La fiesta por dentro
Llegas a Madrid con el esc¨¢ndalo de Curro Romero y te vas sin ver las orejas de los Victorino. Tampoco esta vez pudiste realizar el viejo sue?o de asistir d¨ªa tras d¨ªa, obligadamente, al ciclo de san Isidro. Para quien vive alejado, mayo, m¨¢s que abril, es el mes m¨¢s cruel.Y quiz¨¢ m¨¢s este a?o, en el que el esc¨¢ndalo viene arropado de saturada resignaci¨®n y de necesario basta ya, justamente cuando recobras tu relaci¨®n con la corrida a trav¨¦s de diversas y contradictorias situaciones.
Hace a?os realic¨¦ una serie de grandes dibujos destinados a ilustrar un libro que nunca se public¨®, hoy dispersos en su mayor parte, que mostraban una confusa y voluntaria apreciaci¨®n del rito a trav¨¦s de las resonantes y subterr¨¢neas prolongaciones de la mirada subjetiva. Se trataba, en este caso, de reflejar un aspecto interior de la fiesta, que inclu¨ªa necesariamente la presencia del erotismo. Se mostraban escenas abigarradas, fruto no solamente de la fantas¨ªa, sino tambi¨¦n de la observaci¨®n y de la lectura, en las que se relataban la verdadera historia del toro-mujer, de la memorable Ver¨®nica primigen¨ªa, del minotauro de Archidona, del ayuntamiento del rosado pelele de Ecija y el toro de fuego, del monje de Albacete y el torocruz, del toro-cabra de los montes Universales -homenaje a Domingo Domingu¨ªn y a su ti-atado inconcluso-,-del toro-mosca y Viridiana -la primera se?orita torera-, mostr¨¢ndose tambi¨¦n suertes terribles, interminables cogidas en c¨¢mara lenta, an¨¦cdotas l¨²gubres y espantadas hist¨®ricas. Se recordaba, con voces negras, la historia del ojo de Granero, las tripas sueltas de Joselito y la cruz diab¨®lica de Rafael el Gallo.
Pues bien, en estos tiempos de hiel y de claveles, el turista-pintor que divag¨® a trav¨¦s de su fantas¨ªa contin¨²a haci¨¦ndolo ahora frente a una realidad que en breves d¨ªas se carga de ¨ªntimas y obsesivas resonancias taurinas. Poco antes del tel¨²rico viaje realiza en la distancia el viejo proyecto de ilustrar el tentador y bello arte de birlibirloque de Bergam¨ªn mediante una serie de sencillas litograrias. Mientras tanto, el b¨²falo del Guernica se introdujo subrepticiamente en el aposento reservado de Las Meninas para habitar en toril con aire acondicionado bajo la protecci¨®n de la fuerza p¨²blica, y en los recodos de las carreteras espa?olas, en la reseca planicie, sigue apareciendo con su recorte de luto y fiereza el susto de un gigantesco y dram¨¢tico cartel¨®n para recordarnos en qu¨¦ lugar estamos. En el lugar en donde estamos se celebra una extra?a corrida de toros -no tan mansos como pudieran parecerbrindados al escritor Max Aub -generosidad y valor contrapuestos a envidia y cobard¨ªa-, y en la arena del prado se desarrolla diariamente el hermoso despliegue de largas cambiadas, naturales y ver¨®nicas de un veterano lidiador apodado El Greco. En otro ruedo bien diferente, una mujer hecha toro se crucifica en el aire como un famoso Cristo, moviendo el nido de su caballera negra. Y sobre el c¨ªrculo nocturno de flores, una Lola, con aspavientos de viviente escultura de Juan de Juni, cerca y seduce como un alacr¨¢n al minotauro.
Poder de lo real-maravilloso oponi¨¦ndose al realismo fant¨¢stico. El pintor, seducido por los teoremas del querido don Pepe, anonadado por tanta locura taurina, no puede por menos que meditar sobre la deseada m¨²sica callada y contradecirla mediante sus im¨¢genes, para darle al final raz¨®n. Estas ser¨¢n, para quien bien las quiera, las razones del contrapunto necesario, la fiesta por dentro, en donde se entremezcla el artificio y el mito, lo est¨¢tico y lo convulso, lo arcaico y lo cl¨¢sico, el c¨®digo estricto de las formas y la sorprendente libertad de las pinceladas atadas a la estructura ancestral.
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