se marchita en una pobre referencia a la confrontaci¨®n del mercado de trabajo, no para en mientes para echar mano al consabido problema polaco, a la sociedad rusa o la moderaci¨®n salarial (nosotros, y usted lo sabe, no responsabilizamos a los salarios de la inflaci¨®n). ?Pero de verdad cree usted, a estas alturas, que la libertad nos la jugamos exclusivamente en la manera de efectuar la contrataci¨®n laboral? Su condici¨®n profesoral, su dilatado y profundo historial acad¨¦mico, me reclaman un juicio sereno. Seguramente es que yo he entendido mal lo que quiere decir, lo que dice.
El papel del economista
Se?or Schwartz, en serio, me parece que los economistas -?me permite ser un colega?- deber¨ªamos iniciar una reflexi¨®n sobre cu¨¢l es nuestro papel en la sociedad que nos ha tocado vivir. Nuestra profesi¨®n es un instrumento para ayudar a crear -s¨ª, de acuerdo, con eficiencia- la mayor cantidad de felicidad posible para la gente (para m¨ª, toda la gente; para usted, no s¨¦). Pero el contenido de la palabra felicidad, de lo bueno, del placer, de lo ¨²til, es cosa que juega en el mundo de la ¨¦tica; de ah¨ª nacen las ideolog¨ªas y las pol¨ªticas que las defienden.
A su consecuci¨®n debe estar adaptado el c¨®mo, caso de la econom¨ªa. Por eso, y porque no son neutrales, las relaciones econ¨®micas son reflejo de la ideolog¨ªa que domina en una sociedad dada y, a la vez, determinan dicho cuadro ideol¨®gico -ya s¨¦, ya s¨¦, eso tiene algo de marxismo, qu¨¦ le vamos a hacer-. Es, por tanto, crucial tener en cuenta que es la ¨¦tica, los valores humanos deseables, a lo que se tiene que referenciar la utilizaci¨®n de los instrumentos econ¨®micos que poseemos. Sin em bargo, en el caso del liberalismo que usted pregona, la moral huma na no es el tema de discusi¨®n, sino que ella, refugi¨¢ndose en el tras fondo, da paso realzado al hecho econ¨®mico como valor en s¨ª y se somete a ¨¦l.
Es una dolorosa usurpaci¨®n sem¨¢ntica la que hacen ustedes, no cabe duda. Yo, qu¨¦ quiere que le diga, en esa trampa no entro. No entro en que el beneficio econ¨®mico sea la gu¨ªa de la sociedad; s¨ª, en cambio, en que el beneficio econ¨®mico de la sociedad, dentro de un mundo iternacionalizado y competitivo -no se evade la cuesti¨®n- sirva al beneficio moral de la libertad, de la desenajenaci¨®n, del bienestar econ¨®mico. No puedo entrar en que la total capacidad de decisi¨®n est¨¦ monopolizada por los hombres de negocios, que sean ellos los que tomen resoluciones sobre la forma de vivir de millones de personas, a menudo sobre bases de limitada evidencia, como dice Galbraith.
A m¨ª me parece que no es para espantarse que los trabajadores, los del paro y los del empleo, trate mos de apartarnos de la senda del empobrecimiento f¨ªsico y personal para intentar introducimos en el camino del aprovechamiento m¨¢ ximo de los medios limitados que forman el activo de nuestro pa¨ªs. Y para eso es necesaria la raz¨®n y no la intuici¨®n, se?or Schwartz. No se puede seguir decidiendo en los sillones acad¨¦micos y en los des pachos de alto standing nacionales y multinacionales sobre el futuro de nuestra tierra sin siquiera ha blar con los que van a ser sujetos de esa historia. No se debe seguir en esa insolencia. No se puede es tar violando constantemente, bru talmente, con las armas publicita r¨ªas para que traguemos lo que quieren los directivos y sus estima ciones productivas. No se puede seguir as¨ª, ?no lo comprende?
Escoger un buen tomate
Y usted dir¨¢, se?or Schwartz, ?a qu¨¦ viene todo esto, si yo estaba hablando del sistema financiero, del d¨¦ficit del sector p¨²blico, de salarios, de costes ... ? Y yo le digo: claro, se?or Schwartz, esa es nuestra diferencia. Usted, y a veces me agarrota una peque?a duda que corroe al bondadoso juicio que tengo sobre sus criterios, da un significado a la palabra libertad de elegir (como Friedman, como la CEOE) que, en sus frutos, nos conduce a que, en par¨¢bola aristot¨¦lica, los ¨²nicos gratificados con el premio de la raz¨®n, de la seguridad econ¨®mica y de la libertad personal sean una minor¨ªa de ciudadanos a los cuales, subliminalmente, estamos obligados a obedecer el resto de la poblaci¨®n a modo de ilotas, con salario o sin ¨¦l.
Lo suyo, si no fuese porque es conocida su experiencia profesional, me llevar¨ªa a pensar que es un mal contraste de lo que ocurre en la calle con los manuales de teor¨ªa econ¨®mica al uso. A veces, recon¨®zcamelo, es muy humano que me surjan interrogantes sobre la benevolencia de sus juicios. Seguro que estoy equivocado.
En cuanto a los comentarios de su art¨ªculo, a m¨ª me da el p¨¢lpito de que se ha desparramado totalmente. Los pactos de la Moncloa, desgraciadamente (los unos por una cosa y los otros por otra), no fueron, en realidad, apoyados por ninguna fuerza pol¨ªtica, exceptuando el PCE, y, sin pretenciosidad, creo que el tiempo nos ha dado la raz¨®n.
En los pactos de la Moncloa exist¨ªan toda una serie de medidas institucionales y de control de gesti¨®n que se dispon¨ªan a luchar contra la inflaci¨®n; las circunstancias, externas a nosotros, impidieron que se consiguieran los objetivos y, ?por qu¨¦ no decirlo?, as¨ª nos ha lucido el pelo. El Acuerdo Nacional de Empleo est¨¢ en el vest¨ªbulo de un mismo edificio: el plan de solidaridad. En ambos acuerdos (uno del PCE, otro de CC OO, que es distinto) la filosof¨ªa que sustenta las posiciones genera el siguiente armaz¨®n: moderaci¨®n salarial de los que trabajan para conseguir una reactivaci¨®n inversora que, correspondiendo con el desarrollo de los sectores estrat¨¦gicos de la producci¨®n, se ajuste a una demanda deseada, prevista e inducida. Con todo, la b¨²squeda de soluciones al problema del paro es la atm¨®sfera que rodea siempre a nuestros proyectos. Ese sacrificio salarial tiene su precio en las reformas fiscales, financieras, administrativas, etc¨¦tera, que garanticen la andadura s¨®lida para salir de la crisis (los pactos de la Moncloa). Paralelamente: mayor capacidad de decisi¨®n de las fuerzas sociales sobre el futuro econ¨®mico. De ah¨ª nuestra propuesta de planificaci¨®n concertada a cuatro a?os, los 200.000 millones de cr¨¦ditos extrapresupuestarios y nuestra visi¨®n del papel interventor del Estado en la econom¨ªa. La responsabilidad y, desde luego, los resultados no tienen que estar sesgados por la presi¨®n de los intereses de personas que, sumadas, no llegan a la cifra de componentes de un equipo de f¨²tbol.
?Eso es lo que le molesta, se?or Schwartz! Usted, en lo hondo, aspira a ser un dandy de la econom¨ªa. All¨¢ su cuerpo. Pero no se enga?e: en 1982 eso no es posible.
Gozar con el mercado
Para terminar, en la pregunta del Grupo Parlamentario Comunista, con la cual apechugo, lo principal, a ver si se entera, es intentar poner en evidencia ese happening que, mecido por usted, se nos est¨¢ incrustando televisivamente en las casas (de todos), ofreciendo la imagen de los maravillosos goces que significa el mercado para el absoluto ideal. de la libertad... de escoger un buen tomate. ?Ah!, nosotros tambi¨¦n estamos en contra de la monetizaci¨®n de la deuda. ?Contento?. Inflaci¨®n: culpable la falta de eficiencia del sistema econ¨®mico.
?Qui¨¦n ha dirigido ese sistema econ¨®mico? Los trabajadores seguro que no. Por lo menos yo no conozco a ninguno. Se?or Schwartz, s¨ª he le¨ªdo a Friedrnan. Se?or Schwartz, en serio, me gustar¨ªa conocerle para que me dijera d¨®nde se compra esas bell¨ªsimas pajaritas.
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