Los genitales del 'David', en un cartel teatral
La vitr¨ª¨®lica e iconoclasta revista francesa Hara-Kiri estamp¨® en portada el Cristo de Vel¨¢zquez. La parte superior de la cruz hab¨ªa sido levemente manipulada con unos aislantes y convertida as¨ª en un poste de tel¨¦fonos. Esta, exactamente ¨¦sta, era la reserva que la jurisprudencia del siglo XIX reconoc¨ªa al artista, en el sentido de que pudiera, conforme a la ley, impedir y perseguir cualquier reproducci¨®n o exhibici¨®n de su obra que le perjudicara moralmente.En pleno franquistrio -embocadura de los sesenta-, Antoni T¨¢pies tuvo la valent¨ªa de procesar a los ep¨ªgonos de la dictadura que, sin su permiso y contrari¨¢n dole la voluntad expresa, se empe?aron en incluir sus cuadros en una exposici¨®n propagand¨ªstica del r¨¦gimen. Nuestro pintor gan¨® el pleito y sent¨® un precedente de una importancia grande, por la claridad y firmeza con que la sentencia fue dictada sobre un tema que hasta entonces se prestaba a la ambig¨²edad.
Bent es una pieza de teatro famosa que plantea el tr¨¢gico exterminio de los homosexuales en los campos nazis. Al ser estrenada en Barcelona, fue pegado en los muros de la ciudad un cartel magn¨ªfico y de buen gusto: reproduce la pelvis del gigantesco David que Miguel Angel plant¨® en el coraz¨®n mismo de Florencia; en la parte superior del muslo izquierda, el grafista pint¨® una gran cruz gamada. Es evidente que los autores de este original publicitario se ci?eron al tema y lo trataron con una delicadeza exquisita. Evitaron fotografiar, pongo por caso, los genitales de un desnudo real; escogieron uno de los m¨¢rmoles mejor cincelados de la historia del arte, en el que se a¨²nan la glorificaci¨®n del cuerpo masculino en manos de un artista que, es sabido, se sent¨ªa particularmente atra¨ªdo por los encantos viriles; fragmentaron la obra para centrar pl¨¢sticamente el contenido del drama pero no la trataron con la minuciosidad y exactitud que cab¨ªa esperar de quienes se propusieron provocar malintencionadamente la libido del transe¨²nte: la fotograf¨ªa aparece ostensiblemente difuminada por una trama muy gruesa e impresa en un gris tenue.
Y estall¨® el esc¨¢ndalo.
La Prensa barcelonesa se ha aplicado a publicar un n¨²mero considerable de cartas de lectores Se sent¨ªan ultrajados por tama?a exhibici¨®n de los genitales masculinos. Sospecho que algunos ni se percataron de que se trataba de una representaci¨®n escult¨®rica; mal¨ªcio que casi ninguno de los sobrcsaltados meapilas sab¨ªa que hab¨ªan sido cincelados por el gran Miguel Angel; todos aparec¨ªan igualmente indignados por la puntilla de que Bent estuviera subvencionada por caudales p¨²blicos (en vez de resolver cambiar el voto en los pr¨®ximos comicios, autom¨¢ticamente paran mientes sobre la conveniencia de reimplantar la censura: ?ay las querencias!).
La forma de mirar
Cuando una indignaci¨®n minerritaria y perfectamente descriptible se hab¨ªa expansionado, el fiscal de turno va y se querella contra los autores del cartel aludido. Barrunto que su nombre va a devenir c¨¦lebre, aunque tristemente: como el mediocre Daniel da Volterra, que gracias a los taparrabos que con generosidad derram¨® sobre cuantos pubis advert¨ªa en la Sixtina, pas¨¦ a la inmortalidad con el bien merecido sobrenombre de Il Braghettone, como aquel ministro del agarro extreme?o que mand¨® retirar de un escaparate la reproducci¨®n de La maja desnuda; como unos aduaneros norteamerican¨¢s que decomisaron un portafolio sobre los frescos que por encargo papal cre¨® Miguel Angel y que ellos reputaron como pornogr¨¢ficos.
?Es s¨®lo un problema de cultura?
Lamento concluir que, por desgracia, no es ¨²nicamente eso. ?Ojal¨¢? Porque la cultura se adquiere, y con una cierta rapidez. Se me antoja que todo estriba en la mental?dad con que uno mira al David. El gran artista plant¨® en la Piazza de la Signoria un gigante de 4,20 metros. ?Y qui¨¦n se escandal¨®? M¨¢s de tres siglos despu¨¦s permaneci¨® all¨ª, admirada por generaciones suces¨ªvas de todo el mundo; en la segunda mitad del siglo pasado la retiraron, para protegerla de la erosi¨®n, a la Academia. Las conciencias degeneradas pod¨ªan haber luchado entonces para impedir que una r¨¦plica exacta exhibiera, de nuevo triunfante, la puerica desnudez en plena v¨ªa p¨²blica.
La verdad es que esculpi¨® un David en piernas, natural, esplendente, pur¨ªsimo, reposado, solemne, atractivo. Los problemas de su inversi¨®n sexual, de su atracci¨®n hacia la madre, los dej¨® Miguel Angel subyacentes en una cierta sensualidad bien detectable, seg¨²n, por ejemplo, los estudiosos
Leo Steinberg y Margaret Walters, en las im¨¢genes de la Virgen y Cristo. No faltan quienes sostierien que no es lo mismo ver unos genitales como parte arm¨®nica de un todo o como un simple fragmento, fuera de su contexto. No comparto tal sofisma que despide un aroma inconfundible del cscolasticismo m¨¢s torpe y reaccionario. La maldad no est¨¢ en la obra que se admira, sino en la mente de cuantos lo contemplan. ?O acaso no exclaman algunos r¨ªojanos: "?Tienes m¨¢s cojones que el caballo de Espartero!"? Eso demuestra que hay quienes reparan s¨®lo en la incritada parte de una escultura que se alza en Logro?o. Es inevitable.
Entonces, ?hay que prohibir cuanto puede afectar la sensibilidad del espectador desviado? No, por supuesto. Hay que propender, en cambio, a no seguir impartiendo una educaci¨®n farisaica y perjucicial. ?Cu¨¢nta degeneraci¨®n sexual no habr¨¢ provocado entre inn¨²meros espa?olitos la brutal ense?anza religiosa que durante siglos se ha impartido en esta bendita tierra!
Felipe II tap¨® con su pa?uelo el sexo desnudo de un Cristo primorosamente cincelado por el pillastre de Cellini. Napole¨®n III golpe¨® con la fusta las nalgas insinuantes que aparec¨ªan en una pintura expuesta en el sal¨®n que inauguraba. Resultar¨ªa imposible reducir a los masturbadores potenciales: la ropa les va, puesto que, por masajistas mentales impenitentes, casi prefieren imaginar la carne para autoestimularse. As¨ª las cosas, hay que armarse de una paciencia infinita y tratar de que el personal vaya civiliz¨¢ndose.
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