El rev¨¦s de la trama
El conflicto anglo-argentino en torno a las islas Malvinas, sus derivaciones b¨¦licas y sus consecuencias en el juego de la pol¨ªtica internacional se prestan a consideraciones muy aleccionadoras -y bastante alarmantes- sobre la condici¨®n del mundo en que nos esforzamos por vivir, dando casuales atisbos de civilizaci¨®n y racionalidad. T¨¦rminos como colonialismo, imperialismo, solidaridad europea o americana, alianzas, enemigo principal, intereses econ¨®micos, patriotismo, nacionalismo, agresi¨®n y defensa han sido puestos en entredicho por los propios hechos, pero siguen siendo invocados y manejados con lamentable acriticismo, como gastadas jaculatorias con las que se trata de conjurar a demonios simb¨®licos que ya han desertado de nuestra dimensi¨®n e incluso han sido en ocasiones sustituidos por sus rivales m¨¢s directos. Cuatro son las cuestiones en las que me parece aconsejable revisar lo que Flaubert llam¨® nuestras ideas recibidas a la turbia luz que nos llega del Atl¨¢ntico sur:
1. La cuesti¨®n de fondo. Se da por hecho que es la soberan¨ªa argentina sobre las islas en litigio, conculcada por un residuo colonial del imperialismo brit¨¢nico. Incluso quienes se definen como enemigos de la Junta Militar cierran filas en torno a ella respecto a esta cuesti¨®n. A mi juicio, no puede haber muestra m¨¢s clara del uso ideol¨®gico (en el m¨¢s peyorativo sentido de la palabra) del patrioterismo, enga?abobos trascendental que viene a legitimar un poder desp¨®tico al que ya no le queda ning¨²n otro apoyo ante la raz¨®n o la conciencia pol¨ªtica. Se repite "las Malvinas son argentinas" como si se estuviera revelando una verdad sagrada que s¨®lo los herejes o los imperialistas pueden negar. Pues bien, atrev¨¢mosnos a ser herejes: las Malvinas ni son argentinas, ni son inglesas, ni mucho menos son una colonia de nadie, pues carecen de poblaci¨®n aut¨®ctona o de cultura propia oprimida por el invasor. Las Malvinas son un territorio de ping¨¹inos que no sali¨® de la cabeza del Creador con una bandera u otra clavada en sus hielos; la soberan¨ªa sobre ellas es pura cuesti¨®n de convenci¨®n y de fuerza militar, no un sello inalienable (?qu¨¦ palabra tan majadera en este contexto!) que las caracterice para la eternidad. Uno puede admitir, como cuesti¨®n de sentido com¨²n, que por razones hist¨®ricas y geogr¨¢ficas es m¨¢s l¨®gico que pertenezcan a Argentina que al Reino Unido. El empe?o en conservarlas anexionadas a la corona brit¨¢nica corresponde a una distribuci¨®n del mundo (a la que se lleg¨® por convenci¨®n y fuerza militar, como ya se ha dicho) que hoy no tiene vigencia, pues ha sido sustituida por convenciones y repartos de fuerzas diferentes. Es razonable que, tras resolver el estatuto de sus habitantes, que indudablemente se sienten ingleses y pueden ser los ¨²nicos damnificados en la operaci¨®n, acaben por ser puestas -seg¨²n una u otra f¨®rmula- bajo administraci¨®n argentina. Pero ni la dignidad ni la independencia ni la integridad de la naci¨®n del Plata dependen de semejante cuesti¨®n de conveniencias pol¨ªticas, ni mucho menos cabe justificaci¨®n alguna para una agresi¨®n armada como la llevada a cabo. La dignidad de un pa¨ªs proviene de la limpieza y equidad de sus instituciones p¨²blicas; su independencia, del equilibrio entre las riquezas que produce y administra y las necesidades de sus ciudadanos; su integridad, de que sus s¨²bditos no puedan desaparecer criminalmente por obra de los poderes gubernamentales o deban emigrar para huir de ellos. Ni esta dignidad, ni esta independencia, ni esta integridad se dan en Argentina, y no precisamente por culpa de la atrabiliaria se?ora Thatcher. Mejor estar¨ªan los argentinos sin Malvinas y sin Junta Militar que poseyendo las unas y pose¨ªdos por la otra. Adem¨¢s, ?no es pura sinraz¨®n y disparate que un pa¨ªs subpoblado, casi des¨¦rtico en diversas zonas (y zonas bastante m¨¢s f¨¦rtiles y habitables que las dichosas islas) no encuentre otro Moloch al que sacrificar su juventud y su escasa riqueza que la reconquista de unos pe?ascos poco acogedores? Ahora se sugieren razones econ¨®micas y estrat¨¦gicas para esta disputa, pero son motivos que se han inventado a posterior? para racionalizar el absurdo esencial de la cuesti¨®n, que s¨®lo es inteligible desde la ¨®ptica de un poder que lucha por mantenerse pese a las p¨¦rdidas econ¨®micas y peligros estrat¨¦gicos que est¨¢ creando la situaci¨®n. Otra desmitificaci¨®n necesaria: si bien se nos ense?¨® que tras el patriotismo o los sagrados intereses nacionales puede no haber m¨¢s que comercio, tambi¨¦n es cierto que los razonamientos economicistas pueden venir hoy a enmascarar la apuesta de poder pol¨ªtico que subyace ciertos conflictos nacionales. Para concluir, nada tan triste como el rigod¨®n que est¨¢n bailando Galtieri y la oposici¨®n peronista en torno a la soberan¨ªa inalienable. Claro que tener a un pueblo entre una Junta Militar asesina y la oposici¨®n peronista es como si aqu¨ª gobernase dictatorialmente Tejero y la oposici¨®n fuese Falange Aut¨¦ntica... Esta s¨ª que me parece la verdadera y soberana cuesti¨®n de fondo.
2. La respuesta desproporcionada del Reino Unido. La intervenci¨®n argentina ha sido una agresi¨®n que ha terminado convertida en defensa; la respuesta brit¨¢nica se plante¨® como una defensa, pero ha llegado a desbordarse en agresi¨®n. Hay razones para suponer que un Gobierno menos necesitado de dar muestras de firmeza b¨¦lica que el de la se?ora Thatcher, partidaria, por lo visto a todos los niveles, de la pena de muerte, que trata de reintroducir en la legislaci¨®n inglesa, hubiera aceptado con m¨¢s facilidad una soluci¨®n negociada. La arrogancia militar es la ¨²nica forma de grandeza que suelen reconocer los Gobiernos conservadores, lo mismo que no admiten valores m¨¢s altos que el orden y la seguridad a todo precio; es misi¨®n de la izquierda, como se?alaba hace poco Edgar Morin, civilizar la pol¨ªtica y mostrar que, sin renunciar a la defensa de los propios intereses, puede darse prioridad a la comunicaci¨®n racional y a la presi¨®n del consenso internacional sobre la pura fuerza bruta. Los angl¨®filos de toda la vida sentimos honda decepci¨®n ante esta reacci¨®n desaforada y demasiado lineal de un pa¨ªs del que pod¨ªa esperarse m¨¢s tacto y generosidad civilizada. Por lo dem¨¢s, es obvio que no ha sido la lucha contra una detestable dictadura lo que ha puesto en marcha a la Royal Navy, sino la necesidad de un escarmiento ejemplar que pruebe a los osados que los intereses brit¨¢nicos en el mundo a¨²n siguen respaldados por una potencia nada desde?able. Ahora bien, tampoco hubiera sido de desear una absoluta y demasiado resignada pasividad de Londres ante la agresi¨®n argentina: si llega a ceder las Malvinas sin rechistar y abandona a sus casi 2.000 habitantes a su suerte, ?acaso no hubiera habido de inmediato quien sacase la conclusi¨®n de que la expeditiva falta de escr¨²pulos de los Gobiernos gorilescos logra imponerse sobre la decr¨¦pita corrupci¨®n de las democracias parlamentarias?
3. Mis amigos son amigos de mi enemigo y mi enemigo es mi amigo frente a mis amigos. ?Qu¨¦ queda de la l¨®gica de las grandes alianzas tras este conflicto, cuando se est¨¢ demostrando palmariamente que el sistema de los dos grandes bloques ¨²nicos debe ser sustituido por una articulaci¨®n del mundo mucho m¨¢s compleja y hasta desconcertante, seg¨²n el punto de vista tradicional? No es cierto que la mayor¨ªa de los pa¨ªses tenga todos sus intereses en uno de los dos bloques, sino repartidos y descentrados a trav¨¦s de ¨¦stos, en contra de lo que el manique¨ªsmo tradicional requiere. Pertenecer obligadamente a un bloque puede enfrentar a un pa¨ªs con sus propios intereses y arrastrarle a complicidades sumamente graves. Es por lo menos pintoresco que el Gobierno cubano reconozca de pronto su hermandad continental con los torturadores de la Junta, mientras los socialistas franceses -asesorados en pol¨ªtica latinoamericana por R¨¦gis Debray- no ponen objeciones a la aventura guerrera de la se?ora Thatcher. La mayor¨ªa de los pa¨ªses de Europa y Am¨¦rica Latina se han unido cada uno por su lado con motivo de este asunto, pero en torno a lo m¨¢s equ¨ªvoco y menos esperanzador de cada grupo: los primeros han cerrado las filas prepotentes de los pa¨ªses ricos contra la indisciplina de los pobretes; los otros han consolidado un ideal tercermundista hecho de autocracia, demagogia nacionalista y populismo analfabeto. No cabe alegrarse de la supuesta p¨¦rdida de influencia de Estados Unidos en el resto de la Am¨¦rica no anglosajona: primero, porque lo m¨¢s probable es que EE UU considere que su zarpa est¨¢ tan seguramente asentada en las dictaduras del continente que ni siquiera se molesta en defenderlas cuando puede perder por ello a un aliado de perfiles vidriosos; segundo, porque el alza correspondiente de la influencia sovi¨¦tica que la sustituir¨ªa en modo alguno va a ser m¨¢s emancipadora de las opresiones seculares. La gran perdedora en este conflicto es la opci¨®n europea, cuyo apoyo cultural y pol¨ªtico se abr¨ªa como una t¨ªmida alternativa a los dos bloques para Latinoam¨¦rica, alternativa que ahora ha naufragado qui¨¦n sabe para cu¨¢ntos a?os en un archipi¨¦lago del Atl¨¢ntico sur.
4. Un fantasma que se perfila m¨¢s y m¨¢s. La posibilidad de la guerra, de una escalada de destrucci¨®n quiz¨¢ universal, es una hip¨®tesis cada d¨ªa menos irreal y m¨¢s pr¨®xima. Estamos en manos de locos; a¨²n m¨¢s: la mayor¨ªa de nosotros es en uno u otro grado c¨®mplice entusiasta de esa locura general, como revela el repugnante entusiasmo b¨¦lico y nacionalista de argentinos e ingleses. Se acepta el conflicto definitivo casi con alivio: ?por fin vamos a saber a qu¨¦ atenernos! Los ¨²nicos que van a beneficiarse abiertamente de esta guerra son los traficantes de armas, los que reponen las piezas perdidas de los bandos en litigio, los que defienden la necesidad disuasoria de acumular el arsenal m¨¢s sofisticado. Contamos los muertos ingleses y argentinos porque son de los nuestros, acumulamos las bajas m¨¢s remotas de iraqu¨ªes y persas como pura estad¨ªstica. Pero lo inevitable -lo que quiz¨¢ queremos que sea inevitable- ya est¨¢ presente. Andan sueltos los perros de la guerra, y qui¨¦n m¨¢s qui¨¦n menos ladra miserablemente gozoso con la siniestra jaur¨ªa.
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