La guerra de Asc¨®
La autorizaci¨®n para la central nuclear de Asc¨® es inminente. Un pueblo dividido. Un alcalde que resiste. Y un cura que no opina sobre las centrales. En octubre de 1969, un empleado de FECSA comenz¨® el rumor de que se iba a instalar una f¨¢brica de chocolates, que se convirti¨® despu¨¦s en una central nuclear. Desde entonces, una larga lucha, repleta de incidentes, sentencias judiciales, manifestaciones, cargas de la Guardia Civil y ayuntamientos expulsados. Y m¨¢s recientemente, el enfrentamiento entre los propios vecinos, sometidos a la elecci¨®n entre un puesto de trabajo admitiendo el riesgo o el desempleo a cambio de un pueblo sin central nuclear
.Dos kil¨®metros antes de llegar a Asc¨®, la carretera se disfraza de Pa¨ªs Vasco. Un nutrido grupo de guardias civiles se despliega a ambos lados de la calzada para controlar a los pasajeros de los veh¨ªculos que entran y salen del pueblo, con las bocas de los subfusiles apuntadas hacia las ventanillas. Uno de los guardias apunta con meticulosa escritura las matr¨ªculas de los coches. Un poco m¨¢s adelante, la carretera se bifurca, se?alanado el cartel de Obras P¨²blicas, la direcci¨®n al casco urbano y la desviaci¨®n a la central, cuyo nombre est¨¢ tachado y cubierto con un expresivo Goma 2.
El paisaje se encarga pronto de desmentir la fugaz confusi¨®n. En plena ribera del Ebro, los olivares y los campos de almendros se alternan con la salpicadura de las vi?as, que ya verdean, y, al cruzar el puente que ahorra al automovilista el paso en barca, una escueta cinta de parcelas, de regad¨ªo proporciona el ¨²nico testimonio de la existencia de una tierra f¨¦rtil.
Desde uno de los numerosos altozanos que rodean la olla en la que se emplaza el pueblo se puede observar el ir y venir de camiones y diminuta personas vestidas de azul entre los gigantescos monumentos de hormig¨®n que albergan a los reactores. Hay 5.000 hombres y mujeres trabajando en la puesta a punto: se espera que, de un d¨ªa para otro, el Gobierno autorice la puesta en funcionamiento de la primera fase del proyecto de Fuerzas El¨¦ctricas de Catalu?a, Sociedad An¨®nima (FECSA).
A poco m¨¢s de 1.500 metros se levantan las primeras casas del pueblo. Las normas de seguridad indican que la distancia m¨ªnima entre una central y un n¨²cleo de poblaci¨®n debe ser de 2.000 metros. El director general de la Energ¨ªa resolvi¨® el problema haciendo la medici¨®n desde la torre de la central hasta la de la iglesia: hay 2.437 metros. "Y es que el nuestro es un pa¨ªs de genios", dice el alcalde, Joan Carranza, elegido por abrumadora mayor¨ªa, en 1979, a la cabeza de una candidatura cuyo programa esencial era la defensa contra la amenaza nuclear.
A la entrada del pueblo, decenas de autocares esperan a los trabajadores para devolverles a sus casas. Unas naves acondicionadas con evidente premura albergan comedores de tama?o absurdo para un pueblo de 2.000 habitantes. Entre cuatrocientas y quinientas comidas diarias dan algunos de ellos en el corto paso de una hora. Trabajadores rezagados toman el sol con aire perezoso antes de reiniciar la jornada de tarde.
Declaraci¨®n de guerra
Luego, la villa se transforma bruscamente. Por una empinada cuesta, a¨²n denominada avenida del General¨ªsimo, se accede a la calle que conduce al Ayuntamiento. La prisa ha desaparecido como por encanto y se puede gastar media hora en llegar hasta la plaza Mayor si se tiene la mala fortuna de tropezar con la culera del tractor que recoge las basuras. En la casa consistorial, una inscripci¨®n indica que el edificio se construy¨® en 1610. Y all¨ª el viajero puede sorprenderse con el llamativo hecho de que ya por entonces se constru¨ªan pueblos feos.
-Si se da la autorizaci¨®n definitiva, si no se paraliza la construcci¨®n de la central, lo consideramos una declaraci¨®n de guerra.
Joan Carranza acent¨²a con un severo gesto la dureza de sus palabras. Y enumera con la eficaz ayuda del secretario todas las acciones legales que se han emprendido contra FECSA. Se detiene con esc¨¢ndalo en la decisi¨®n del Gobierno de dejar en suspenso una sentencia de la Audiencia por la que se proh¨ªbe a la central tomar agua del Ebro, y se extiende indignado en relatar c¨®mo se desprecia la soberan¨ªa municipal y la de la propia Generalidad.
"Pero si el Gobierno se empe?a en demostrar que es posible paralizar Lem¨®niz a tiros, y no es posible paralizar Asc¨®, pese a las sentencias de los tribunales, que lo haga. Una vez autoricen la central, aqu¨ª puede pasar de todo. Y eso que nunca hemos pensado en la violencia..., hasta ahora".
Adorna su lugar de trabajo una prodigiosa iconograf¨ªa- Una foto oficial de los Reyes dos palmos por encima de una reproducci¨®n del Guernica, de Picasso. Un sagrado coraz¨®n de espantosa factura, Tarradellas colocado entre dos cuadros de v¨ªrgenes, un ingenio para tallar a mozos en edad militar, los bastones de alcalde y millares de papeles que huyen de las paredes desconocidas por la humedad. Carranza hace juego con su medio: cincuenta a?os cumplidos, melena corta y barba entrecanas, y una figura erguida que rebosa energ¨ªa hasta por la u?as de las manos, excesivamente largas y repletas de tintura de nicotina.
"Es un disparate poner en funcionamiento Asc¨® sin que se haya pronunciado el Tribunal Supremo, sin que exista un plan de seguridad definitivo. As¨ª no se hace la democracia. Hemos dado pruebas de sensatez, de buen sentido, de inteligencia. Pero yo ya no respondo. Tenemos informes de que se han producido fallos en las pruebas prenucleares, ?a qu¨¦ tantas prisas? Yo creo que UCD, que se est¨¢ rompiendo, quiere hacerle un ¨²ltimo regalo a las compa?¨ªas el¨¦ctricas".
La ley del silencio
Los muros de las casas del pueblo a¨²n retumban con las homil¨ªas del anterior p¨¢rroco, moss¨¦n Miquel, quien acusaba desde el p¨²lpito a los responsables de la Administraci¨®n y de la compa?¨ªa el¨¦ctrica de atentar contra el quinto y el s¨¦ptimo mandamientos: no matar¨¢s, no robar¨¢s.
Nadie duda que aquella homil¨ªa, como otras pronunciadas en 1974, fue uno de los momentos m¨¢s im-
La guerra de Asc¨®
portantes en el proceso de toma de conciencia popular contra la construcci¨®n de la central. Y nadie pone en duda tampoco que la toma de postura del p¨¢rroco fue determinante para que la candidatura Defensa Popular obtuviera un arrollador triunfo en las elecciones municipales. Hoy, moss¨¦n Miquel se encuentra en Vinaroz, como capell¨¢n en un convento, por razones de salud. Carranza tambi¨¦n se muestra cansado, y no parece dispuesto a afrontar unas nuevas elecciones. Hay en sus ojos una evidente decepci¨®n por el cambio que, poco a poco, se ha ido produciendo entre la gente que le vot¨®.El secretario afirma que ¨¦l tambi¨¦n se ir¨¢ el d¨ªa que se vaya Joan, cuenta c¨®mo la vida en Asc¨® se hace progresivamente m¨¢s dif¨ªcil:
-Ha habido un cambio sustancial en el pueblo. Mucha gente no nos saluda por la calle.
Y relata lo que, a su juicio, sucede:
-La gente ha ido cambiando porque piensan que, si se paraliza la central, se van a quedar sin empleo, que van a volver a vivir como antes.
Hay m¨¢s de un centenar de habitantes del pueblo que trabajan en la central. En su mayor¨ªa, campesinos que viv¨ªan de unas escasas rentas. Personas que hoy obtienen salarios que se acercan o sobrepasan la cifra de 100.000 pesetas mensuales. Unos ochenta entre ellos seguir¨¢n trabajando en las instalaciones cuando entre en funcionamiento el primer grupo.
-Yo estoy seguro -dice Carranza- de que en una votaci¨®n secreta seguir¨ªan diciendo que tienen miedo de la central, pero tienen mucho m¨¢s miedo de quedarse sin el dinero, prefieren no pensar en la posibilidad de que se produzca un accidente nuclear.
La impresi¨®n queda en parte confirmada al hablar, en los bares, con quienes participan en los trabajos de la nuclear. La gente habla, pero no quiere que se diga el nombre de qui¨¦n da su opini¨®n:
-Bueno, en la empresa nos han explicado que se construyen centrales en todo el mundo y que no pasa nada, que no hay m¨¢s peligro que con un molino de viento o con un televisor.
Y rechazan la posibilidad de dejar el trabajo:
-?Por qu¨¦ dicen que hacemos mal trabajando en la central? ?De qu¨¦ vamos a vivir si no?
Otros muchos de ellos optan por el silencio:
-Qu¨¦ voy a decir yo de la central. Yo s¨®lo trabajo all¨ª.
-Que opinen los que saben. Yo s¨®lo quiero tener un buen empleo. ?Qu¨¦ voy a saber yo de si les bueno o es malo?
El que habla es un emigrante gallego. Y Carranza hace la broma del gallego en la escalera, que no se sabe si la est¨¢ bajando o subiendo. El gallego lleva un cubo con lechugas y le ofrece una en gesto de buena voluntad.
Comprar a la gente
-Los han comprado -dice Carranza- pag¨¢ndoles 20.000 duros por estar con una manga de riego. Luego les ves en Mora la Nueva, el pueblo de al lado, tom¨¢ndose whisky y cubalibres en los bares americanos que han abierto. Aqu¨ª mismo, en Asc¨®, tuvimos que cerrar dos casas de prostituci¨®n que hab¨ªan abierto.
Las calles del pueblo se alfombran de cuando en cuando de panfletos an¨®nimos contra el alcalde. No es raro tampoco que ¨¦ste reciba llamadas a las cuatro de la madrugada para comunicarle que uno de sus hijos ha fallecido en accidente de coche. No faltan las cartas insultantes para el honor de su mujer.
-Esos son los de Fuerza Nueva, que hacen lo que les da la gana. Se entrenan con metralletas los domingos en los montes de los alrededores, y est¨¢n armados. En la central, basta que ense?es el carn¨¦ de Fuerza Nueva para que te den trabajo. La noche del 23 de febrero iban a cargarse al alcalde. Nos lo dijo la polic¨ªa.
Tom¨¢s, uno de los cinco concejales, Carranza y el secretario recuerdan c¨®mo el pueblo entero consigui¨® que el Consejo de Ministros destituyera al anterior Ayutamiento por considerar su actividad lesiva para los intereses municipales. Una mujer lleg¨® entonces a abofetear al alcalde en p¨²blico. Desde entonces las cosas han cambiado mucho.
Un pueblo dividido
Mos¨¦n Anastasi es el sustituto del anterior p¨¢rroco. Algo m¨¢s de treinta a?os y el pelo ya encanecido. Hizo la carrera pag¨¢ndose los estudios con lo que ganaba trabajando los veranos como camarero en la Costa del Sol o como pe¨®n en la propia central de Asc¨®. Mos¨¦n Anastasi ha cambiado por completo el car¨¢cter de las homil¨ªas que se imparten desde el p¨²lpito de Asc¨®:
-Yo no soy ning¨²n t¨¦cnico en estas cosas, y no puedo opinar. Yo lo que quiero es que las personas se amen unas a otras, y yo los amo a todos.
Desde lo alto del campanario se alcanza una extraordinaria vista de la comarca, a 2.437 metros de distancia de la torre de la central.
Carranza ha llamado al cura para que abriera la entrada, y se?ala el itinerario que siguieron los camiones que trajeron, ya hace m¨¢s de un a?o, el uranio a la central.
-Sab¨ªamos que ven¨ªan, y pusimos vigilancia en las carreteras. Hab¨ªamos arisado que volar¨ªamos el puente antes de dejar pasar el uranio. Entonces tomaron una carretera peque?a y casi se les cae un cami¨®n grande por un precipicio. Ven¨ªan veinte coches cargados de guardias civiles con orden de disparar si hab¨ªa problemas. Era el 19 de enero, y la gente estaba bailando en la plaza porque eran las fiestas del pueblo.
Mos¨¦n Anastasi se echa las manos a la cabeza cada vez que Carranza relata alg¨²n hecho notable del pasado. A los pocos minutos, ambos se han disfrazado de una versi¨®n tarraconense de Pep¨®n y don Camilo, los personajes de Giovanni Guareschi.
-Yo -dice el cura- no tengo por qu¨¦ opinar de la central nuclear desde el p¨²lpito. Mi misi¨®n es hacer de plastor en materias morales.
-Pues si no es moral hablar de que se est¨¢ construyendo una central nuclear que puede provocar un accidente, no s¨¦ qu¨¦ es la moral. Cuando yo me muera y vaya al cielo, all¨ª va a haber bofetadas, porque tu Dios no es el m¨ªo.
-En el cielo hay habitaciones para todos...
-Lo que pasa es que el obispado tiene millones en acciones de FECSA, y por eso no os met¨¦is con el asunto.
-No s¨¦ de qu¨¦ me hablas, Joan. No tengo ni idea de eso, y s¨®lo s¨¦ que nuestra iglesia es una iglesia pobre. Yo no tengo ning¨²n inter¨¦s econ¨®mico. Lo que me espanta es que el pueblo est¨¢ cada vez m¨¢s dividido, y pretendo evitar que siga tanta violencia.
Mos¨¦n Anastasi acent¨²a su tono de concordia, suaviza las palabras, deja que salgan pausadas. El alcalde se exalta m¨¢s y m¨¢s con la conversaci¨®n:
-Pues, si no sabes de la nuclear, te informas y entonces opinas. Todo el d¨ªa hablando de los anticonceptivos, del divorcio, del aborto, y no eres capaz de decir una sola palabra sobre el crimen que se est¨¢ cometilendo con este pueblo.
-?Ay, Joan, que no me dejas ni hablar! As¨ª no hay forma de que nos entendamos. ?C¨®mo quieres que le diga yo a la gente que se est¨¢ ganando lavida en la construcci¨®n que es pecado lo que hacen? Yo no puedo hacer lo mismo que hac¨ªa mos¨¦n Miquel. No es mi misi¨®n.
Los bares se van llenando de una masa de uniformes azules. Seg¨²n los trabajadores ocupan sus lugares, una adolescente, con gesto hier¨¢tico, ignora las miradas de los hombres y coloca autom¨¢ticamente una ensalada de lechuga y cebolla delante de cada cliente.
Los trabajadores de fuera son m¨¢s expl¨ªcitos que los lugare?os:
-Esto es como estar de vacaciones. Los ritmos de trabajo son tranquilos. No quieren l¨ªos y nos miman como en ninguna parte. ?El plan de seguridad? Estamos negoci¨¢ndolo. El interno va muy avanzado, pero el externo tiene mala pinta. Nos dicen que si hay un accidente nos ponen en casa en dos horas. Pero, si estamos contaminados, ?qu¨¦ vamos a hacer en casa? Lo m¨¢s divertido es que, como saben que los del comit¨¦ somos casi todos rojos, nos dicen que no hay peligro con las centrales, que ah¨ª est¨¢ el ejemplo de Rusia. Tenemos miedo, pero no hay trabajo en otro lado. Da m¨¢s miedo quedarse en la calle.
A los del pueblo hay que sacarles las opiniones con sacacorchos. Tienen miedo de perder su trabajo en la central si hablan contra ella, y miedo de verse la cara con el alcalde, al que votaron, si hablan a favor. Una aparente neutralidad que se va perdiendo con la crispaci¨®n que aporta el posible desenlace inminente del litigio. Si la central se pone en marcha, el miedo al accidente. Si la central se paraliza porque el Ayuntamiento gane la batalla, el p¨¢nico al desempleo, con la certeza de que la vuelta a la agricultura no es la salida.
Ni para basura
El secretario del Ayuntamiento se lamenta de que cada d¨ªa es m¨¢s dif¨ªcil recaudar los impuestos municipales. Muchos vecinos se niegan a pagar hasta la recogida de basuras. Es una forma de volverse contra el alcalde.
Entre la correspondencia del d¨ªa, un nuevo informe de una empresa alemana consulta da por el Ayuntamiento para que haga un dictamen en torno a la seguridad de la central. Un mill¨®n y medio de pesetas se llevan gastadas en la consulta. Son los ¨²ltimos desesperados intentos de un Ayuntamiento que tiene un presupuesto anual de diecisiete millones. El secretario del Ayuntamiento est¨¢ pesimista:
-Lo m¨¢s probable es que la pongan en marcha dentro de su pol¨ªtica de hechos consumados. Luego, si Joan se va, yo tambi¨¦n me marcho.
Hay expectaci¨®n en el pueblo. Mos¨¦n Miquel vendr¨¢ pronto a hacer una de sus visitas peri¨®dicas. Muchos habitantes -de Asc¨® intentar¨¢n no tropezarse con ¨¦l.
-Y pensar que nos dijeron que iban a poner una f¨¢brica de chocolate...
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